+ El gobierno de Peña Nieto pide la unidad nacional, pero no sabe para qué

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+ Régimen priista carece de sustento y visión de Estado para encarar a Trump


Hace mucho tiempo que no se veía un movimiento en México a favor de la unidad nacional, como ha ocurrido en los últimos días frente a las amenazas que representa el gobierno estadounidense de Donald Trump para nuestro país. Hace mucho que no había estas expresiones genuinas y de amplio consenso a favor de que el país se vuelva uno, para enfrentar las amenazas del exterior. El problema es que una vez que pase la euforia de la unidad nacional, todo volverá a la misma situación de mezquindad ya conocida. La única posibilidad de que eso no pase es que se impulse un derrotero claro de utilidad para esa unidad nacional.

En efecto, Donald Trump lleva 19 días siendo presidente de los Estados Unidos, y México ha sido uno de los blancos favoritos para sus ofensas y amenazas. No sólo respecto a la construcción del muro fronterizo o a la renegociación del TLCAN, sino también por los intentos de humillación al Presidente mexicano previo a su malograda primera visita de Estado a la Unión Americana, y las filtraciones de que habría sugerido, en una llamada telefónica con Peña Nieto, enviar “tropas” de su ejército para combatir a los “bad hombres” que las fuerzas armadas de nuestro país no han podido combatir.

Todo eso ha generado un entorno a favor del Presidente en la defensa de la soberanía y la dignidad nacional, que Enrique Peña Nieto —el depositario inercial de esa voluntad— no habría creído en prácticamente cualquier otro contexto. Una vez que comenzaron los desplantes y amenazas de Trump, amplios sectores de la sociedad mexicana se pronunciaron a favor de respaldar al Presidente en la determinación de no negociar la dignidad ni la soberanía nacional.

Así, del 20 de enero a la fecha, por la contingencia, Peña Nieto se ha reposicionado en el ánimo de la ciudadanía, a pesar de que algunos sectores insisten en señalar que su defensa de la dignidad nacional no ha sido lo suficientemente decidida. Incluso, existen convocatorias abiertas para manifestar públicamente ese sentimiento de la unidad nacional a través de manifestaciones ciudadanas. Una de ellas, la más importante, espera convocar a la gente en las ciudades más importantes del país a través de una iniciativa denominada “Vibra México”.

En esa lógica, hasta ahora el gobierno federal ha sido por demás cauteloso en cualquier intento de capitalizar ese sentimiento de la unidad nacional. El presidente Peña Nieto, por ejemplo, ha insistido en señalar que las expresiones ciudadanas deben ser a favor del país y no del Presidente. No obstante, es claro que esa aparente modestia y prudencia con la que actúa Peña Nieto, en realidad parece esconder el pasmo que tiene el gobierno federal por no saber qué hacer, ni cómo encauzar, esas expresiones de unidad nacional.

Esto es por demás importante. Pues de forma objetiva, es claro que de nada va a servir que la gente salga a manifestarse a las calles —ni siquiera con ríos de personas en contra de Trump— porque en sí mismo eso carece de potencial para hacer que cambie, o cuando menos influir, en el estado de cosas. Es evidente que, conducido o no por el gobierno, la unidad nacional debe tener un derrotero concreto, así como causas que constaten que México está organizado en torno a algo específico. Mientras esa última parte no exista, seguirá siendo dolorosa la realidad de que después de la manifestación, ahí seguirán los desplantes, las amenazas y las humillaciones de Donald Trump hacia el Presidente, y hacia México.

UNIDAD CON CAUSA

Quizá no había, por un motivo político, un sentimiento de unidad nacional tan pronunciado como el que se vive actualmente, desde que el presidente Lázaro Cárdenas anunció la decisión de expropiar la industria petrolera. La diferencia entre aquellos tiempos, y ahora, es que el presidente Cárdenas sí entendió los tiempos que vivía, y utilizó a su favor las expresiones ciudadanas, políticas y corporativas que lo respaldaban en su determinación de hacer valer el dictado de la Constitución (cuarto párrafo del artículo 27 original) sobre la propiedad originaria de la nación sobre el suelo nacional, y todo lo que pudiera resultar aprovechable de él; y que el petróleo y sus derivados constituían un área de dominio directo de la nación.

Eso lo estableció la Constitución federal desde su emisión en 1917. Sin embargo, ninguno de los Presidentes entre aquella fecha y 1938 tuvo la fuerza, el respaldo suficiente, y el contexto favorable, para hacer valer el dictado constitucional frente a la capacidad económica de las petroleras estadounidenses e inglesas, y frente a la protección que les brindaban a sus inversiones los gobiernos de aquellos países.

En aquel año, Cárdenas leyó correctamente el escenario internacional, en el que estaba a punto de estallar la Segunda Guerra Mundial, y entendió que era un momento en que tenía que buscar el respaldo para materializar el dictado de la Constitución, o simplemente permitir que México viviera dominado por el poder económico de las petroleras, y los gobiernos de donde procedían las inversiones, en un periodo que sería de grandes cambios para el mundo.

Así fue como el presidente Cárdenas propició y aprovechó las expresiones de unidad nacional que manifestaron la gente y los sectores más influyentes del país, y los unificó a través de la corporativización del partido hegemónico; y en la convocatoria a la gente para que contribuyera económica y socialmente para hacer frente a los compromisos de pago, y amenazas que podrían derivar del exterior, ante la decisión de nacionalizar la industria petrolera.

Ese fue el tiempo en el Partido Nacional Revolucionario se convirtió en Partido de la Revolución Mexicana; y junto con el cambio de nombre vino sobre todo la transformación de sus estructuras, pues mientras el PNR significaba la conjunción de las más relevantes expresiones post revolucionarias (caudillos, grupos armados, y cacicazgos locales, entre otros), el PRM buscaba la organización social a través de sectores. De ese mismo tiempo data el surgimiento de los sectores obrero, campesino y popular que se aglutinaron como organizaciones adheridas al partido oficial, y que le dieron el basamento social del que hasta entonces carecía, y se ubicaron al lado de los caudillos y expresiones armadas que habían dominado al PNR desde su creación.

Esos aglutinamientos sectoriales fueron importantísimos, porque ahí encauzó el general Cárdenas las expresiones de la unidad nacional, y las canalizó en respaldo a favor de la expropiación petrolera, y contra las amenazas del exterior. La expropiación petrolera ocurrió sólo después de que esos sectores identificados con el partido en el poder, respaldaron al Presidente en las decisiones que ya tenían tomadas, legitimaron la aventura de la expropiación de la industria petrolera, y la recuperación de la rectoría estatal sobre los energéticos del país. Por eso, ante el anuncio, la gente común contribuyó con su propia riqueza para respaldar la decisión del general Cárdenas y nadie puso en duda la legitimidad de la decisión tomada a pesar de las amenazas del exterior que éstas implicaban.

UNIDAD SIN CAUSA

En este escenario, preocupa que el gobierno federal no tenga claro qué hará para encauzar esas expresiones de unidad nacional, en torno a derroteros concretos. Si no sabemos para qué respaldamos al Presidente, y si éste no sabe cómo utilizará esa legitimidad que la ciudadanía le está expresando, entonces será una unidad estéril que pronto se disolverá para seguir en nuestras mismas mezquindades de siempre.

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