La crisis de la partidocracia vive su propio drama en Oaxaca

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+ Morena desfonda al PRD, que no opta por formación ciudadana


La desbandada de perredistas hacia las filas de Morena en Oaxaca, es sólo uno de los tantos síntomas de que las fuerzas de izquierda en la entidad viven una crisis de tal profundidad, que no han logrado encontrar un equilibrio entre la práctica de ‘la cargada’, y el sostenimiento de los parámetros mínimos de compromiso social y representación de la ciudadanía. No hay forma, hasta ahora, de que cualquiera de esas fuerzas refleje que en realidad el votante de a pie se encuentra con él. Y más bien, en su mayoría, le apuestan a las cúpulas, a las apariencias y a las ecuaciones electorales rumbo al 2018.

En efecto, en las últimas semanas ha ocurrido un fenómeno pocas veces visto en las últimas décadas no sólo en Oaxaca, sino en el país. En unos cuantos días, sectores completos de militantes del PRD y otras fuerzas políticas anunciaron su adhesión a la candidatura presidencial de Andrés Manuel López Obrador por el Movimiento de Regeneración Nacional. Propios y extraños hicieron presencia en un mitin del tabasqueño el pasado 21 de marzo en Oaxaca. Pero salvo excepciones, casi nadie ha explicado cuál es la razón por la que esos personajes transitaron de una opción a otra dentro de la misma izquierda; y tampoco se entiende cuál pudiera ser una postura asequible del perredismo frente a la desbandada.

En lo que respecta a la desbandada de perredistas y petistas hacia Morena, esto no resulta ser sino una expresión de la ya conocida ‘cargada’ que fue parte de la vieja tradición priista. ¿De qué se trata? De que, entonces como ahora, había un gran elector que en cierto momento inclinaba la balanza por alguno de los posibles candidatos, pero para legitimar la decisión enviaba como ‘avanzada’ a los sectores, organizaciones y expresiones adherentes al partido oficial, a pronunciarse a favor de esa candidatura.

A esa tradición, conocida como ‘cargada’, le seguía el anuncio de la decisión final en la que ‘el partido y yo’ (o sea, el Presidente y nadie más) según hacían eco de esa decisión de las expresiones políticas y oficializaba lo que previamente ya había sido decidido y ‘operado’ desde la propia oficina de ese gran elector que era el Presidente en la tradición priista, para legitimar a su candidato.

Eso es exactamente lo que está pasando con Andrés Manuel López Obrador, Morena y las fuerzas de izquierda, en un contexto en el que la tradición y el pragmatismo están pudiendo más que la democracia y el compromiso con sus respectivas militancias. En este caso, el propio Obrador es al mismo tiempo el gran elector y el depositario de la decisión, pero ya no sólo dentro de su partido sino que logró influir en todas las fuerzas de izquierda.

Pues resulta que la fortaleza actual de Morena es proporcional a la debilidad del perredismo y petismo; además esos dos partidos, enfrentan un grave problema al no lograr encontrar la identidad que perdieron luego de la escisión de la izquierda, y que ni siquiera se llevó López Obrador a su partido. Así, además de la crisis de las militancias, de las cargadas y de las numeralias rumbo al 2018, resulta que en general todas las fuerzas de izquierda viven una grave crisis de credibilidad frente a todos aquellos que no ven ni a López Obrador, ni a cualquier otro posible abanderado de las fuerzas de izquierda, con fe ciega.

Acaso lo más grave de todo esto, resulta ser que hasta el momento, en general Morena, el PRD y los demás partidos afines no ha logrado plantear ni un solo rasgo de algún discurso relacionado con los postulados ideológicos y políticos de la izquierda para el país. Nadie, ni López Obrador, ni cualquiera de los posibles abanderados de los otros partidos de izquierda, ha articulado un discurso que refleje sustancia política, entendimiento de su papel histórico, y un proyecto de país que pueda ser sostenido como algo más que simple pragmatismo y oportunismo ante la posibilidad de ganar la elección presidencial.

De entre todo eso, lo que resulta aún más grave es la imposibilidad del propio Andrés Manuel López Obrador de establecer coordenadas concretas del proyecto alternativo de nación. A la luz de los acontecimientos políticos del último año en los Estados Unidos, debería comenzar a quedarle claro —a él como aspirante presidencial, y a nosotros como electores— que emprender campañas anti stablishment (o antisistema), como lo hizo Donald Trump como candidato, y como lo intensifica hoy López Obrador en México, no necesariamente tienen derroteros alcanzables aún cuando cuantitativamente tengan un respaldo importante.

En esa lógica, una de las preocupaciones que despierta el tabasqueño es que presenta un discurso en el que los rasgos de la izquierda siguen ausentes, y sólo se ha centrado en lo que la ciudadanía pretende escuchar. Por eso, aún cuando es cada día popular, éste no pasaría ninguna prueba como candidato de la izquierda; y por eso mismo, los apoyos que ha recibido en las últimas semanas no son más que una grosera expresión de la vieja cargada priista, porque en realidad la gran mayoría de las expresiones de izquierda que se le han sumado tienen más el sueño —y la ambición— de ganar por fin una elección presidencial, que de ver cumplido algún ideario —o algún rasgo— de la izquierda para el país.

López Obrador no ha demostrado convicciones y contenido ideológico de izquierda ni como candidato, ni como jefe de Gobierno de la Ciudad de México. Y por eso no hay una sola garantía de que pueda y quiera llevar algún tipo de programa de gobierno verdaderamente progresista como Presidente del país.

PERREDISMO, EXTRAVIADO

En el otro extremo está la triste realidad del PRD, que no dista mucho de su escenario nacional con el de Oaxaca. Tanto en el contexto nacional, como en el doméstico, lo único que se refleja es un profundo atrincheramiento de quienes calculan el control de las cúpulas sin importarle la dignidad de su partido. En el caso de la entidad, el perredismo que se quedó con la dirigencia del partido cumple con el indigno papel de ser una comparsa oficialista que sólo se podrá mantener en la medida que continúe teniendo alguna representación legislativa.

Pues resulta que ante la cargada, hoy el PRD ya no puede explicar la dimensión real de su militancia en la entidad; tampoco puede establecer con exactitud cuál es el nivel de cohesión de su bancada en el Congreso local; y mucho menos tiene cara para presentarse ante sus simpatizantes y militantes luego del escandaloso proceso interno en el que se pelearon los aliados de Gabino Cué, contra los aliados del régimen actual, por lo que le quedaba de sustancia política y actores relevantes a ese partido. De ahí que la huida de diversos actores hacia Morena, el perredismo quedó doblemente desfondado porque ya no tuvo capacidad ni sostenerse ni de ofrecerle a la ciudadanía una explicación coherente de su situación actual, y de sus nuevos derroteros como fuerza política menguada.

DEVASTACIÓN POLÍTICA

Al final, lo más triste es que quienes se quedaron en el perredismo, lo hicieron atrincherados y no abiertos a las expresiones ciudadanas. Hay mucha gente que bien podría militar en el PRD —o en Morena, o en el PT— pero que prefiere el apartidismo ante el desgaste de las siglas partidistas en general. Quienes tiene cálculos políticos se fueron a Morena; y quienes no los tienen, prefieren no acudir a ningún partido porque eso significaría poner en entredicho su propia legitimidad como personas, frente a un partido que sólo ha demostrado resistencias, incapacidades y caprichos como su única forma de mantenerse con algún espacio de poder. Es una paradoja que hoy sean las personas quienes se cuiden de los partidos, y que éstos se presenten con tanta procacidad a pesar de su falta de sustancia y congruencia con el ideario político que ya sólo tienen de adorno.

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