Una vez terminada la fiesta, es necesario un recuento crítico de la Guelaguetza

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+ Caer en autoelogio ha llevado a los Lunes del Cerro a su nivel actual de crisis


Hoy que terminó la edición 2017 de las fiestas de la Guelaguetza, en todas las dependencias involucradas, debería comenzar un proceso mínimo de autocrítica que les permita ver sus logros y deficiencias y, en función de ello, comenzar la planeación de la siguiente celebración de los Lunes del Cerro aprendiendo —ahora sí— de sus errores y alejándose de los riesgos que implican el autoelogio inopinado.

En efecto, ayer se realizó la octava del Lunes del Cerro 2017 y con ello están prácticamente terminadas las celebraciones de julio en Oaxaca. Lo que resta del mes habrá algunas actividades culturales más, pero en realidad todo lo que queda es simplemente el tramo final de la celebración que llegó a su punto máximo con las representaciones de la Guelaguetza. Es cierto que, igual que cada año, Oaxaca fue más grande que sus problemas y amenazas; es también cierto que finalmente se impuso la grandeza de las tradiciones y el colorido frente a las discordancias ya conocidas; y es también cierto que a pesar de cualquier situación, el turismo llegó y abarrotó tanto el Auditorio como los espacios destinados para las actividades culturales y para el consumo de bienes y servicios turísticos.

El problema es que nada de eso es novedoso y, en términos reales, tampoco debería ser motivo para celebraciones y elogios. Sin necesidad de ningún tipo de promoción, Oaxaca es un imán cultural del sur de México; antes de que cualquier funcionario haga algo —según— a favor de las festividades de julio, éstas ya tienen un público interesado y cautivo que de todos modos llega; y es también cierto que a pesar de todo lo que han manoseado y tergiversado la celebración, ésta sigue siendo vistosa y llamativa para la gente de a pie que de todos modos sigue viniendo, y se sigue yendo maravillada por el enorme mosaico cultural que es nuestra entidad.

Por todo eso, los nóveles funcionarios estatales involucrados en la celebración de las fiestas de julio, deberían evitar caer en los autoelogios: no es gracias ni a Ana Vásquez Colmenares, ni de Juan Carlos Rivera Castellanos, y mucho menos de Mario Jesús Rodríguez Socorro, que la edición 2017 de la Guelaguetza fue el éxito con el que cada año se cataloga la presentación. Ese éxito no es, de entrada, gracias a ellos, sino gracias a Oaxaca que es muchísimo más, inmensamente más que ellos, y que por eso estas celebraciones reactivan la economía, potencian el turismo, y fomentan la difusión de las diversas culturas que existen en la entidad.

De hecho, el punto de partida de esa discusión necesaria tendría que ser el relativo a que la Guelaguetza fue provechosa a pesar de ellos. No porque todo lo hayan hecho mal, sino porque aún tienen un enorme trecho que mejorar, y también mucho qué entender sobre lo que se necesita hacer para preservar la parte tradicional de los Lunes del Cerro, y para lograr que todo eso conviva con el potencial económico de la entidad, que aún tiene mucho potencial sin desarrollar, pero que necesita ser concebido con la seriedad y la responsabilidad propias de quienes quieren trascender por lo que hacen y no por lo que ya encontraron —y quizá, siguen descomponiendo.

¿QUÉ SIGUE EN LA GUELAGUETZA?

Para la edición 2017 de los Lunes del Cerro, el gobierno estatal decidió que la organización de las celebraciones pasara de la antigua Secretaría de Turismo y Desarrollo Económico —que ahora están separadas y son dos dependencias independientes— a la de Culturas y Artes de Oaxaca. Según se dijo, la idea de ese cambio radicaba en la necesidad de darle prioridad a los aspectos culturales por encima de las necesidades comerciales y de promoción turística. Hoy, una vez culminadas las actividades, tendrían que comenzar ese proceso crítico para reconocer todos en qué fallaron y qué pueden mejorar.

En la Seculta, por ejemplo, si la intención inicial fue la de llevar a cabo un proceso de recuperación de algunas de las cuestiones relacionadas con las tradiciones, esto derivó en un problema básicamente por las protestas de algunas delegaciones que pretendían participar en la fiesta de la Guelaguetza y que sólo lo lograron gracias a la presión ejercida en las calles. Paradójicamente, ni esas ni varias otras delegaciones son capaces de explicar con plenitud el sentido de sus representaciones, y más bien han entendido su participación en la fiesta de la Guelaguetza como una moda, o como una forma de competir contra otras comunidades, sin que en ello cobre relevancia la autenticidad de sus bailes, vestimenta y demás elementos.

Incluso, como lo apuntamos hace algunos días, Seculta debería también definir si la fiesta de los Lunes del Cerro es un certamen, es una pasarela, o es un espectáculo para ser repetido infinitamente en sus mismos términos para el deleite del público que desea presenciarlos. Como no existe un parámetro en ese sentido, cada año la representación cambia, y la participación de las delegaciones se convierte en una cuestión de competencia y no de deseo genuino de demostrar sus cualidades.

Ahora bien, en los rubros de turismo y economía también debería haber un proceso autocrítico profundo. ¿En qué ha cambiado o mejorado la economía o el desarrollo turístico entre los años previos y el actual? La verdad es que no se trata de decir que lo pasado fue mejor —porque en realidad las fallas y la mala planeación llevan años ocurriendo ininterrumpidamente—, sino más bien en que reconozcan que nada, o muy poco de lo hecho en el actual periodo, fue verdaderamente detonante de la economía o del potencial turístico.

Oaxaca atrajo a sus visitantes sola, y los esfuerzos fueron meramente inerciales. Por eso, hablar de mayores asientos de avión, cuartos de hotel o espacios para la comercialización de servicios turísticos suena hasta redundante porque en realidad no existe ningún cambio entre las anteriores administraciones y la supuesta visión renovada que tienen los actuales funcionarios.

Incluso, en el caso del titular de la Secretaría de Turismo, Juan Carlos Rivera Castellanos, es sabido su amplio desconocimiento de los temas relacionados con la responsabilidad que ostenta, y la forma en que delegó las mayores decisiones de su gestión a un subsecretario, que fue su profesor en un posgrado, para que éste saque a flote —según su criterio, y no de los lineamientos del plan de desarrollo, que además sigue en entredicho— el trabajo de la dependencia en esta nueva etapa.

El caso de Mario Jesús Rodríguez Socorro como titular de Economía, es tanto o más dramático. Un ejemplo lo pone en evidencia: la Feria del Mezcal, que no tiene pies ni cabeza; que es una feria pueblerina sin derroteros definidos ni finalidades comerciales destacables. Esa feria, además, fue el resultado de una serie de reuniones entre el secretario y grupos no representativos de la industria del mezcal, para finalmente entregar todo a las feroces reglas del mercado, en el que los productores más grandes arrinconan a los pequeños sin que exista capacidad de generar un mejor panorama para el mezcal oaxaqueño.

¿AUTOELOGIO O AUTOENGAÑO?

En esas mismas condiciones, queda claro que no puede haber una edición 2018 de las fiestas de los Lunes del Cerro. Cometerían un error tremendo si ahora todos esos funcionarios, y los demás involucrados, salen a decir que todo fue un éxito, y que fue gracias a ellos o al gobierno estatal. Con humildad deberían reconocer que Oaxaca les hizo casi todo el trabajo, y que quizá con más humildad y menos protagonismo, ellos pudieron haber hecho algo mejor para la entidad.

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