Aún con la tragedia, el terremoto demostró que los mexicanos sí aprendimos de las experiencias previas

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El sismo que sacudió a la mitad del país la noche del pasado siete de septiembre, demostró la importancia que tienen las medidas de prevención frente a una contingencia mayor. Éste, que ha sido uno de los mayores movimientos telúricos de que se tenga registro en nuestro país, puso en evidencia la necesidad de reforzar las labores de prevención en todos los ámbitos, pero también demostró que las medidas impulsadas luego del terremoto de 1985 han sido por demás efectivas. En el balance debiéramos reconocer la tragedia, pero también lo mucho que se evitó.

En efecto, casi a la medianoche del pasado jueves se registró un sismo de magnitud 8.2 en la escala de Richter. El movimiento causó pánico en las regiones sur sureste y centro del país, en donde fue ampliamente perceptible. De inmediato se activaron los protocolos de identificación de posibles víctimas y daños en varias entidades de la República, y aunque inicialmente la atención estaba puesta en algunas de las ciudades más pobladas e importantes de dichas regiones (como las capitales de varias entidades en donde se sintió el temblor, la Ciudad de México ante la reminiscencia natural de 1985, y las zonas costeras ante la posibilidad de un tsunami), en poco tiempo quedó claro que, como siempre, las afectaciones no se encontraban en los núcleos urbanos sino en zonas de mayor riesgo y mayor atraso en cuanto a medidas de prevención.

Se ubicó que había daños importantes en Chiapas —entidad donde ocurrió el epicentro del sismo—, pero sobre todo en diversas regiones de Oaxaca, principalmente en el Istmo de Tehuantepec. Ahí, en ciudades como Juchitán, Tehuantepec, Ixtepec, Matías Romero, Asunción Ixtaltepec, Niltepec y otras, se reportaron pérdidas humanas, lesionados y daños de consideración, que motivaron de inmediato la movilización de autoridades de los tres órdenes de gobierno para la atención de la contingencia.

Desde el primer momento, se pudo apreciar a través de imágenes difundidas en redes sociales, que la gran mayoría de los daños ocurrió en inmuebles construidos con adobe, techumbres, tejas, láminas y otros materiales que eran tradicionales en otras épocas, pero que no corresponden a construcciones de años recientes. E incluso, a pesar de la magnitud del movimiento sísmico, y de la cantidad de inmuebles dañados en la región del Istmo —muchos de ellos quedaron totalmente destruidos—, lo cierto es que el número de víctimas humanas no fue el que se habría esperado de un movimiento de dimensiones equiparables en otro tiempo y lugar.

¿Por qué no fue así? La respuesta sólo puede apuntar a la eficacia de la cultura de la prevención. De hecho, el presidente Enrique Peña Nieto declaró la misma noche del terremoto que éste había sido percibido por alrededor de 50 millones de mexicanos, y que había impactado en amplias zonas del centro y sureste del país. Por la dimensión, en términos generales podría decirse que el movimiento ocurrió en medio país, y fue sentido casi por la mitad de la población total mexicana, a partir de que fue uno de los temblores de mayor magnitud de que se tenga memoria y registro en toda la historia nacional.

CULTURA DE LA PREVENCIÓN

Todos relacionamos la cultura de la prevención, respecto a los sismos, con la instrucción que aprendemos desde la educación básica que dice “no corro, no grito, no empujo, y me dirijo a la zona de seguridad”. Esa es una de las reglas básicas para la prevención de riesgos en caso de un sismo que, sin embargo, se complementa con una serie importante de medidas que también tienen que ver con eso, pero que no necesariamente están en manos de la población civil.

Una de las cuestiones de mayor trascendencia ha sido la capacidad de establecer, y de que toda la gente lo entienda, esquemas de construcción acordes con la zona en la que habitamos. En un país en donde parece que todo puede prestarse a la corrupción y a las omisiones, resulta que todos han comprendido la importancia de no brincarse, no bordear, y no simular los lineamientos bajo los cuales deben realizarse las edificaciones. En gran medida, esa fue una de las razones por las que en los núcleos urbanos no hubo más que algunos cristales rotos y daños menores provocados por el movimiento sísmico, pero no una tragedia de grandes dimensiones como la que ocurrió en el terremoto de 1985.

En aquella ocasión, quedó claro que una de las razones por las que fue exponencial el número de víctimas humanas y pérdidas materiales en la Ciudad de México, radicó en la deficiente calidad de construcción, y en las incorrectas normas que regían el diseño de las edificaciones que se vinieron abajo. Aquella fue la gran prueba de un inmueble que casi cuarenta años antes se había construido con un sofisticado sistema antisísmico —la Torre Latinoamericana— y que demostró cómo cuando algo se construye a partir del reconocimiento del terreno en el que se encuentra, una posible tragedia puede no quedar más que en la anécdota.

Por eso, a partir de entonces no sólo en la capital del país, sino en todo México, se ajustaron los lineamientos y las medidas de protección en todas las construcciones. Por esa razón, ante la contingencia sísmica, hubo una gran diferencia entre aquellas construcciones antiguas que fueron construidas con diseños y medidas de prevención que o no eran lo suficientemente sofisticadas como las actuales —algunas ya existían, pero eran muy costosas y elitistas—, o que no consideraron la sismicidad del suelo en el que estaban asentadas, y aquellas edificaciones que ya fueron proyectadas o reforzadas después de 1985 y ya consideraban las medidas de prevención por ubicarse en una zona de alta sismicidad.

Por eso, sólo en algunos casos —contados— hubo pérdidas humanas y daños materiales en edificaciones que pudieran considerarse como “antisísmicas”. Eso mismo es lo que debe también permitir reconocer que en México ha sido ampliamente eficaz el fomento permanente a la cultura de la prevención, no sólo porque la gente sabe qué hacer en caso de un temblor, sino sobre todo porque las construcciones están hechas con esa perspectiva, y son capaces de soportar los fenómenos de la naturaleza.

Ahora, con todo y eso, todos debemos volcarnos a ayudar a las personas que habitan las regiones más castigadas por el terremoto. No habrá ayuda, ni recursos, ni manos, ni víveres que sobren, siempre que todo se haga con la responsabilidad y la solidaridad con quienes lo perdieron todo. A eso debemos abocarnos todos. Es lo menos que nos corresponde hacer frente a una tragedia que pudo haber sido de dimensiones catastróficas.

DESINFORMACIÓN

A pesar de todo lo anterior, entre los mismos ciudadanos debemos seguir trabajando en algo básico: muchos siguen creyendo que los sismos se pueden predecir, y difunden inopinadamente información falsa al respecto.

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