No se olvida

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Carlos R. Aguilar Jiménez.

El 12 de octubre de 1968 no se olvida, o nunca se debe olvidar, porque si de algo podemos sentirnos orgullosos los mexicanos, especialmente la gente que es feliz y por sentirse bien con la vida y con ellos mismos hace ejercicio y se dedica al deporte, incluidos los que disfrutamos de toda manifestación deportiva en la que se compita en buena lid y ponderen los sentimientos de fraternidad, hermandad y solidaridad, como sucedió hace 50 años durante la realización de la XIX Olimpiada realizada en México, del 12 al 27 de octubre de 1968, y si bien o mal hay quienes no quieren olvidar lo triste y dramático que se vivió unos días antes ese mismo año en Tlatelolco, todo depende de las circunstancias de la vida de cada quien. Habrá quienes con odios largos todavía se siguen lamentando o quejando y, quienes sanamente se han resignado procurando vivir sin odios ni rencores.

Fueron 112 países, alrededor de 5,500 atletas, mil jueces y funcionarios los que durante 15 días convivieron sana, feliz y fraternalmente en la recién construida Villa Olímpica y en las competencias realizadas en los estadios deportivos, principalmente en el Estadio Olímpico Universitario donde se realizó la magna inauguración, encendiendo el fuego olímpico que viajó desde Grecia a cargo de Enriqueta Basilio. Fue además una olimpiada excepcional a nivel mundial porque fue la primera realizada en un país pobre, latinoamericano y también la primera en que un latino, mexicano (el “Tibio” Muñoz), ganó una medalla de oro en natación; se distinguió también esta olimpiada México 68 por ser la vez primera en que se aplicaron exámenes antidoping para que no se hiciera trampa y todas las competencias deportivas fueran en buena lid. También fue la primera vez que se organizó de manera alterna y paralela una Olimpiada Cultural, en la que la poesía,  música, literatura, teatro y otras bellas artes estuvieron incluidas en el marco de la celebración mexicana del 68, dedicada a la fraternidad mundial, esperanza en la paz y solidaridad internacional, que los líderes de los estudiantes que se movilizaban protestando hacía ya varios meses, pretendían sabotear e interrumpir (y casi lo logran) porque decían, entre otras cosas propias de los comunistas de ese entonces, que ¿cómo era posible que el gobierno mexicano gastara tanto dinero, tantos millones de pesos en unos juegos inútiles, capitalistas, improductivos, superfluos y obscenos, que si bien esto no se dice porque todavía es políticamente incorrecto, sigue siendo la norma de los resentidos sociales, que siempre, como desde el 68 se oponen a todo lo que consideran suntuoso, lujoso o inservible, pero, como haya sido y seguirá siendo, lo cierto es que los Juegos Olímpicos México 68 realizados felizmente hace medio siglo fueron un éxito y triunfo para la fraternidad y convivencia internacional con México, que después sirvió como antecedente de organización y éxito para organizar el campeonato de fútbol México 1970 y luego el de 1986, siempre en ese contexto de amistad y hospitalidad que caracteriza a la mayoría de mexicanos, sin odios largos ni rencores sociales que algunos no pueden ni quieren olvidar.

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