En la pospandemia, hay que repensar el arte, la cultura, el barrio: Luis Cuevas

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Renato Galicia Miguel

La misión cultural y artística del oaxaqueño Luis Cuevas (Oaxaca de Juárez, 1994) se finca en la crítica y la libertad creativa, la calle y el propósito de ser un contrapeso a la transformación gentrificadora tan fuerte que hoy sufre el barrio Jalatlaco y la ciudad de Oaxaca en general.

A sus 28 años de edad, ha labrado una trayectoria como creador que implicó dejar la Escuela de Bellas Artes de la UABJO porque, al fin y al cabo iniciado y gestado como artista a partir de los años 2005, 2006 y 2007 y los movimientos sociales surgidos en ese tiempo en Oaxaca, no le gustó la visión del arte de Shinzaburo Takeda y abandonó esos estudios.

Una formación que también incluyó deambular por talleres y cursos en espacios como la Casa de la Cultura Oaxaqueña y el taller Rufino Tamayo, no pintar durante dos años porque lo suyo no era pensar en hacerlo para vender al gusto del cliente, y regresar al oficio precisamente cuando inició la pandemia de Covid a principios de 2020, pero volviendo a sus orígenes, ese estatus de artista libre que le dio, en sus inicios, caminar la calle, descubrir el sticker escondido en un rincón.

Una esencia que ha complementado con dos proyectos: el taller-galería Tlacuilo, ubicado, claro, en la calle Aldama número 110 del barrio Jalatlaco, donde durante todo enero de 2022 presentó una primera exposición, “Muertos y dolores cotidianos”, de un artista, Ernesto Cabrera, cuya obra “es difícilmente vendible porque toca temas muy fuertes y críticos de lo que está pasando hoy en Juchitán: asaltos, secuestros, desapariciones, violaciones, mutilaciones, violencia”.

Y su participación en el proyecto Mitote, un collage de jóvenes y propuestas de lectura de textos, música, venta de libros, performance y otros lances creado como un frente contracultural ante la cada vez más artificial y comercial cultura oficial, institucional, convencional, mediática, de élite, tótems y discipulado que domina desde hace décadas en la capital y el estado, pero también como antivirus de la gentrificación que se ha incrementado exponencialmente en los últimos años en sus aspectos de segregación, desplazamiento material y simbólico de la cultura, injusticia socioespacial, ámbitos asignados al mercado y desarrollo geográficamente desigual del capitalismo, como se apunta en el libro “Gentrificación/ miradas desde la academia y la ciudadanía” (UNAM, 2017).

Antes de entrar en materia, comentamos algunos aspectos de los artistas José Luis Cuevas y Rufino Tamayo y sus rupturas: “tuvieron que ver con el rompimiento con una escuela que ya estaba muy clavada en esos años”, acota Luis.

 Y también de la pandemia: “lo que la pandemia nos vino a decir es que no sabes si va a haber un mañana”, sentencia.

—José Luis Cuevas y Rufino Tamayo fueron en su momento contestatarios, ¿te identificas con ellos, con la Ruptura?

—Pues de alguna manera sí. Estudié en Bellas Artes, donde predomina una de las escuelas oaxaqueñas, una de las élites, que viene del maesto Takeda. Es una línea que muchos siguen para poder sobresalir y tener un nombre en el arte. Pero a mí digamos que no me gustó la visión de Takeda, esa de dibujar y pintar de esta forma… y si lo haces, te voy a apoyar…

—Si no, no… Son moldes y vicios que tienen que ser trascendidos, ¿no?; está bien, eso es lo que vivieron los Takeda, los Toledo, los Morales, pero como que ya estuvo, la pandemia lo exige, ¿no crees?

Responde Luis Cuevas: “lo que me hizo ver la pandemia es que no hay nada seguro, nos vino a decir que no sabes si va a haber un mañana. Hay que repensar todo y en todos los sentidos. En el arte, por ejemplo, crear lo que te nazca, no seguir líneas, no decir: ‘en esto, tengo algo supuestamente seguro porque lo están haciendo los demás y lo voy a seguir’, sino buscar lo propio, ser libre, sin que nada te limite”.

Luis Alberto Cuevas Curiel inició su formación cultural y artística a los 12 o 13 años, entre 2005, 2006 y 2007. Le tocó percibir todo lo que sucedía en la calle: las barricacas, los helicópteros, las desapariciones, el uso de la fuerza policiaca. Pero “lo que más me gustó fue ver cómo la gente se organizaba y luchaba contra la policía”, enfatiza.

“Empecé con el grafiti, me acerqué a él por mis vecinos, mis primos. Para mí no existía el arte, existía el grafiti, todo lo que veía en la calle, que más que nada era ilegal. Siempre iba en el camión buscando qué había de nuevo, viendo los rinconcitos de la calle, si encontraba un sticker nuevo o cualquier otra cosa similar. Para mí eso fue como una formación que sigue marcándome: sigo caminando las calles y viendo qué hay de nuevo, quién y qué está pintando”. 

Después de estar en el taller Rufino Tamayo, allá por 2015, “me di cuenta que lo que realmente quería hacer era producir, pintar, aprender grabado, nuevas técnicas. Después participé en algunas exposiciones colectivas”.

Luego entré a la Escuela de Bellas Artes, donde ocurrió ese como choque: “yo venía de lo que había visto en las calles, de lo que era el grafiti, tenía mi propia concepción de lo que era arte, y en Bellas Artes estaba el contraste total. Mis ánimos fueron para abajo, entré en un conflicto conmigo mismo y el arte. Me desilusioné mucho, me frustré. Empecé a pensar si estaba pintando para vender y complacer a otros.  Esos años fueron los más difíciles para mí. Decidí dejar de pintar, así estuve dos años. Y a partir de la pandemia retomé camino, sin pensar en las escuelas o en que tenía que vender o en que le gustara mi pintura a alguien.

—Qué tanto está, dentro de tu concepción de arte, tu barrio Jalatlaco.

—Tiene mucho que ver. Antes de entrar a Bellas Artes empecé a tener contacto con mi abuela, y ella comenzó a contarme de su hermano Kid Curiel, mi tío abuelo que fue boxeador, me contó su historia, cómo lo asesinaron, también, cómo era el barrio, las historias de los curtidores, de mis primos y tíos. 

En la Escuela de Bellas Artes, precisamente, “uno de mis proyectos era hablar del barrio Jalatlaco, y uno de mis maestros me dijo: ‘eso no es relevante, cambia de tema’.

Platica Luis Cuevas que desde un principio estuvo muy presente en él ese lado histórico de su barrio, porque “yo soy de ahí, mi familia es de ahí”.

Por eso “se me hizo muy importante que en el taller-galería Tlacuilo –el cual creó en el año 2021– una de las misiones sea que la misma gente del barrio ocupe un lugar, que tenga un espacio para resguardar la historia, la memoria de Jalatlaco. 

—Más en estos momentos, ¿no?, cuando Jalatlaco y la ciudad de Oaxaca está sufriendo la embestida de la gentrificación por parte de propios y extaños, una transformación muy fuerte.

—Hay muchos puntos respecto a este tema, pero tocaré dos. Uno, el económico: el cómo se encarecen las cosas. Hace diez o cinco años, por ejemplo, las rentas estaban a mil pesos y hoy a más de 20 mil. Y el otro, lo sociocultural: la comparsa, digamos. 

Así como la fiesta patronal es la más importante para un pueblo, “así yo veía de niño la comparsa en Jalatlaco. Mucha gente no sabe que ésta no nada mas es ir a tomar o  bailar o echar desmadre.  Incluye, por ejemplo, la actuación. De niño, a mí me ilusionaba mucho disfrazarme y ponerme la máscara. 

“Y todo eso se está perdiendo, se está viendo como, ‘ah, van a venir un montón de gringos, el barrio va a llamar más la atención y con eso vendrán más’ visitantes. Se empieza a ver con otra visión, más en relación con los que vienen de fuera y no hacia el mismo barrio, como era antes.  Y si eso pasa con estas cuestiones socioculturales, creo que puede pasar con todo en general. Nos vamos a desarticular, todo lo que hagamos va a ser para recibir al extranjero, es como una neocolonización: nos vienen a deslumbrar con espejitos y al final de cuentas eso nos va a dar en la madre como barrio y como sociedad”.

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