Campañas a la gubernatura en Oaxaca; la elección federal de 2024 define la agenda política

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Adrián Ortiz Romero Cuevas

Ayer arrancó el periodo de campañas proselitistas en Oaxaca, y en otros cinco estados de la república mexicana para elegir a sus respectivos gobernadores. En todos los casos, los procesos electorales estatales están determinados por la agenda política de la elección federal de 2024. Vale la pena revisar el caso Oaxaca.

En efecto, en el arranque de las campañas en Oaxaca existe un falso debate respecto a qué campaña es la mejor, o qué candidato va mejor posicionado. Más allá de las ardientes posiciones respecto a uno u otro candidato, lo cierto es que el inicio del proselitismo no pasa de ser un mero simbolismo, al estar depositadas todas las perspectivas sobre el resultado de los comicios, en las estructuras y no en el trabajo partidista. 

Más allá de la parafernalia, o de los actos representativos realizados ayer por los candidatos —Salomón Jara de Morena; Alejandro Avilés del PRI-PRD; Natividad Díaz del PAN y Alejandra García de MC, además de los dos candidatos indígenas—, lo cierto es que cada uno sabe exactamente en qué posición arranca la campaña, cuáles son sus perspectivas, y qué debe hacer —tanto en estructuras como en el trabajo electoral— si es que quiere modificar parcialmente la posición en la que se encuentra. Ergo: ahí no hay sorpresas ni anhelos. La realidad es una para cada candidato, y fuera de eso todo lo demás en la campaña serán apariencias.

Lo que sí vale la pena revisar son las posiciones de los partidos no de cara a este proceso electoral, sino al federal de 2024. ¿Por qué? Porque tanto en Morena como en la posible alianza PAN-PRI-PRD existen ya perspectivas en juego, independientemente de que, en esta ocasión, sólo se dispute la gubernatura y no las demás posiciones legislativas —diputaciones locales, diputaciones federales y senadurías— en las que Oaxaca también tiene presencia nacional. Comencemos por Morena.

La definición de Salomón Jara como candidato de Morena no sólo consolida su grupo, sino que además confirma el hecho de que, si gana la gubernatura, tendrá la oportunidad —y la responsabilidad— de impulsar a toda una nueva clase política. La puerta de entrada para todo eso serán las posiciones en el gabinete estatal, para impulsar desde ahí a quienes considere que pueden ser las posiciones legislativas de su grupo a partir de 2024. 

Jara tiene el campo abierto al haber terminado venciendo a Susana Harp en los tribunales, y no en un acuerdo político que lo habría obligado a cederle posiciones —para sus allegados— tanto en el gobierno como en la elección federal de 2024. Hoy, de ganar la gubernatura, el escenario en pleno será a favor de Jara y la clase política que pretenda impulsar para tratar de trascender, a través de alguno de sus cercanos, al 2028 cuando culmine su mandato como gobernador. 

Harp dejará de ser senadora hasta 2024; y luego del descalabro actual —el cual denotó su ingenuidad, al ser utilizada por una facción al interior de Morena, y su falta de sensibilidad política en un partido horizontal— no tendrá juego alguno como para lograr ser contrapeso de Salomón Jara, si éste resulta electo gobernador. Quizá podría colarse como candidata a una diputación federal, pero evidentemente ya no en la posición de ser dicho espacio consecuencia de una negociación política, sino de un premio de consolación. Y hasta para eso, quién sabe si le alcance. 

¿Cuál es el reto de Jara Cruz? Impulsar genuinamente una nueva clase política. Una nueva generación política que emerja de su grupo, y que ataje los intentos de concertacesiones que seguramente desde ya le están intentando ofrecer desde los grupos contrarios, para facilitarle el espejismo de una “transición plena” pero pactada. Oaxaca iría por su tercera alternancia de partidos en el poder. Y más allá de lo que se diga, lo cierto es que existe la madurez suficiente entre la ciudadanía para permitir el paso a un gobierno de filiación distinta a la actual.

REJUEGOS PAN-PRI

Es lamentable el caso del PRD, que con su decisión de aliarse con el PRI sólo abona a su extinción. Lo relevante en este juego de sumas y restas se encuentra en las razones que tuvo el PAN para no ir con el PRI. La perspectiva también tiene que ver con el 2024. ¿Por qué? Porque el PAN ve al PRI como un partido o que está entregado al presidente, o que en cualquier momento lo hará.

De manera concomitante a ello, saben también que el PRI carece de un candidato presidencial fuerte para 2024; y que, en la posibilidad de una coalición entre ellos para los comicios federales próximos, será mucho más fácil y viable que el PRI se una con el PAN para llevar juntos un abanderado emergido de las filas del albiazul. La realidad es innegable: mientras los tricolores van de lado en prácticamente todas las discusiones relevantes de la vida nacional, el PAN ha mostrado una posición mucho más consistente con su condición de fuerza opositora.

En ese contexto, el panismo oaxaqueño consideró que no era viable permitir una alianza electoral estatal con el PRI, porque no tuvieron certeza de que el PRI pudiera hacerlos incrementar su cauda de votación en la entidad —saben que tienen una presencia discreta en el electorado, aunque propia—; y porque independientemente de todo, no había ninguna perspectiva de qué se podría negociar en una elección en la que no hay otra posición más que la de la gubernatura, que ahora menos que nunca el PRI tiene claro si la puede ganar o no.

Al final, de ahí se entiende el enojo que hace algunos días expresó el Gobernador respecto al PAN. No fue el PRI, sino los panistas, los que rechazaron específicamente la alianza electoral en Oaxaca. Y eso se sumó a la necesidad del Gobernador Alejandro Murat de mantener a toda costa su buena relación con el presidente, que no ve al tricolor como su adversario histórico, sino al panismo. Habrá que ver qué tanto incide esta posición en la perspectiva de una coalición nacional para 2024, o qué tanto logra diluirse en la euforia de las campañas electorales.

Al final, tanto Alejandro Avilés como Natividad Díaz están participando como candidatos no sólo en el contexto de la elección actual, sino sobre todo en la perspectiva de qué tanto afianzan sus posiciones para competir en 2024, por alguna de las posiciones que —entonces sí— estarán en juego. El llamado “piñatazo” será hasta entonces. Pero no podrá participar de él, quien no tenga consolidada una posición —y un margen de votación— en la elección actual. Por eso hoy 2024 está jugando más de lo que muchos nos imaginamos.

EPITAFIO

Sólo la embriaguez de poder explica que al final, en la UABJO, puros y conversos estén tratando de asegurar una “transición” en la rectoría que no podría ser más ignominiosa: impulsando, al mejor estilo de Abraham Martínez Alavez, jefe de la Familia Real, a un personaje desconocido, ajeno a la vida universitaria, sin crédito social ni prestigio académico, y sólo como un títere. Utilizar de esa manera a una persona, que es conocida en otros ámbitos —muy cercanos a los negocios desde el poder, lo cual pareció haber sido determinante para impulsarlo— pero no en el académico, para tratar de calmar la efervescencia política universitaria, es como tratar de apagar el fuego con gasolina. En esas condiciones, ¿qué diferencia hay entre impulsar —fallidamente— a Cristian Carreño, que al “Águila”; al difunto Rubén Marmolejo, alias “el dragón” o a “Chava Taquero” como Rector? Abundaremos.

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