Examen profesional

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Carlos Morales 

Había  lloviznado y las piedras verdes estaban humedecidas pero el sol había reaparecido rápidamente dejando entrever el diáfano azul del cielo de la Verde Antequera. El año había pasado muy rápido y ya estábamos finalizando septiembre. Habían pasado dos años desde que en el mismo lugar habíamos quemado en una ceremonia atávica los gordos libros de Burgoa al ritmo de los Caciques. 

Entré por la puerta principal del bellísimo edificio de la Universidad que aún lucía las imágenes biseladas de Porfirio Díaz y Benito Juárez a cada lado de la puerta.  Con el cabello brilloso por el Wildroot y traje azul de rayitas comprado a crédito en Plaza Antequera acudí a la cita con el destino.

No eran días fáciles para la Universidad. Dos días antes, en la explanada de C. U., manos criminales habían dado muerte a un líder sindical dejando una estela de incertidumbre y miedo entre los estudiantes asombrados por el inusitado nivel de violencia. La nota roja de aquellos años no era lo que es hoy. Bastaba media hoja de El Imparcial para narrar nuestras sencillas historias de horror.

A los pies del metálico Benito, un grupo pequeño de estudiantes vociferaban consignas exigiendo la investigación de los hechos y la presentación de los culpables. Amenazaban con tomar el edificio central y ponerse en huelga. Eran los protestadores de siempre. Lo mismo protestaban por el alza en las inscripciones, por el aumento en el precio del pasaje o por la carestía de la vida. 

Junto a la puerta del Manuel Palacios y Silva, impecable y grave, de pie, el presidente de mi jurado. Había sido mi maestro de Derecho Constitucional y de Amparo. Me hizo memorizar el antiquísimo concepto de autoridad para efectos del juicio de amparo hoy desfasado por el drittwirkung der grundrechte.

El maestro David Rodríguez me asustó: “hay protestas, no tardará en que se apoderen del edificio, no puedo poner en riesgo a los integrantes del jurado, lo mejor es posponer tu examen”.

Sudé caliente yo que ya andaba sudando frío por el temor propio del examen. La aseveración del maestro David significaba alargar el suplicio pero lo que más me preocupaba era haber pagado anticipadamente la cena de celebración para 50 personas en el restaurante “Las quince letras” de doña Celia Florian. 

Me dirigí al líder, que por cierto era mi paisano, le dije que me dieran chance, que era mi examen profesional. “El interés colectivo de pedir justicia deberá prevalecer sobre el bien individual y tu examen puede esperar”. Me dijeron. De pronto uno de ellos, fue más pragmático: “Hemos protestado todo el día y no hemos comido ¿qué puedes hacer por nosotros?” Saqué un billete de doscientos y se fueron gritando consignas al “Titos” por las de choriqueso.

El escenario estaba listo. En el hermoso salón de exámenes profesionales el jurado estaba completo. Heriberto Antonio y Hermógenes García flanqueaban a don David. Empezó el examen. 

El presidente me preguntó si me gustaba la poesía y respondí que sí. “¿Qué significa la frase ‘era la media noche del 15 de septiembre de 1810 y el sol reverberaba en el cielo’?” cuestionó: “la noche era una referencia a la nocturnidad pero la mención al sol era el brillante llamado de Hidalgo a la libertad para la América Mejicana”. Le respondí. “El método de interpretación de la poesía es el mismo método para interpretar el derecho.” Me dijo. 

Mi tesis profesional: el Ombudsman de la Democracia. El maestro David me cuestionó sobre si no teníamos una inflación de instituciones, “muchos elefantes blancos y tú, me dijo, quieres crear el ombudsman de la democracia”.  No. Repliqué. Los derechos políticos en México no tienen protección: el amparo y el sistema no jurisdiccional no pueden remediar la violación a los derechos políticos electorales. Aun no existía el sistema de medios de impugnación que ahora conocemos.

A medio examen, ordenó: “Salga a dar una vuelta al segundo patio, respire, jale aire y regrese”. Fui al segundo patio, respiré, jalé aire y volví. Regresé para contestar puntualmente las preguntas del maestro Heriberto Antonio con quien desde entonces me une una amistad. Hermógenes me preguntó sobre temas laborales que sorteé citando algunas ideas robadas a Cavazos y Nestor de Buen.

Me aprobaron en el teórico. Ya había anochecido. Sólo faltaba el examen práctico. El maestro David me pidió que elaborara una demanda de amparo contra la determinación del juez de ordenar la práctica de la ficha signaléctica. De memoria escribí mi demanda en la que cité la jurisprudencia de la SCJN e hice control de convencionalidad. Entregué mi examen. Y el jurado me sacó del salón para deliberar.

Volví para la toma de protesta. El Wildroot había perdido fuerza y los cabellos habían tomado su rígido camino. El maestro hoy finado David Rodríguez, emocionado hasta las lágrimas dirigió unas palabras que jamás voy a olvidar. Habló de la lamentable situación de la Universidad y de las virtudes de los abogados y de las buenas personas: “Si la universidad se va a salvar será por gente como tu, Carlitos”. Con esas palabras empecé a caminar de la búsqueda de la justicia. Recibí mi título de obrero del derecho, de artesano de la justicia. Y aquí sigo. 

De eso ya pasaron algunos años y si hoy lo cuento es porque hace unos días finalizó septiembre, porque a media tarde lloviznó pero el sol salió de nuevo, porque andaba por el centro histórico, compré un esquite al elotero exitoso, y aproveché para entrar al edificio central y me dio mucha tristeza ver el estado en que se encuentra. Nuestro edificio no volvió a ser el mismo desde que fue quemado el Paraninfo y es necesario recuperar, neta que si, como dijo el Maestro David, el prestigio de la Universidad. Es ahora.

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