Carlos R. Aguilar Jiménez.
El universo en su totalidad y la diminuta porción del cosmos que es la Tierra, nuestro planeta, que llamamos naturaleza por su cielo azul, nubes blancas, agua, tierra y vida, no son ni buenos ni malos, simplemente son, existen, y depende de nosotros que sea bueno o maligno, porque un huracán, por ejemplo, puede ser maligno para zonas donde sucedan calamidades o desastres, pero bueno para regiones donde las lluvias sirvan a cultivos de plantas y recarga de mantos freáticos, pero únicamente de forma temporal, porque si bien la naturaleza opera o funciona como debe, en realidad siempre, desde que nacemos, está tratando de matarnos y a la espera de extinguirnos.
La naturaleza como parte de la dinámica biológica reproductiva, ante la persistencia por sobrevivir de los genes egoístas, es inquebrantable tratando de mantener su existencia a pesar de extinciones masivas, cataclismos globales, catástrofes cósmicas o pandemias exterminadoras, obedeciendo las leyes evolutivas darwinianas respecto de la supervivencia diferencial de los más aptos y los principios de Roberth Malthus explicados en su libro: Ensayo Sobre el Principio de la población (1789), porque si bien en un principio la naturaleza es persistente en la reproducción biológica, incluso en contra de la entropía, la biología procura engendrar todo los descendientes o hijos posibles por si alguno sobrevive, como un árbol de huaje o diente de león que diseminan miles de semillas, de las que únicamente una o dos germinan, para que después, este es el otro aspecto de la naturaleza maligna (que en realidad no lo es) trate de inmediato de matar, porque de los miles de semillas o huevos que esparcen plantas y animales, pocos sobreviven y, quienes lo logran de inmediato, la misma naturaleza quiere matar, porque en principio, desde el primer día de vida las bacterias y virus como parásitos malignos nos quieren usar para vivir y reproducirse adentro nuestro, enfermándonos y luego matándonos, de la misma forma que la oxidación del cuerpo debido a respirar oxigeno que paulatina pero inexorablemente nos deteriora y perjudica las funciones del cuerpo, además de todas las enfermedades y fallas fisiológicas, bioquímicas o metabólicas del organismo según el desarrollo humano y del propio proceso de envejecimiento, que día a día, desde que nuestra madre nos diera a luz, nos conduce a la muerte. Si para morir nacimos, lo cierto es que vivimos poco tiempo y, aunque algunos llegan casi a vivir un siglo, lo cierto es que después de los 80 únicamente se sobrevive, porque al final la entropía traducida como: Todo por servir se se acaba o n o hay desayunos gratis, nos extermina al morir, para dar oportunidad a la vida de otros, nuestros hijos o descendientes, quienes también tendrán su oportunidad de existir unas cuantas décadas, porque al final la naturaleza, que ni es buena ni mala, simplemente ES, nos matará, ya sea por virus, bacterias, accidentes o envejecimiento sin escape. Esperemos que en nuestro caso no sea por Covid-19 si nos quedamos en casa.