Carlos R. Aguilar Jiménez.
Desde que comenzó la pandemia y a pocos días de la cuarentena o aislamiento social que nos obliga a quedar en casa sin poder salir a trabajar, hacer ejercicio, pasear, viajar, reunir con amigos, novios o con quien sea debido al miedo y posibilidad de contagio, las condiciones de convivencia, trato, avenencia o conformidad entre quienes se ven obligados a estar en casa y contacto directo todo el tiempo, días, semanas y ahora meses, el aislamiento ha derivado en problemas psicológicos o anímicos que en casos graves resultan en violencia intrafamiliar, malos tratos y desesperación o desencuentros además de enojos permanentes y hasta desilusión, porque como sucede con las etapas psicológicas de Desarrollo Humano, cuando los hijos se van y ocurre el reencuentro de parejas, en la mayoría de casos no salen bien librados, y en este cuarentena está sucediendo lo mismo, incrementando a los problemas de salud por covid, enfermedades mentales, que si para bien no son mortales, en la mayoría de casos representan graves problemas para quienes los padecen, entre depresión, melancolía, desilusión, histeria y posibilidad hasta de suicidio.
Para todos el futuro es incierto al no saber sin en cualquier momento, no obstante las precauciones, nos vayamos a contagiar de covid debido a las pocas o nulas restricciones que ha impuesto el gobierno, pero sobre todo por el pésimo ejemplo del presidente A.M, quien necia y absurdamente se niega a utilizar cubrebocas, pero también por la ignorancia o necedad de la población que siguiendo el ejemplo de su líder se resiste a cubrir la boca infectando o matando a los demás. Todos nos hemos visto en la imperiosa necesidad de abandonar nuestra rutina, cotidianidad y desempeño recluyéndonos en nuestras casas, que para algunos no es un hogar agradable, sino simplemente un lugar donde dormir o ver tv, existiendo una enorme diferencia entre la inefable beatitud de la casa de algunos como lugar que, sin importar la seguridad o sosiego que nos de, no siempre tendremos ganas de estar ahí, por muchas comodidades o lujos que tenga, porque una cosa es llegar a disfrutar después de sentirnos útiles y volver a complacer o descansar, y otra es estar ahí todo el día, semanas y meses, convirtiéndose en jaula o prisión de oro. Luego de cuatro meses de encierro, la histeria y ansiedad, la desilusión y depresión se apoderan de uno arruinando los sentimientos y gusto por la vida, haciendo creer equivocadamente que no vale nada, que no hay futuro y que nada nos emocionará, colapsándose rápidamente la alegría y entusiasmo de antes. Al sentirnos atrapados y solos, la tv o computadora son aburridas, el celular intrascendente, la comida una simple necesidad sin gusto, sabor ni aromas, arrinconando incluso a quienes poco tiempo antes consideramos especial en nuestra vida. Afortunadamente pronto, no sé cuándo, pero pasará la pandemia y aislamiento y renacerá esa ilusión por vivir, que debe condicionarnos a no tomar decisiones de las que nos arrepintamos después, sabiendo que psicológicamente no estamos bien ahora.