Carlos Morales
Aquella mañana de octubre llegué corriendo a las siete y diez al viejo edificio de muros verdes. Iba a mi primera clase del segundo año de la Facultad de Derecho. La UABJO vivía los últimos días de sus años dorados. Salinas de Gortari llevaba un año en el gobierno y el internet era algo que sólo existía en la Nasa. Atravesé el primer patio, pasé detrás del búho y me dirigí al tercer patio. En el tercer patio estaba Radio Universidad, la cafetería y dos salones de clases. La clase era de Teoría del Estado. Sudando y retrasado. La puerta estaba cerrada pero afuera se escuchaban las carcajadas. Pensé que si reían no me podía ir mal. Mi generación fue traumatizada por la innecesaria severidad de algunos maestros.
Empujé la puerta metálica y me introduje. El maestro de rostro apacible y de edad avanzada exponía con voz profunda. Tenía una mirada papal, casi paternal con un aire de ternura como de Chico Malo de Disney. Usaba un saco de lana grueso y sombrero de fieltro, de aquellos que estuvieron de moda en los años 50, como los que usaba el maestro Adrián Méndez. Encorvado pero firme movía sus enormes manazas de un lado a otro. Sobre el escritorio colocaba la bufanda. Escribía en el pizarrón algunos garabatos de origen desconocido. Con mucha seriedad explicaba las reglas del juego: “Quienes lleguen a la clase después de que yo haya entrado al aula tienen falta y con tres faltas se van al extraordinario”. Su manera de calificar era maravillosa: “cómo son muchos alumnos aviento los exámenes sobre mi escritorio, los que caen sobre el escritorio aprueban y los que se van al piso no.” Todo mundo reía a carcajadas.
La clase era fenomenal. Tenía un excelente sentido del humor. Sabía de política tanto como Muñoz Ledo. Leímos a Arnaldo Córdova y a Pablo González Casanova. Sobre “El príncipe” de Maquiavelo elaboramos un ensayo. Su amplia cultura política dejaba boquiabiertos a los chavos rebeldes que pensábamos que Cuauhtémoc debería ser el presidente de México. Estaba muy reciente el fraude electoral de Salinas. Y no perdía oportunidad de contar alguna anécdota, había sido testigo presencial de muchos sucesos históricos:
—Mi amigo Luis Echeverría fue ungido candidato a la presidencia de la república por el trompudo Díaz Ordaz. Y me llamó por teléfono. Daniel, mi campaña no levanta. Crea un lema de campaña. No pude decirle que no. Estuve con esa preocupación durante varios días. Y no se me ocurría nada. Fui a la peluquería y el fígaro preguntó ¿Cómo le corto licenciado? Y yo le dije “arriba y adelante”. Entonces llegó la inspiración. Así nació el lema de la campaña presidencial de Luis Echeverría “Arriba y Adelante”. Y ganó con el 86 por ciento de los votos.
El maestro Castillito vivía en la calle de Fiallo en el edificio dónde estuvo inicialmente el Instituto de Ciencias y Artes frente al Jardín San Pablo. Sobrevive la casa pues no fue incorporada al Convento de Harp Helú. Aún existe una placa en el exterior que dice “Daniel Castillo Martínez, abogado” como referencia de que ahí estuvo su despacho jurídico.
Todos los días caminaba dos cuadras sobre la avenida Independencia para llegar puntualmente a su clase de las siete. Tenía de vecina a la entonces única librería de la ciudad, la Proveedora Escolar. Llegaba con una cinta métrica frente a los anaqueles de libros y le decía al vendedor “deme de aquí hasta aquí” y compraba 90 centímetros de libros. Contaba que ya había leído todos los libros de la colección “Sepan Cuántos”. Gracias a él aprendí a leer los maravillosos prólogos de la colección bautizada por Alfonso Reyes.
La anécdota que más se le recuerda es aquella sobre la expropiación petrolera:
El general Lázaro Cárdenas estaba harto de que las compañías gringas se llevaran el petróleo de México y no dejaran ninguna ganancia. Pero tenía miedo de expropiar la industria petrolera por las reacciones del gobierno de Estados Unidos contra México. El presidente Cárdenas desde la soledad del palacio dudaba y dudaba. Tomó el teléfono rojo y marcó a su amigo el abogado Castillo y preguntó: ¿Expropiamos Daniel? Y la respuesta fue contundente ¡Expropiamos señor presidente! Fue así como se consumó la expropiación petrolera.
Hace algunos años el maestro Daniel Castillo murió dejando una gran cantidad de alumnos que lo recordamos con afecto. Ojala que nuestra universidad, algún día le haga un gran homenaje en el tercer patio del edificio central donde dio clase por más de 50 años y forjó bondadosamente a cientos de alumnos. Ojalá que la Universidad, reconozca que Oaxaca no sólo es cuna de la codificación iberoamericana sino también cuna de la expropiación petrolera y el próximo 18 de marzo, coloque y devele una placa en el edificio central con la frase:
“—¿Expropiamos Daniel?
—¡Expropiamos señor, presidente!”.