- Paréntesis
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Ismael Ortiz Romero Cuevas
Tengo que aceptar que de repente me gusta ir al cine a ver películas que son solo para entretenerme y entro a la sala sin la mayor expectativa, porque sé lo que entro a ver y la misma película hace que solo vaya a pasarla bien, a comer palomitas y a divertirme. Por eso, el pasado fin de semana, mi sobrino Tadeo me sugirió ir a ver la película “Titanic: la maldición”, solo por el deseo de divertirnos en el cine.
Definitivamente no esperábamos en absoluto ver una obra cinematográfica y tampoco efectos especiales grandiosos, sabiendo que la empresa productora de esta cinta, The Asylum, se dedica específicamente al financiamiento y distribución de cintas de lo que antes conocíamos como clase B, es decir, esas películas de bajo presupuesto que solo buscan hacer dinero con un limitado mercado de seguidores y con películas que tienden a ser incluso ridículas en algunas ocasiones y que incluso no llegan a las salas de cine, sino que se iban directo al formato casero, lo que hoy podría ser el estreno en plataformas.
Incluso por la duración de la película, una hora con 28 minutos, entendimos mi sobrino y yo que era una producción sin mucho qué esperar. Pero grande fue mi sorpresa cuando, aún con todo y lo limitada que puede ser una creación de este tipo, sí hubo cosas que valen la pena destacar. Lo primero es la actuación de Keesha Sharp como la capitana Rose Rhoades, que pese a todo lo ridículo que puede resultar la trama, sí hace un digno trabajo de interpretación, aunque también su desempeño decae hacia el final de la cinta y se convierte en una protagonista muy endeble. La ambientación del barco está bien lograda y hay tintes de que pudiera haber una iluminación profesional en ciertos aspectos, pero decaen en la mayoría de la duración del filme; hay algunas “muertes” dentro de la trama que también merecen la pena destacarse, las referencias a la cinta de James Camerón que resultan sutiles y solo perceptibles para quien recuerde detalles de “Titanic” de 1997 y algunos efectos especiales que, aunque baratos, tienen su mérito.
Pero en realidad la cinta va de mala a peor en varios puntos y conforme avanza el filme. Primero, se me hizo que Tubi (la plataforma que la produce y que aún no está en México) y The Asylum hicieron algo de muy mal gusto, cuando en los Estados Unidos la cinta se estrenó en el aniversario del hundimiento del barco. Y sí, pareciera en todo el filme que estamos ante una gran broma plagada de malos efectos especiales y con una trama que impacienta al espectador al tomarse demasiado tiempo para llegar a las escenas de verdadero terror ¿qué no ese era su género? Y sí, no es una cinta de horror, aunque el título sugiera eso, sino más bien es un culebrón aburrido, sin sentido y con la caracterización de los fantasmas que sin problemas serían el disfraz de cualquier niño odioso en las fiestas de Halloween, por baratos y cómicos. Y no lo digo con rencor porque desde que compré los boletos sabía que sería una especie de parodia o burla, sino porque, así como la escasa audiencia de la sala, esperábamos al menos dar un brinco producto de algún susto.
La pasé bien viendo “Titanic: la maldición”, no lo puedo negar. Mi sobrino y yo nos divertimos un poco hasta que una pestañita no le vino mal por lo lenta que resulta la historia, que al final de cuentas es predecible, sin sobresaltos, y en un género que no es un drama, no es horror, no es comedia y tampoco tiene acción. Y aunque muchos críticos la han catalogado como un chasco, puedo decir a mi favor e incluso al de la película, que todos sabemos de antemano qué esperar cuando entramos a ver una cinta de ese tipo.
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