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Ismael Ortiz Romero Cuevas
Comenzar la columna de hoy, ha sido un tanto complejo. La situación es que las historias trágicas, aunque a veces estimulantes, no dejan de ponernos melancólicos en cierta manera; la situación es que queramos o no, eso sucede a todos los niveles y a pesar de que el mundo del cine podría ser un sueño para muchos, a otras personas les ha arruinado la vida, degradando a los protagonistas de las cintas, a meros objetos de lujo, de deseo o de triunfo.
Precisamente es algo de la historia que quiero que repasemos hoy, la de Björn Andrésen, quien fue llamado “El joven más bello del mundo”, un título que no solo lo catapultó a la fama súbita, multitudinaria y mundial, sino que acabó con su vida, su seguridad y su carrera. Pero para esto, vayámonos a finales de los años sesenta, cuando al cineasta italiano, Luchino Visconti, le fue encargada la adaptación cinematográfica de la novela del escritor alemán, Thomas Mann, “La muerte en Vencia”. Para ello, Visconti llamó al actor británico Dirk Bogarde, para el rol principal del músico con depresión Gustav von Aschenbach, quien se obsesiona con un adolescente polaco de nombre Tadzio. Y ahí comenzaría una búsqueda implacable por parte de Visconti.
En el libro, al personaje de Tadzio se le describe como un joven de rasgos andróginos, de una descomunal y sobrecogedora belleza. La búsqueda para el actor que encarnaría al personaje objeto de deseo del músico comenzó por prácticamente toda Europa. El director recorrió países como Francia, Polonia, Inglaterra, Grecia y España en busca de aquella belleza masculina que el libro describía. Antes de encontrar a quien finalmente se quedaría con el personaje, el español Miguel Bosé, en aquél entonces de catorce años, había sido el elegido por Visconti para el personaje, sin embargo, su padre, el torero Luis Miguel Dominguín no permitió que su hijo coprotagonizara la película por la naturaleza del personaje. Casi derrotado y agotado, Visconti viajó a Suecia donde por fin encontró a alguien que le convencía para el papel, el adolescente Björn Andrésen de quince años y sin experiencia en el mundo del cine. Después de audicionar a cientos de jóvenes, el director realmente quedó maravillado con la belleza y estatura de Andrésen, que ya medía 1.78 y a quien, en la prueba, le hizo que se quitara la camisa, luego los pantalones y posara. Rodeado de adultos, Andrésen se sentía tremendamente incómodo pero su deseo de ser actor famoso pudo más e hizo lo que Visconti y su equipo le pedían. Le veían el rostro, le revisaban los ojos, el cabello, los dientes, los pies y las manos. Lo fotografiaban y Visconti le hacía preguntas. Parecía que el director comenzaba a sentir por Andrésen, lo que el músico protagonista de la historia sentía por el adolescente. Después de esa prueba, Visctonti le dijo: “Felicidades. Ahora, eres Tadzio”.
El rostro de Björn Andrésen, de una trágica belleza, no era obra de la casualidad. En ese tiempo, el adolescente vivía en una cabaña rural en las afueras de Estocolmo con su abuela, quien, por cierto, siempre quiso ser actriz. Andrésen estaba con ella en condiciones precarias, pues su único ingreso era la venta de productos que daba su granja, el suicidio de la madre de Andrésen hizo que al final se quedara con su familiar más cercano. Su abuela, consciente de la belleza de su nieto, siempre lo animó a que se dedicara al mundo del espectáculo y lo acompañaba a las audiciones para obras de teatro. Sin embargo, el interés de Andrésen siempre fue la música, tanto que consiguió una beca en la Escuela de Música “Adolf Fredrik”. Cuando consiguió el papel de Tadzio, tuvo que viajar a Italia a la filmación con Visconti como tutor, pero con su abuela feliz de que había conseguido un papel en una producción de escala internacional.
Ya en el set de grabación, la obsesión de Visconti por la perfección del papel y con el adolescente aumentaron al grado de llegar a los abusos psicológicos. Durante la filmación, Andrésen tenía terminantemente prohibido cualquier contacto con el exterior y con situaciones que pusieran en riesgo, no tanto la integridad física del entonces debutante, sino la lozanía que, según Visconti, debería tener el personaje, desde el tono de piel, hasta cualquier anomalía con su cabello, ojos y dientes. Parecía que el director era propietario del joven, quien no tenía más opción que obedecer sin protestar.
Antes de su estreno en cines, “Muerte en Venecia” fue presentada en el Festival de Cannes en 1971, donde a Visconti se le ocurrió una frase que marcaría la vida de Andrésen pero que era una gran campaña de mercadotecnia para la película: “Con ustedes, el joven más bello del mundo” aseveró. La atención desmedida y popularidad que eso generó fue un gran impulso para “Muerte en Venecia” pero un pesado lastre para Andrésen, quien no podía lidiar con la repentina fama y atenciones que esto le trajo. Ya convertido en una súper estrella, Luchino Visconti se encargó de que Andrésen realmente fuera objeto de deseo de prácticamente todo el mundo. Entre otras cosas, le obligaba a acompañarlo a bares gay, donde recibía miradas lascivas de los asistentes, lo obligaba a vestirse con ropa sumamente ceñida y manejaba su imagen a su antojo.
Otro punto decisivo fue su visita a Japón, donde la película fue un éxito, pero no por la historia y por lo que representaba a nivel poético y filosófico, sino por Björn Andrésen, a quien las adolescentes idolatraron desde la presentación de la película. Y es que, ¿quién podía negarse a estar cerca del joven más bello del mundo? Andrésen fue uno de los primeros ídolos de masas de origen occidental en Japón y además, su rostro sirvió de inspiración para la creación de varios personajes del manga y anime, especialmente a la artista Keiko Takemiya, creadora de la aclamado manga “La balada del viento y los árboles” en la que el personaje principal, Serge Battour, está completamente inspirado en la fisonomía y rasgos de Andrésen.
Abrumado por la fama, los rumores de su homosexualidad, sentirse un trofeo más que alguien querido, y admirado más por su belleza que por su talento, además, de prácticamente aplastado emocionalmente por la despiadada industria cinematográfica, Andrésen volvió a Estocolmo lleno de gloria en 1973, pero destrozado mentalmente. En efecto, en el negocio del cine a nadie le importan los sentimientos, el temperamento o la salud mental de los actores, se es aclamado mientras generen dinero para los estudios. Eso lo entendió Björn Andrésen a sus escasos 17 años; a su regreso a casa, quiso dedicarse a la música, pero no tuvo la aceptación esperada. La carrera de esa joven promesa se veía apagada cuando quiso ser él mismo y dejar de cumplir convencionalismos de la industria, cuando quiso trabajar en una personalidad propia, pero parecía que la sombra de Tadzio, no lo dejaría tranquilo el resto de su vida.
Andrésen siguió trabajando en producciones cinematográficas en Suecia y fue, hasta 2019 cuando volvió a una cinta de escala mundial, aunque con un personaje de reparto: “Midsommar”, una producción estadounidense-sueca de horror y suspenso psicológico, que dirigió Ari Aster. La película, aclamada como una gran pieza no solo del género, sino del cine en general, volvió a poner en los reflectores a quien fuera “el joven más bello del mundo” en la década de los setenta, quien contaba su trágica historia en una entrevista al portal “GQ” gracias al éxito de la película. Ahí, Björn relató detalles de su vida, como que tenía una hija y que, a principios de los noventa, perdió a un hijo de diez meses por el síndrome de muerte súbita. Eso le agudizó una depresión que, asegura, tenía desde que Tadzio llegó a su vida, pero que nunca había sido tan severa como en ese momento. Su actuación en “Midsommar” le había devuelto parte del entusiasmo y vitalidad, aseguró.
Björn Andrésen, actualmente de 68 años, vive alejado de los medios de comunicación y de la industria nuevamente en las afueras de Estocolmo. Se desconoce si aún lidia con la depresión y se sabe, por algunas fuentes que tiene problemas económicos severos, sin embargo, se comenta también que valora mucho su vida tranquila, alejado de la atención y ocultando su rostro bajo una larga barba para evitar ser reconocido. La carga de Tadzio es una especie de fortuna y tragedia a la vez, pues pareciera que aquella máxima de “Muerte en Venecia” dirigiera la vida de quien le prestó su cuerpo y su belleza: “Gustav se encuentra frente a la belleza inalcanzable, bella por sí misma y reflejo de la verdad. Tadzio, su objeto de obsesión no intercambia palabra alguna con él ya que el sentido de perfección no posee carácter mundano, va más allá (“Aquél que ha contemplado la belleza está condenado a seducirla o morir”).” Tadzio, sigue en su vida y su belleza, ha sido un estorbo más que una virtud.
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