Carlos R. Aguilar Jiménez
Según la época o periodo de la historia que correspondió vivir a nuestros antepasados y a nosotros mismos, resulta inconcebible cuestionar o refutar concluyentes costumbres, hábitos o creencias, algunas tan arraigadas o naturalizadas que incluso objetar detalles de su estructura puede considerarse una herejía, anatema, execración y hasta maldición.
La historia ha estado condicionada por diversos regímenes de gobierno o administración pública, considerándose en su tiempo sagrados e inviolables, como fue en su momento el feudalismo, monarquía, imperialismo, comunismo, fascismo, sionismo, anarquismo, conservadurismo o nazismo, atribuyéndose cada uno de estos regímenes características de realeza, sangre, divinidad o mayoría, para auto legitimarse, como ocurría,, por ejemplo con la herencia y voluntad de reyes que se decía era de Dios: “Dios es quien da la autoridad a algunos y decreta la obediencia para otros, los reyes reinan, los príncipes ordenan y los poderes angelicales determinan lo que es justo”.
Hoy cualquier persona que defienda los ángeles o querubines determinan lo que es justo, nos parece ridículo y lo mismo que las decisiones del Rey de España y de un Tlatoani son voz de Dios, o las providencias de Hitler, Mao y Stalin, que fueron caudillos avalados por multitudes de seguidores, algunos votados, fueron justas, aunque en su momento cuestionarlas fuera delito, así también podría ser la democracia que tanto defendemos hoy, porque como dijo Bertrand Russell: “Yo jamás daría mi vida por una ideología, porque, ¿Qué tal si estoy equivocado?”
La democracia para nuestro tiempo es sagrada, incuestionable e innegable, principalmente por los políticos que en base a mentiras la defienden a ultranza, pero ¿qué tal si estamos equivocados?, como lo estuvieron, según nosotros, los súbditos y gobernados del pasado. Sabemos que los únicos que hablan de verdad son los predicadores y políticos, pero la Verdad es relativa, únicamente funciona lo auto consistente, así que bien podría ser que fuera más justa la meritocracia o algún tipo de gobierno aun no inventado o dictado por inteligencia artificial, que, sin emociones, fanatismo, ideología o credo, administrara con justicia matemática y algorítmica a los países y su gente, suprimiendo a las mayorías que, en democracia, como en México, pueden elegir un gobierno absoluto, sin contrapesos institucionales, sin transparencia y que con su cheque en blanco pueda hacer lo que le de la gana porque está avalado y acreditado por la democracia, igual que por los poderes angelicales o realeza dictada por Dios Todopoderosa, omnímodo y omnisciente, como ya saben.