Carlos R. Aguilar Jiménez
Somos un pueblo, constituimos una nación sumisa, obediente y dócil cuando se trata del individuo, de la persona sola como sujeto, porque cuando se junta con muchos, en multitud o masa, entonces ese individuo si es valiente, agresivo y democrático, siendo por ello que, cuando se encuentra sola en una casilla de votación, donde no hay alguien que acompañe y sirva para ser valiente, entonces muestra su docilidad y sumisión a la autoridad, cualquiera que esta sea.
Contra todo pronóstico y sentido común, la mayoría de mexicanos votó por más de lo mismo, obedeciendo a un caudillo, sometiéndose a un autoritarismo similar al presidencialismo del siglo pasado, cuando el poder del ejecutivo era absoluto controlando todo, como pronto sucederá otra vez al tener que obedecer el poder legislativo (que ya lo hace) y el judicial, al ejecutivo.
El 13 de agosto, un día como hoy, de 1521, cayó la plaza de Tlatelolco en manos de Cortes. “No fue un triunfo ni una derrota, fue el doloroso nacimiento del pueblo mexicano que somos ahora”, (Frase grabada en piedra en Tlatelolco) En 500 años poco ha cambiado y es que, no obstante miles de promesas de políticos, no cambiamos y por mucho o poco que se gaste o no en austeridad o abundancia, no tenemos servicios de salud como Irlanda y por más que se creó la Guardia Nacional, el crimen organizado manda y, lo que es peor, por más que decimos nos gusta la democracia, lo cierto es que preferimos el autoritarismo y millones votaron porque así sea los próximos años.
La peor patología que alguien puede tener, es no saber ser feliz. Hacemos grandes fiestas, calendas, convites, mayordomías, velas istmeñas, explotamos cuetes y nos emborrachamos gritando viva México, ocultándose en el subconsciente de cada quien y en el nacional, un profundo resentimiento personal y rencor social, un descontento y frustración por lo que somos. Lo que pudo haber sido y no es. Y no hay mayor tragedia existencial que la autodestrucción subconsciente de la democracia mexicana, emanada de un profundo rencor hacia los demás y al pasado.
Toda persona que se siente pobre y sabemos que ser pobre sale caro; toda persona sola o nación que se siente abandonada, huérfana, buscará un padre, un líder, un caudillo que prometa transformar y reparta dinero como padre solapador y fingidor que todas las mañanas en sermón nos eduque, que hable lento, que tenga caprichos y culpe de todo al pasado, a la Conquista, al PRI o neoliberales, siendo esta la causa y efecto subconsciente de que nos gusta tener un padre autoritario y un gobierno ídem. Sin un equilibrio de poderes, sin una Suprema Corte de Justicia y sin que el legislativo cambie ni una coma al texto o punto decimal al dinero, lo que sigue será un gobierno autoritario y dictatorial porque no habrá poder alguno que modere y controle el próximo infinito poder que tendrá el Ejecutivo, avalado por millones que prefieren el autoritarismo y en su subconsciente rechazan la DEMOCRACIA.