Renato Galicia Miguel
Primero el amigo. A las dos de la madrugada, el jefe de información del periódico ´Tiempo de Oaxaca´, el querido Willy López, confesó lo siguiente: “lo único que me duele como periodista es no haberme quedado como reportero nacional en Notimex”.
Pero no lo expresó con pesar, sino entre las carcajadas que lo caracterizaban ya tomado, las mismas que soltó cuando me cargó pila luego que conté mi anécdota sobre unas vacaciones en Paraíso, Tabasco, que se volvieron un infierno porque terminaron en el penal de ese municipio.
Willy era joven y venía cubriendo como corresponsal en Oaxaca de esa agencia de noticias la caravana de protesta que realizó Andrés Manuel López Obrador de Tabasco a la Ciudad de México. Por su buen trabajo, su jefe le había prometido ya el puesto, pero éste murió o fue despedido imprevistamente y el sueño se acabó.
Esas veladas periodísticas en “Los Combinados”, un bar disfrazado de fonda ubicado en la colonia Reforma que nunca cierra, son de las que atesora uno para siempre. Aunque íbamos varios luego del cierre de edición, por lo común en quincena, los asiduos éramos Willy, Raúl Jiménez, el jefe de diseño; Mary Menina, gran ‘disoñadora’; el Nacho Gómez mientras estuvo, un talentoso diseñador y dibujante, y yo mero, que por ese tiempo editaba el suplemento cultural ‘Cronos’.
Me quedo con la alegría ébrica por la vida de Willy López y su imagen con su camisa desabrochada como padrote de burdel y medio despeinado. Estando él siempre salían mil y una anécdotas, chistes, bromas, pláticas diversas, pero nunca con poses intelectuales o literarias, sino como somos una buena cantidad de periodistas: desmadrosos a la hora del trago.
Luego el periodista. El periodismo oaxaqueño es como todos los demás del país, pero con sus lastres acentuados, parafraseando al escritor Fernando Lobo, quien alguna vez comentó que en Oaxaca pasa lo mismo que en todo México, pero de forma exagerada.
Willy prácticamente estuvo en todas las áreas periodísticas, fuera de medios informativos u oficinas de prensa institucionales. Sabía todo lo que tiene que saber un periodista hecho. Era talentoso, dominaba el oficio a placer, conocía las historias personales de los políticos y personajes diversos, leía, escribía poesía y cuento, redactaba como todo reportero debe hacerlo: rápido y bien. Acaso habría que reprocharle que le hiciera las “entradas” incluso a los informadores veteranos o que reescribiera toda una crónica que se publicaba con Gloel crédito de alguna novel reportera. No por nada lo llamaban el jefe Willy.
Lo triste es que, como tantos otros colegas, haya tenido que ejercer en un contexto periodístico tan corrupto, falso y decadente como el oaxaqueño, con medios donde los dueños son políticos o empresarios por completo reaccionarios, alineados con una clase social que siempre ha explotado indiscriminadamente a Oaxaca, ya no la otrora “vallistocracia” —un concepto tramposo— sino esas “colonias extranjeras” asentadas en la entidad desde por lo menos el siglo XIX.
Periódicos o medios electrónicos cuyos directores son capaces de torcer la información a tal grado que el lector termine entendiendo lo contrario de lo que era la noticia original. Reporteros que en los portales del zócalo escriben su nota para que, además de su sueldo —si es que lo tienen, porque el entramado es tal que el director les permite publicar y que ellos negocien sus ‘chayos’—, reciban 200 pesos del señor diputado.
Mercenarios de la información disfrazados de periodistas que han estado al servicio del poder desde tres horas después de cubrir su primera nota y hasta el final de sus días, y que pasan como “la vieja guardia”. Jefes que, en lugar de apoyar a la informadora, pegan el grito en el cielo porque la reportera del diario hizo la pregunta adecuada al gobernador en turno y éste se quejó. Editoras que mandan tomar la foto en la cantina al dueño de un diario rival para “quemarlo”, pero que pueden formar parte del jurado de prestigiado premio nacional. Y un largo etcétera.
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