Maryfer y yo: entrevistas insólitas

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  • Tercera y última parte

Renato Galicia Miguel

No necesito el diagnóstico de “gestos gráficos” de Maryfer Centeno para darle tinta a la personalidad del cantante Alberto Cortez, quien alguna vez me humilló públicamente.

Fue en un salón de alfombra roja del hotel Presidente de Polanco, en un marco de glamour, entre pura prensa de espectáculos y gente bien. El argentino naturalizado español hizo su entrada echando el pecho por delante, con una enorme sonrisa, escoltado por dos chicas guapísimas, mientras en el sonido ambiental se oía “No soy de aquí ni soy de allá”.

Todo era fiesta hasta que al único reportero cultural ahí presente se le ocurrió preguntarle que de qué le había servido la fama.

Se encabronó un chingo. Entre otras linduras, me dijo que, por ejemplo, “para tener dinero…  si tú tuvieras dinero, podrías comprarte un Ferrari… claro, con tu sueldo de reportero…”, fueron más o menos sus palabras.

Siguió, mientras yo me hundía en mi butaca de terciopelo y escuchaba las risitas burlonas de los reporteros de la farándula,  “si tú fueras Laura Esquivel, si escribieras como ella, serías famoso y tendrías dinero”… Chaaale.

Caminé al metro Auditorio pensando que cómo alguien que cantaba  “no tengo edad ni porvenir y ser feliz es mi color de identidad” podía ser tan patán. Estuve a punto de tirar a un bote de basura la colección de cinco casetes que nos dieron, pero me acordé que a mi hermana Martha le gustaban las rolas de aquél y me aguanté.  Además, me consolé pensando que a mí siempre me latería la versión original de esa rola, la de Facundo Cabral.

En realidad, no necesito en absoluto a  Maryfer Centeno para saber  cómo son personajes diversos de la cultura. 

En primera, porque la grafología es similar a la astrología, y ahí de quién le crea. Acaso la polémica de Maryfer, ventilada incluso en las conferencias de prensa mañaneras de la presidenta Claudia Sheinbaum, ha sido útil para mostrar que, al parecer, esa pseudociencia es aplicada en procesos judiciales, lo cual simple y sencillamente tendría que ser erradicado.

En segunda, porque el periodista de veras —que siempre es un reportero, aunque no al revés—  “hace la tarea”, como diría el buen Gerardo Albarrán de Alba,  con horas nalga, dirían los doble AA, y los pies gastados,  y  se arma con una ‘lectura’ de personajes y sucesos basada en fuentes bibliográficas,  hemerográficas, empíricas,  vivenciales, investigativas a lo Sherlock Holmes, pero también metodológicas, y por eso en cierto momento y sobre determinados temas, se convierte en un archivo andante.

Pero por ética profesional y el marco  legal respectivo no puede publicar todo lo que quisiera. ¡Y vaya que le gustaría hacerlo!, pues atrás de las imágenes de figuras públicas de la farándula, políticas, culturales, etcétera, el ecosistema es mucho más amplio de lo que se piensa y, más aún, oscuro.

Una oscuridad que, a veces, es como un hoyo negro cuántico: absorbe todas las porquerías, pero no permite que se exponga nada.

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Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivamente responsabilidad del autor y no reflejan necesariamente la postura o el pensamiento de “Al Margen”. La empresa periodística se deslinda de cualquier comentario o punto de vista emitido en este texto, ya que estos corresponden al criterio personal del articulista.

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