Antonio Gutiérrez.
¿De verdad quieren los partidos y los grupos políticos enemistarse con los pueblos indígenas de México?
La pregunta no es menor, y viene a cuento porque Hugo Aguilar Ortiz —ex Coordinador General de Derechos Indígenas del INPI y hoy Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación— a todas luces, encarna la intimidad profunda de los pueblos indígenas de Oaxaca, su tierra natal. Intimidad que, lejos de ser un caso aislado, refleja también la de otros pueblos originarios de México.
Esa intimidad se manifestó con fuerza y sorprendió a muchos hace apenas unos días, cuando los pueblos indígenas, afromexicanos, y las ciudadanas y ciudadanos orgullosos de su origen salieron a votar de forma mayoritaria para nombrarlo como su representante ante el máximo tribunal de la nación.
El diccionario define “intimidad” como el espacio espiritual más profundo y reservado de una persona o de un grupo, especialmente de una familia.
Pero en el contexto actual, de dimes y diretes sobre la elección de jueces, ministros y magistrados, esta definición sólo nos sirve como destello de luz que aún no alcanza a desplegar todo su esplendor para ver la cruda realidad que han experimentado, Hugo Aguilar y sus electores para llegar donde ahora están.
Incluidos, desde luego, quienes dudaron y no votaron, ya sea porque no se han sacudido los estereotipos occidentales sobre la inferioridad del indio, o porque siguen siendo presa de añejos prejuicios que, como niguas, se han enquistado en medio mundo, (sobre todo de los pueblos conquistados) al grado que, dichos contenidos producen picazón y úlceras graves en la piel y duelen hasta el alma; y que por eso les resulta imposible pensar que los pueblos indígenas han conservado leyes orales y costumbres que les permiten sistemas de gobierno estables.
En fin, volviendo al punto, la definición de intimidad, decíamos, que lejos de aclararnos todo lo que Hugo Aguilar representa para los pueblos indígenas, sólo nos sirve como una leve linternita y nos deja una sensación helada y una inquietud creciente que pone la piel de gallina: ¿qué tanto sabemos realmente de esa intimidad indígena que hoy se presenta firme en el corazón del poder judicial?
Hugo Aguilar ha repetido que tomó la decisión de participar porque vio “una oportunidad histórica para los pueblos indígenas”; y al parecer, sino no se equivocó, se debe a que primero habló con los pueblos y entró en sintonía con ellos; hablaron, a veces en español, a veces en mixteco, en zapoteco, en náhuatl, en mixe, y así sucesivamente.
De modo que él y los pueblos vieron en su candidatura no sólo una vía para ejercer su derecho al voto, sino que también vieron la posibilidad de llevar su palabra y su visión de justicia a un espacio históricamente ajeno a ellos, como lo ha sido por cientos de años la Suprema Corte de Justicia Nación; pero, ya no más.
Es costumbre de los pueblos indígenas de México reunirse en asamblea para nombrar autoridades, hablar, dialogar, escuchar, convivir, confirmar, y luego, elegir; y en la elección reciente, lo mismo hicieron, porque al enterarse de la candidatura de Hugo Aguilar percibieron la oportunidad de entrar en sintonía con él, y porque no sólo lo conocen, sino que, además, lo identifican como integrante de su misma gente que puede interactuar incluso con los teóricos de la conquista y del derecho occidental que también él ha estudiado.
Por eso, a diferencia de sus pares, la llegada de Hugo Aguilar como presidente de la Corte, se explica aparte.
Él no sólo se auto adscribe como indígena, sino que, además, porta con naturalidad y sencillez la vestimenta que contiene los signos y significados que recrean vestigios de las culturas milenarias de México.
Conoce las instituciones de los pueblos, las formas de organización comunitaria, las normas orales y escritas, los sistemas de cargos, las instituciones de impartición de justicia; y los rituales indígenas. En las redes sociales abundan testimonios de los actos rituales que las comunidades del país le dispensaron a Hugo Aguilar durante su apresurada y acotada campaña, de escasos dos meses. Un día, el ahora Ministro, podría compartirnos los motivos de los contenidos íntimos que le transmitieron las mujeres indígenas que le hicieron las limpias.
No sólo habla español y mixteco; sino que, cuando no habla alguna de las 68 lenguas que se hablan en México, lejos emitir una opinión anticipada y sin información suficiente, se hace acompañar de un traductor.
De modo que no acostumbra renunciar a la identidad para darse a entender, y tampoco acostumbra elogiar o descalificar para ser aceptado o para ocupar un cargo. Aguilar Ortiz no adoptó poses para ser candidato, simplemente actuó como siempre lo ha hecho.
De modo que lejos de repetir irreflexivamente opiniones largamente expresadas y oídas, siguiendo la lógica de los buenos abogados, procura siempre emitir juicios fundados y razonados. De ahí la convicción de sus palabras para atraer voluntades.
Como ciudadano de a pie, como litigante y también como servidor público, Aguilar Ortiz encarna esa intimidad porque siempre ha caminado a la par de los pueblos indígenas, quienes lo eligieron y ahora le exigen que los represente para ejercer suderecho a estar presentes —con voz propia— en el centro mismo de la justicia mexicana.