Ismael Ortiz Romero Cuevas
Hace unas semanas que vi por primera vez “El juego del calamar”, la serie de Netflix que es la fusión de “Los juegos del hambre” con los ahora tan de moda “doramas” coreanos o mejor conocidos como K-dramas (por aquello que, en inglés, Corea se escribe con K) y créanme, no pude dejar de pensar en la serie que me atrapó desde el primer minuto. Con decirles que ya voy en la segunda vuelta.
Y es que la serie de manufactura surcoreana está llena de simbolismos y de detalles que créanme, se van notando cuando la vemos por más de una vez y que no voy a enlistar aquí, por si alguien no la ha visto (que lo dudo) o está en proceso de hacerlo. Y en efecto, “El juego del calamar” no es una historia que se distinga por su sencillez, al contrario, de entrada, nos plantea personajes que son complejos en su estructura y con emociones similares a las de cualquier persona común y corriente; hasta que aparece un extraño ser que recluta a personas con ciertas características para entrar en un concurso de juegos infantiles que terminan siendo competencias de vida o muerte.
Lo interesante en “El juego del calamar”, es la forma en cómo evolucionan los personajes y lo que nos hacen sentir. Desde el primer vistazo de Seong Gi-hun (Lee Jung-jae), el personaje principal, apreciamos poca empatía por él, por abusar económicamente de su madre, apostar el dinero y hacer únicamente lo mínimo necesario para estar con su hija. Hasta que poco a poco, comienza a convertirse en el héroe de la historia, aún cuando sabemos que quizá lo merece poco. Y los giros argumentales con los demás personajes, sigue al por mayor, pues con quienes nos encariñamos, resultan ser los grandes villanos y a quienes creíamos nobles, nos muestran su lado más oscuro.
Y es justamente esa crítica certera al comportamiento humano, lo que hace a “El juego del calamar” un K-drama tan estremecedor. Los participantes en los mortíferos juegos son capaces de mostrar su lado más salvaje y animal no tanto por no perder la vida, sino por ganar la jugosa bolsa de dinero a la que se hará acreedor el vencedor. Nos muestran que es el interés el que determina la mayoría de las veces el comportamiento humano, sea cual sea el ámbito en el que alguien se desenvuelva. Ese interés que nos representará ganancias y conveniencias con el mínimo esfuerzo, aunque eso signifique el sacrificio de valores trascendentales y de sentimientos personales; y ya ni hablamos de la amistad ni de lo que podamos perder en el proceso por satisfacer la conveniencia.
La serie ha sido enmarcada por el éxito, justamente porque retrata las sombras que todos los seres humanos poseemos y las pone de manifiesto en una metáfora que, aunque ocurre en una ficción disparatada, muestra de lo que muchas veces puede ser capaz de hacer el ser humano por obtener un provecho. Y eso, la ha convertido en la serie más exitosa en la historia de Netflix, superando a grandes éxitos como “Stranger Things”; “La corona”; “Dark” y “Bridgerton” por nombrar a algunas; asimismo, puso de manifiesto que la moda de los ‘doramas’ ha traspasado ya la barrera de los amantes de la cultura e imagen coreana y del K-pop, para estremecernos con una historia en donde los simbolismos disfrazan un drama emocional, en una crítica al comportamiento errante de los humanos, sea cual sea su nacionalidad.
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