Aurelio Ramos Méndez
Marcelo Ebrard está a punto de resolver la disyuntiva más difícil de su carrera política: emular a Sansón y derrumbar el templo de Morena para vengarse aplastando la élite partidista, pero también a muchos inocentes, y al costo de su propia sobrevivencia electoral, o apechugar con la derrota y mantener la esperanza rumbo al 2030.
Hay señales para suponer que optará por hacer fuerza con las manos para abrir las columnas y colapsar el fortín del partido guinda, mas no está claro si es para él lo más conveniente.
El excanciller podría emigrar y hasta concretar la amenaza de torpedear –con unos cuarenta diputados adeptos– el Presupuesto de Egresos 2024, vía la reasignación de más de veinte mil millones de pesos; pero conseguiría apenas ventear la fortaleza que es su partido.
A estas alturas, salvo para aquellos que engañan al respetable con encuestas chafas a favor de Xóchitl Gálvez, Morena –Claudia Sheinbaum—ya tiene la victoria en la bolsa.
El líder de El camino de México debe estar hoy haciéndose varias preguntas, a cuál más peliaguda.
Por ejemplo, si tendría posibilidad real de ganar la Presidencia como abanderado de Movimiento Ciudadano o del Frente Amplio por México, algo que incluso para el menos avezado de los observadores no tiene respuesta afirmativa.
Bajo el estandarte del partido de Dante, eso sí, haría crecer la votación hasta el punto –un número considerable de curules– de la cogobernabilidad de facto.
Con lo cual se convertiría en líder de la oposición y desde luego jefe máximo de la formación naranja, y llegaría al 2030 en el umbral de la setentena, pero con envidiable capital político.
Para ello, es obvio, deberá vencer las resistencias de emecistas que no ven bien que se les meta al racho.
Entre los recelosos de una eventual entrada de Ebrard a MC está el regio Samuel García, quien ya hizo explícito su rechazo, y, estrábico, atisbó una división partidista hace rato presente, de la cual sólo él no se había percatado.
En las mismas andan Luis Donaldo Colosio, que algún resquemor debe tener frente a quien fue brazo derecho de Manuel Camacho, principal detractor de su padre, y hasta el jalisciense Enrique Alfaro.
Sabedor de que en política vale más un “toma” que dos “te daré”, Ebrard debe asimismo ponderar la factibilidad de que en 2030 efectivamente le sean reconocidos sus méritos en campaña, el sacrificio de sus aspiraciones en 2012 y 2023.
No necesitará cavilar mucho, sin embargo, para prever qué sucedería si en un salto prodigioso compitiese bajo el estandarte del FAM, la derecha pura y dura.
Le será fácil concluir que ello significaría desperdiciar su capital político, echarlo por la atarjea, pues el Frente está muerto y sepultado.
El marcelismo contribuiría a robustecer una tercera fuerza conformada –quien lo diría—por las otrora tres principales formaciones, PRI, PAN y PRD, convertidas hoy en cascajo y en acelerada decadencia.
El horizonte es nítido. En ninguna hipótesis, ni frente a MC ni ante el FAM, Morena perderá la elección de 2024; pero los dividendos para Ebrard con uno u otro variarían de manera notable. No es lo mismo Chana que Juana.
De más está decir que la decisión más conveniente y promisoria apunta a que, haciendo de tripas corazón, asumiendo la derrota como gaje de la democracia, permanezca en Morena.
Hablamos de un político valioso y un muy competente servidor público, reconocido sin regateos por tirios y troyanos.
Un morenista con diferencias ideológicas con el líder real de su partido, pero que, sobre todo, arrastra una cauda de episodios polémicos –políticos y administrativos– que lo hacen electoralmente vulnerable.
Permanecer en Morena es para él lo más indicado. Participó de modo voluntario en un proceso con reglas consensuadas, en el cual, si algún fraude hubo, no estuvo en las encuestas, el uso de dinero público ni la parcialidad partidista.
Ebrard –¡lástima!– no alzó la voz con oportunidad, cuando hasta para un niño de brazos se hizo evidente la decantación –abierta y legítima, debe decirse– del Jefe del Ejecutivo en favor de Sheinbaum.
La Comisión de Honor y Justicia de Morena ya admitió la queja del aspirante presidencial en contra del proceso electivo de la Coordinación de los Comités de Defensa de la 4T, decisión que no augura cambio alguno en el resultado.
El quejoso dijo que tal paso se dio “seguramente derivado del procedimiento que inicié en el Tribunal Electoral” exigiendo solución a sus denuncias de anomalías. Puede ser.
Por lo mismo los organizadores aplicaron el criterio de Layda Sansores, según el cual “el que se lleva se aguanta y el que se sube se pasea”.
Deslizaron que si bien hubo irregularidades en número que no incide en el desenlace, éstas fueron cometidas no sólo por el equipo de la exjefa de gobierno, sino también por marcelistas. Lo que sigue tal vez será el triste espectáculo de trapos al sol.
Reviste gran mérito que en una competencia en la cual el podio tiene lugar sólo para uno, el excanciller se quedó en la raya.
Mal haría si eligiera decir como Sansón cuando aplastó a tres mil almas, muchas que no la debían ni la temían: “¡muera yo con los filisteos!”
Si optase por partir y tomar represalias en el Presupuesto, no lograría demoler la estructura morenista, que él ayudó a erigir, pero de seguro su cadáver político quedará entre los escombros.
aurelio.contrafuego@gmail.com