Suave patria, dura realidad

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Antonio Gutiérrez Victoria

Tú, como todos, eres lo que ocultas

José Emilio Pacheco

Ese mundial lo íbamos a ganar, pero… de forma inconsciente tenemos arraigado un complejo muy grande de inferioridad y nuestra personalidad está dividida entre lo que queremos ser y lo que podemos de verdad. Por eso nos gusta gritar y cantar: <<Sí se puede, sí se puede, sí se puede>>, aplaudiendo rabiosamente con las manos como focas con un trastorno de compulsión hasta sangrar, porque sabemos perfectamente que no se va a poder en la realidad.

Juan Pablo Villalobos

Llegan las fechas patrias y descubro que ya no me entusiasman como antes. Tal vez porque hace tiempo dejé de adornar salones con papel tricolor o de participar en la kermés escolar. Hay rituales que, al abandonar ciertos contextos, también se dejan atrás. En su lugar me envuelve ahora un fulgor confuso: ¿qué sentimientos debo tener hacia mi patria? ¿Cuántas formas distintas existen de sentir el fervor patrio?

Uno de los grandes temas de la literatura mexicana es, sin duda, la mexicanidad. Nuestros autores más destacados han dedicado libros enteros a tratar de descifrarla. Si pudiera preguntarles algo, sería: ¿cómo sienten o piensan la patria? Como no puedo hacerlo, me acerco a sus textos.

Antes, aclaro a qué me refiero con esa idea de “sentir/pensar la patria”. No existe una única manera: las formas son múltiples y están atravesadas por contextos, gustos y experiencias distintas. Cada quien se relaciona con los símbolos patrios a su modo. Están quienes acuden al Grito en el zócalo de la ciudad, quienes lo ven en casa mientras comparten un pozole, quienes lo celebran en una cantina o en una kermés. Otros, en cambio, llevan la patria en un gol de la selección nacional. Todas son expresiones válidas de una identidad que se vive de maneras dispares. Pero me interesa, sobre todo, ese otro grupo que no se conforma con los rituales vistosos y corpóreos: los que intentan sentir la patria, pensarla y cuestionarla.

Quiero partir de cierto sector que asocia la patria con la derrota o, cuando menos, con el sentimiento de la derrota; la derrota como metáfora que explica cierta parte de nuestra vida. No en vano la editorial Sexto Piso editó Breve historia del ya merito (de ahí proviene el epígrafe de Juan Pablo Villalobos), una compilación de ensayos de varios autores y autoras mexicanas sobre la historia de nuestra patria en los mundiales. Desde luego, no hace falta decir que se trata de la perpetua derrota futbolística de nuestra selección.

Al respecto, Juan Villoro ha escrito quizá las mejores páginas. Señala que atesoramos escenas de precipitación que conmueven a un país donde los héroes, “hechos de abismo”, “se despeñan en su última oportunidad”. Una de esas célebres escenas, recuerda Villoro, es la del cadete Juan Escutia. En este grupo, vale la pena mencionar —sin ahondar— el poemario Llegamos tarde a todo de Fernando Rivera Calderón.

Al grupo de los derrotistas que ocupan metáforas futboleras para explicar la realidad mexicana se suman quienes hacen reflexiones en clave antimexicana para hablar de la patria. El que más me ha impactado es Enrique Serna. En su novela El miedo a los animales, su personaje principal, Evaristo, un “pinche intelectual huevón” que terminó siendo judicial y aspira todavía a ser escritor, se encuentra en un largo trayecto hacia Ciudad Universitaria, lugar donde seguirá su tragedia enredosa, pero en ese trance se cruza con un hombre de traje gris que leía el periódico Últimas Noticias, donde se apreciaba (de hecho, no importa cuándo ni dónde, así sea en la ficción) el titular: “LO DE SIEMPRE: DERROTA”, refiriéndose a un fracaso del Tri.

Ese titular derrotista y la atmósfera sepulcral del metro que Serna construye le permiten colar una amarga reflexión antimexicana que es de mis favoritas:

“Para esa gente y para él mismo, el amor a la patria no era un sentimiento enaltecedor, sino un fardo inconsciente, un manantial perenne de autodesprecio. ‘Más nos valdría no ser de ninguna parte. Estamos jodidos, pero ¿quién nos jodió? ¿El PRI, los españoles, Dios, la Historia?’”.

Más tarde, en Giros negros, Serna toca el tema en múltiples ocasiones. Sobre los Honores a la Bandera se pregunta si el país necesita convencerse cada año de su grandeza para salir de las crisis:

“Ajenas al paisaje de su entorno, las banderas kilométricas no pueden fortalecer el orgullo nacional, que brilla por su ausencia en los lugares donde más se le invoca… Mientras el gobierno promueve la veneración del lábaro patrio, la cultura del autodesprecio aflora por todas partes en los hábitos de consumo…”.

Entre estas dos visiones existe, a mi parecer, el puente de la intimidad. El mismo Serna refiere a quien se le considera “El Poeta Nacional” posrevolucionario de México, Ramón López Velarde, como quien “propuso la idea de una patria íntima, en que la nacionalidad fuera una experiencia interior y no una escenografía”. Una idea digna de quien quiere robarle tan solo un gajo a la epopeya.

La otra parte de la historia la tiene José Emilio Pacheco, quien dedicó grandes páginas a López Velarde, compiladas ahora en La lumbre inmóvil. Para Pacheco, la Revolución murió sin que nadie la llorara en una elegía. Aunque el poema más famoso de López Velarde, Suave Patria, fue declamado por el mismo Obregón y se sigue declamando en algunas escuelas, no es nada de eso. Se trata de una anécdota singular que también vale la pena recordar por estas fechas.

El asesinato de Carranza por órdenes de Obregón, la desarticulación de los ejércitos campesinos y las consecuencias de ese contexto dejaron desprotegido a López Velarde, quien no quiso incorporarse al régimen obregonista. Hasta que se le presentó la oportunidad de ser afín al nuevo orden posrevolucionario, que justamente necesitaba un poema épico para afianzar su hazaña en los libros. José Emilio Pacheco se pone en el lugar de Velarde para preguntarse:

“¿Cómo hacerlo si su honradez le impedía elogiar al general que jamás perdió una batalla y congraciarse con los asesinos de su Primer Jefe, que además tenían preso a su amigo y protector Aguirre Berlanga?”

Según Pacheco, “Optó por un poema íntimo que, en vez de cantar al nuevo México obregonista, se despidió del país destruido por la Revolución”. También el mismo José Emilio Pacheco evoca esa intimidad en su célebre poema Alta traición

Suave Patria sintetiza quizá la dualidad o diversidad de las formas de sentir/pensar la patria. Cada uno lo hace desde cierta intimidad, acotado y constreñido por su circunstancia. Valdría la pena seguir el hilo de lo que otros autores y autoras han pensado desde el dolor, la violencia, la desaparición forzada, el viaje, entre otras experiencias. Pero sería demasiado, y seguramente ya existe bibliografía al respecto. Aquí me basta con compartir algunas cuestiones a propósito de las fechas y nada más.

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CONFESIÓN

Confieso que últimamente me han resultado interesantes y muy divertidos los videos con el mote: “México supera a la IA”, que incluyen escenas variopintas de la vida mexicana que sería complicado que una inteligencia artificial alcanzará a concebir por sí misma. Quizá ahí se encuentra otra forma: la del surrealismo cotidiano que ya señaló André Breton.

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Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivamente responsabilidad del autor y no reflejan necesariamente la postura o el pensamiento de “Al Margen”. La empresa periodística se deslinda de cualquier comentario o punto de vista emitido en este texto, ya que estos corresponden al criterio personal del articulista. 

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