¿El fin de Dios?

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Carlos R. Aguilar Jiménez

Desde niños en la escuela nos enseñan una de las leyes fundamentales de la naturaleza y ciencia: “La materia (y energía) no se crea ni se destruye, solo se transforma”, lo que implica, no se crea, inicia su ser o comienza existencia, porque si se creara significaría que salió de la nada, de la inexistencia y eso al no existir no se halla en ningún lugar o tiempo, de tal forma que desde niños nos enseñan que no existe creación y en consecuencia, tampoco creador con el nombre que sea, Jehová, Alá, Tonatiuh, Amón, Shiva, Zoroastro, Ra o cualquiera que cada religión se haya inventado.

Fue en 1883 cuando el filósofo alemán Friedrich Nietzsche proclamó la extinción o muerte de Dios, luego que desde el inicio de la revolución científica con Copérnico y el avance de la ciencia se fueran desarmando los relatos dizque divinos, descubriéndose que la creación, ahora universo, no fue erigida por Dios en siete días hace seis mil años, sino que se transformó después del Big Bang; que la Tierra no es el centro del universo y los humanos no fuimos creados de arcilla a imagen y semejanza para que sometiéramos al resto de animales, sino que somos resultado de la evolución descubierta por Carlos R. Darwin, igual que todos los seres.

Una vez señalado que no hay creador alguno, que el universo ha existido siempre, porque la materia y energía no se crean ni se destruyen, sino se transforman ad infinitum, y que el Big Bang fue una transición de fase, entendiendo que no formamos parte de ningún plan divino, poco a poco los seres pensantes dejaron de creer en relatos pastoriles de divinidades agrícolas,  y ya sin Dios alguno, la humanidad para darle sentido a su existencia desarrolló el humanismo, creyendo en la misma humanidad y sus grandes logros en literatura, música, poesía, ingeniería, filosofía y por supuesto, astronomía, cosmología, relatividad o mecánica cuántica.

Con la convicción de la importancia y valor supremo del ser humano y no en deidades que se enojan, castigan o nos culpan de pecados capitales que debemos pagar, se acabaron las arcaicas instituciones que servían a la iglesia y monarquías, las creencias que los curas son representantes de Dios y los reyes lo son por designio divino, creando nuevas organizaciones: el imperio de la ley, el derecho humano a la propiedad privada, derechos humanos, escuelas laicas y democracia, esta como el medio para elegir gobernantes sin creernos en verdades a modo de sacerdotes o realezas.

Hoy en un mundo sin injerencias sobrenaturales, divinas o monárquicas, sin necesidad de Dios alguno para vivir plenos, con libre albedrio y libertad de culto, en las escuelas se enseña termodinámica, que la materia y energía no han sido creadas, no obstante, la mayoría en disociación cognitiva sigue creyendo en algún Dios. Antes creíamos en Huitzilopochtli, Cosijo o Quetzalcóatl. Llegaron los españoles y los dieron de baja, imponiéndonos al suyo y así a los españoles conquistados por Roma y ahora, a los libres pensadores con convicción científica que no necesita de Dios para explicar el universo o la vida.

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Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivamente responsabilidad del autor y no reflejan necesariamente la postura o el pensamiento de “Al Margen”. La empresa periodística se deslinda de cualquier comentario o punto de vista emitido en este texto, ya que estos corresponden al criterio personal del articulista. 

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