Carlos R. Aguilar Jiménez.
Por si acaso algún inocente o ignorante de la historia política de México todavía creía en las promesas y ofertas de los candidatos a la presidencia de México, luego del debate que no fue más que un cúmulo de descalificaciones, desautorización, anulación, incapacitación, inhabilitación, deposición y desviaciones del propósito del debate, que como controversia, polémica, contienda o discusión debiera ser, lo cierto es que ahora ha quedado en evidencia que lo que realmente les interesa a todos los candidatos son sus correligionarios e ideologías mezquinas, porque ninguno tiene un proyecto o plan para México, y no uno que se diga y nada más, como promesa de político, que fácil e impunemente mienten y engañan siempre para ser populares, sino un proyecto que se pueda sustentar y defender racional, lógica e incluso científicamente, porque si bien cualquiera puede decir que va a repartir dinero entre los pobres, aumentar las pensiones o acabar con la corrupción, una cosa es decirlo y otra, demostrarlo objetivamente, como si se estuviera, por ejemplo en un examen profesional.
Descalificar y prometer es lo más sencillo de todo, lo hacen desde siempre los curas y políticos descalificando a las religiones que no son verdaderas, considerando herejes a quienes piensan diferente, matándolos incluso como hizo la iglesia católica por siglos y, principalmente prometiendo una vida en ultratumba que es imposible demostrar exista pero que bien sirve a los sacerdotes para enriquecerse, igual que los políticos que se descalifican mutuamente y que si bien no prometen que los que sufren sufren serán huéspedes del Reino de de los Cielos, si prometen, especialmente a los votantes más pobres e ignorantes, que el dinero de los ricos se repartirá entre los necesitados y se suspenderán obras e infraestructura que son únicamente para ricos, prometiendo incluso seguir fastidiando y hundiendo en la ignorancia a los niños pobres, al derogar la Reforma Educativa y regresar el control de la instrucción pública al magisterio, en el caso de Oaxaca a la Gestapo 22 que en los últimos 35 años ha perjudicado espantosamente a la niñez en la edad en que lo más importante es aprendan y se forjen el hábito de estudio y lectura. A mi, votar me ha llevado siempre, después que cumplí 22 años, a no votar más por a sentir el “síndrome de la orfandad”, que significa saber que no ha existido desde hace 40 años un líder honesto, no parece en las boletas para sufragar un dirigente respetable, algún candidato probo, equitativo y justo, sino únicamente políticos desquiciados, transas inmersos en la vorágine del poder, dispuestos a mentir y descalificar las ideologías que antes defendieron, por las que ahora les garantizan dinero y poder, como todos los priistas que se volvieron morenos guadalupanos, misericordiosos y píos y que como cada seis años, se mueven a donde mas les convenga sin importar ideologías, convicciones o ideales, porque no las tienen y tampoco tienen vergüenza.