Carlos Morales
Hacía rato que yo había llegado a aquella cantina que estaba en la Cinco de Septiembre a brindar con un vaso vacío. Pinche sudor que entraba por mis ojos, luego mojaba mi camisa y terminaba en gotitas en el suelo. De vez en cuando tomaba mi descolorido paliacate rojo para limpiarme de arriba para abajo mi cara. El trío Xhavicende ya meru se había echado todo su repertorio y era como la tercera vez que cantaban aquella de “quiero un jacal en Chicapa.” Y la mera verdad ya me estaban aburriendo mero a mí.
Entre canción y canción el trovador buscaba platicar conmigo: me preguntaba que qué me parecía la manera en que tocaban, que qué me parecía como cantaban. A todo le decía que bien, que muy bien, y le decía eso para que me dejaran solo con mi dolor y mis pensamientos. Luego volvían a cantar y así siguieron cantando de a gratis toda la tarde porque ellos así mero se ofrecieron. “Gasti vichichi, paisano” les dije cuando llegaron hasta mi. “Gasti vichenda paisano, será un honor cantarte a ti” me dijeron.
Yo era músico como ellos pero el estado de mi ropa decía que no me estaba yendo bien. Y si era bien cierto. Ninguna contratación había salido para ir a tocar con mi orquesta en los últimos dos meses. Y la lana andaba escasa. Una sensación de escasez tenía mi vida que sólo alguien podría rellenar.
Como doce cervezas llevaba yo en la panza y como que mero me estaban llegando el alcohol derechito al cerebro. La doña llegó hasta mí y me dijo: “Ay, creo Chuy, que como que ya no vino Chuy”. “Ahh Yegua” le respondí entre molesto y entre encabronado.
***
Hacía como tres días que la había visto. Rafaela llevaba su vestido azul con rayitas blancas con unos olancitos alrededor de sus bracitos gorditos. Bracitos que tanto había besado. “Perdóname” “perdóname, mi Chuy, mi shunco stiné” me dijo con sus lagrimitas en los ojos. Y luego mero me confesó que tenía algo que ver con un comerciante viajero, uno que llevaba telas y guayaberas de pueblo en pueblo en la bayunquera de una camioneta. Con mucha dureza llegó a decirme que ya había estado con él “como hombre y mujer” allá por el río de Petapa. Yo sentí que me partían el alma en dos como se parten los cocos con un machete chunco para quitarle la carnita, la pulpa. Que me quería mucho, me dijo, pero que aquel podría darle mucha felicidad que yo no podría pero que me quería mucho me dijo. “Tú sólo me das canciones muy bonitas de amor, pero yo no puedo comer canción”.
Mero por eso, la cité aquella tarde para que nos miráramos en el bar Taurino de Juchitán. Ella no era de Juchitán por eso mero no importaba si la veían entrar el bar. Al cabo que nadie la conocía. Yo quería seguir haciéndole la lucha por su amor. Decirle que no había problema, que yo así la quería, que la aceptaba, que la perdonaba, que la llevaría a bañarla con chintul al río Vicu Niza para que las aguas lavaran pecado. Decirle que no me importaba que ya se las hubiera dado a otro, al cabo que como dice la canción para que te quiero virgen si yo no soy San José. Decirle quería que no me importaba ni la corona de flores, ni la sábana blanca, ni la ofrenda viva ni las cazuelas rotas. Mero eso quería que supiera: que lo único que me importaba era su amor.
Los minutos cayeron despacito. Pedí otra Coronita. Fui al baño y pensé que yo me estaba deshaciendo como se deshacía el hielo al recibir el líquido caliente. De dos tragos me chingué la chela. Estaba caliente. Luego fue otra y otra. Nomás. Después la “tía” con un poco de lástima me regaló un trago de anisado. Y más al ratito me regaló como medio vaso de mezcal que esfumé rápidamente.
La luna estaba en lo alto cuando salí del bar. Era una luna grandota con una nube en el centro anunciando que iba a llover. Y si había razón para que lloviera porque estábamos como a mediados de julio. En mi pueblo Ixtaltepec ya se estaban dando las primeras calabacitas. Agarré para el crucero para el Espinal y tambaleante me sostuve en una caseta ambulante. Pronto el dolor se fue transformando en poesía y en vez de llorar tu ausencia empecé a escribirte una canción:
“Era una noche de luna, Naela lloraba antes mí, ella me hablaba con dulzura …”
Naela – Jesús “Chuy” Rasgado