Carlos R. Aguilar Jiménez.
El cielo nocturno y diurno de Oaxaca es el libro ilustrado más hermoso e interesante que tenemos y, en sus páginas que cambian cada día según se mueve el sol, los planetas y estrellas encontramos inspiración para la arte, religión, ciencia, astronomía, rituales y ceremonias, de la misma forma que hicieron nuestros antepasados, los precursores y fundadores de lo que hoy es la ciudad de Oaxaca, porque en función de los movimientos celestes y la cuenta y registro de los días , llegaron a anticipar con relativa exactitud: solsticios, equinoccios y días de luz, sin sombras, los días ascios cuando el sol llega al cenit de Oaxaca, ubicándose en el eje sagrado, el 8 de mayo, para así los sacerdotes astrólogos saber cuándo comienzan las lluvias, iniciar la siembra, cosechas, festivales, ceremonias o con los mejores augurios concertar bodas, alianzas, ceremonias, inauguraciones o fundar pueblos, como seguramente sucedió con el poblado que hoy es la ciudad de Oaxaca de Juárez, que debió haber sido consagrado un 8 de mayo, el día en que el dios sol llega a bendecirnos, iluminarlos y anunciar la estación de lluvias.
El culto y observación del movimiento de los astros en el cielo por parte de los pueblos prehispánicos no fue un hecho social aislado, fue parte esencial de su religión y sociedad, por eso cuando nos remitimos a la cultura zapoteca ancestral constructora de Monte Albán y fundadora de Lula, Huaxayacac, hoy Oaxaca, hallamos una cosmovisión que involucra al cielo y sus movimientos, principalmente el paso cenital del Sol en Oaxaca el 8 de mayo, cuando sus dioses o almas se correlacionaban con los astros, los fenómenos de la naturaleza, la tierra y sus rituales o ceremonias.
Para nuestros antepasados que fundaron lo que hoy es Oaxaca, los dioses, animales o cosas que acontecían en el transcurso de ciclos, estaban relacionados con los elementos propios de la estación del año, el día o mes: colores, luz, oscuridad, agua, cielo, nubes, lluvias, fases lunares, frutas, dioses, animales, tlatoanis y pueblo en general, pero sobre todo por la tierra, que era sagrada por ser el lugar donde vivían, donde descansaban sus muertos y donde sembraban el maíz, fuente de vida y, donde también descansarían, antes de viajar sus almas hacia el Mictlán, y por ello la fundación prístina y ceremonias fundacionales del lugar donde vivirían era de fundamental importancia, correlacionando siempre un suceso astronómico-divino-solar con su pueblo y morada, La Tierra afín con el sol en su posición cenital, en lo más alto del cielo, el día ascio, el día de máxima luz, calor y color, cuando el Dios sol llega a bendecirnos, debió, con toda seguridad haber sido elegido como el día sagrado, el de mejor augurio hierático para fundar el poblado que hoy es Oaxaca de Juárez, porque los zapotecos del valle como todos los pueblos de Mesoamérica, relacionaban siempre el cielo, las estrellas y el Sol para obtener los mejores augurios divinos en todas y cada una de sus acciones como ha sido en Oaxaca desde hace casi mil quinientos años.