Carlos R. Aguilar Jiménez
En la Eternidad no existimos, desde que surgió en el Big Bang o algo antes, el universo como lo conocemos hoy tiene 15 mil millones de años y la Tierra casi cinco mil millones; la humanidad un millón y cada quien vive máximo 90 en una dinámica de inexistencia y existencia, que únicamente en guerras, hambrunas o epidemias valoramos y apreciamos al máximo la existencia, y si a nuestra generación no le tocó vivir guerras o hambrunas, sí nos ha tocado vivir una terrible pandemia que en más de un año ha quitado la existencia a millones, y cerca de nosotros a familiares, hermanos del alma, amigos y conocidos, de quienes sentimos muchísimo su inexistencia.
No se puede concebir mayor transformación que la que existe entre el no existir y el existir. No es posible concebir mayor cambio que el tránsito entre la nada y un todo. Es inverosímil imaginar un suceso de la vida más trascendente, el fin de la nada, el principio de todo principio… Nacemos para morir, esa es ley de la vida y somos “afortunados” de morir, porque implica que nacimos y vivimos; si no hubiéramos nacido, nunca habríamos existido y tampoco moriríamos, así que, frente a lo inexorable e irreversible, la vida es lo más asombroso y maravilloso que tenemos, siendo cada quien único e irrepetible, de tal suerte que quienes murieron por covid o la causa que haya sido, a diferencia de quienes nunca existieron o existirán, en vida tenemos el maravilloso privilegio y felicidad de existir y darnos cuenta que somos seres humanos vivos y advertimos la circunstancia de enterarnos de quienes nacen, viven y lamentablemente mueren, desde luego, con la ilusión que no dejan de existir, sino que van al más allá, ultratumba, nirvana, Cielo, Gloria o lo que sea que inventaron las religiones ofreciéndonos no morir, por eso los altares de Días de Muertos que reafirman nuestra creencia en que los muertos no mueren y pueden venir a visitarnos, no obstante, cierto o no, que los muertos existen, lo que es real, maravillosos y celebramos con entusiasmo, amor e ilusión, es la vida, los nacimientos, los inicios, dar a luz, la nueva existencia de un nene o una nenita, por todo lo que representa: felicidad, gozo, embelesamiento, encanto, emoción, éxtasis, bienestar, alegría, trascendencia, compromiso y responsabilidad mutua, pero especialmente, éxito reproductivo y triunfo de vida, humano y social, porque al tener un hijo, un descendiente, se cumple con el dictado supremo de la existencia y vida: transmitir los genes y todo lo que somos a la generación siguiente, a nuestros hijos. Mi hijo y su pareja acaban de tener una hija, una nenita, convirtiéndonos en abuelos, ocasión de extrema felicidad para todos que envuelve un inefable e indescriptible bienestar y dicha de saber que se ha trascendido y triunfado con los hijos y lo será con mi nieta. Bienvenida al brillante punto azul, al linaje nuestro y a nuestra familia, que seas muy feliz, lista, inteligente, perspicaz y exitosa, viviendo siempre acertada y a favor de tus proyectos, aspiraciones e ilusiones desde este 2021 en que comienzas a existir con gran autoestima y principia tu porvenir e historia de vida.