La redignificación del servicio público urge

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Carlos Villalobos

La administración pública en México siempre ha sido reducida a una mala caricatura, en donde quienes se encargan de operar programas y atender a la ciudadanía son pintados como vagos y holgazanes, cuando en realidad es todo lo contrario. Dentro de las filas de servidoras y servidores públicos, podemos encontrar a muchas heroínas y héroes que en verdad trabajan por un mejor país con los hechos y no con discursos desde los micrófonos mediáticos.

Antes de continuar, para fines pedagógicos, definamos a los servidores públicos. Partiendo de la definición del artículo 108 de nuestra carta magna, la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, los servidores públicos son los representantes de elección popular, los miembros del poder judicial de la federación, los funcionarios y empleados, y en general toda persona que desempeñe un empleo cargo o comisión en de cualquier naturaleza en la Administración Pública Federal. 

A partir de ello podemos concluir que todo servidor público, independientemente a su orden de actuación, debe tener como objetivo principal atender las necesidades de la ciudadanía, para incrementar la calidad de vida, así como ser el puente de comunicación entre las necesidades de ciudadanas y ciudadanos y las altas esferas en la toma de decisiones.

A pesar de esto, la estela de destrucción que ha dejado la corrupción, históricamente para el caso mexicano, ha hecho que, entre sobornos, nepotismo o simplemente evadir las responsabilidades, las y los funcionarios públicos sean tachados constantemente como personas que no trabajan y que sólo buscan réditos personales.

Durante campañas electorales es común escuchar que la función pública debe de ser voluntaria y que todo el que apunte a ganar bien (o al menos decente) por hacer su trabajo en la administración pública, es un ‘aspiracionista’ o un ‘fifí’ que no piensa en el país.

Sin embargo, quienes han trabajado en puestos operativos en el sector público, saben que no todo es miel sobre hojuelas, entre decisiones que “vienen desde arriba”, hasta malas decisiones o extrema burocracia, la labor que por contrato (en el mejor de los casos) tienen que llevar a cabo, muchas veces van más allá de las ocho horas y los cinco días de la semana. Y este es un problema estructural que, si no hay disposición, no se podrá mejorar nunca.

Si bien es cierto que sería lo mejor que todos los que encabecen y traten directamente con la ciudadanía cuenten con altos grados de estudio, hoy lo que se me hace fundamental, es el sentido común y entender el valor de la eficiencia y la eficacia, el tequio y sudar la camiseta deben quedar en el olvido, hoy el profesionalismo tiene que reinar.

Urge que se redignifique el servicio público, pero también que se magnifique la importancia de este a quienes llegan a las filas de la administración pública, especialmente a través de la sensibilización del entorno y la importancia que tienen las y los ciudadanos.

Las y los mexicanos, nos merecemos instituciones que solucionen los problemas cotidianos, o que al menos coadyuven en estas, pero esto no se logrará si no se fortalecen las capacidades, herramientas y la profesionalización de la administración pública desde el municipio más humilde del país hasta San Pedro Garza García.

Desde un maestro rural, hasta el presidente de la república, todo aquel individuo que atienda a ciudadanos busca un mejor futuro, eso me consta ¿Nuestras instituciones lo están?

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