Carlos R. Aguilar Jiménez
El 21 de junio inició el verano boreal y con esta estación del año, los días o tiempo de iluminación solar máxima y noches cortas, por lo que en función de optimización del tiempo de luz solar, los países nórdicos desarrollados y México desde finales del siglo pasado, se adaptaron a estas ventajas de iluminación natural y horarios internacionales estableciendo por decreto el “Horario de Verano”, que como sabemos consiste en adelantar una hora el reloj respecto del mal llamado horario natural o de Dios, y digo mal llamado, porque en realidad no existe ningún horario natural y menos divino, dado que todo horario, cómputo calendárico o periodo que utilicemos para medir el tiempo es convenido, decretado o adoptado según nuestras conveniencias o beneficios.Tenemos un horario de 12 horas en función de los tiempos de oración o maitines de la iglesia católica en sus conventos e iglesias, que los primeros constructores de relojes de templo adoptaron para indicar el tiempo en las carátulas, que al principio únicamente tenían manecilla horaria y no minutero ni segundero, divididas las horas del día en 24: 12 de día y 12 de noche, derivadas de la tradición de las constelaciones y medición sexagesimal babilónica y sumeria de 60 como múltiplo de 360, por lo que nuestras horas y minutos son de 60, de tal forma que manejamos un horario derivado del cómputo de tiempo sumerio y que fue impuesto a nuestros antepasados durante la Conquista, dando de baja los tiempos prehispánicos, como el Calendario Azteca, calculando después cada región, zona o pueblo su tiempo como le viniera en gana, hasta que en 1924 el presidente Álvaro Obregón autorizó a los Ferrocarriles Nacionales, regirse por el Meridiano 90 de Greenwich y en 1926 el presidente Ortiz Rubio estableció los usos horarios mexicanos de acuerdo a pautas de tiempo internacionales derivadas del tiempo de trenes, telégrafo comunicaciones por radio, sin que en ningún tiempo haya habido aspectos naturales o de Dios, excepto la iluminación solar u horas de oración en conventos, por lo que ahora que al presidente no le gusta el “Horario de Verano”, quizá por ser neoliberal y de uso en países capitalistas, quizá quiera regresarnos a los ciclos temporales y lapsos prehispánico de 18 meses de 20 días y a la extrema impuntualidad (que es una forma de corrupción) que caracteriza al pueblo bueno y sabio, porque parte de todo lo malo de lo que culpa al pasado, seguramente también tiene relación con el tiempo, el horario de verano, que según afirmó en sus sermones matutinos, nos enferma e indispone por ser antinatural, herético, capitalista, neoliberal y estar en contra del bienestar de los mexicanos que son orgullosos de su impuntualidad. Al concluir en octubre el horario de verano regresaremos al horario tradicional y ya no habrá más horario de verano en 2024, desfasándonos de los horarios mundiales y aislándonos temporalmente del tiempo del resto del planeta en función de un capricho presidencial y su tendencia a culpar de todo hasta al tiempo pasado.
VISITE:
columnaalmargen.mx