En el rincón de Dios sobreviven “los viejos”

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Antonio Gutiérrez

Según el historiador José María Bradomín, Santo Domingo Teojomulco, es nombre náhuatl. “Teoxomulco se compone de -las voces- “Teotl”, dios; de xomulli “rincón”; y de co, “en”, y significa: “En el rincón del dios” (Bradomín, J. M. (1992). Toponimia de Oaxaca (Tercera). Es la razón por la que la comunidad de Teojomulco se auto adscribe como originaria del Rincón de Dios. Esta comunidad originaria posee características propias que la distinguen de otras comunidades aledañas. Una de esas características constitutiva del nosotros y reconocida por otras comunidades son: los viejos. 

Improvisando y componiendo versos es como los viejos del “Rincón de Dios” se diferencian de la “danza de los “huehuetones”, típica de la tierra mazateca; de las “comparsas o muerteadas” de San Agustín Etla; de la danza de los “petateros” de San Pedro Tultepec, en el Estado de México; de la “danza de las mascaritas” de la región mixteca, o de la “danza de los viejitos” de la región Purépecha, en Michoacán, expresiones culturales igualmente únicas de otras comunidades, de otras regiones. 

Otra característica propia de los viejos del “Rincón de Dios” en la Sierra Sur de Oaxaca es la diversidad de sus expresiones, sus atuendos, sus bailes, sus ritmos, sus expresiones corporales, pero, sobre todo, de las temáticas de sus versos. A diferencia de las tradiciones culturales de otras comunidades, a la comunidad del “Rincón de Dios” le importa mostrar la armonía que es posible en la diversidad. 

El baile de los viejos es pues constitutivo de identidad de la comunidad del “Rincón de Dios”. Mirando de cerca sus rituales se cae en la cuenta de que el Rincón de Dios es un mosaico multicolor viviente, donde abundan manifestaciones de culturas prehispánicas, coloniales y contemporáneas, que le han puesto el sello distintivo a sus interacciones y han forjado la conciencia del nosotros entre las y los teojomulqueños. 

Veamos si no. Inicia el baile de los viejos dos días después de la fiesta de todos los santos, que se celebra el día 1° de noviembre y un día después del 2, “día de muertos”; una vez dejados los muertos en su panteón, en la comunidad empieza la fiesta. Atrás quedan las tristezas, los malos y dolorosos ratos, las añoranzas, los recuerdos de los deudos que en esos dos días convivieron con sus muertos. Los quince días siguientes son de fiesta. Suena a lo lejos la algarabía. Las calles y los hogares se llenan de ruido. Se escuchan las voces de los viejos anunciando su llegada. Corre el rumor de boca en boca. Va haber viejos. Ya vienen los viejos. ¿Vamos a ver viejos? Los parientes, amigos y conocidos se invitan mutuamente a disfrazarse, de “niña”, de “pocha” de “viejo”, de “diablo”, y a los niños de viejitos o de diablitos. 

En un abrir y cerrar de ojos la vida de la comunidad se torna festiva, alegre, juguetona, bromista, vivaracha; aflora la agudeza mental y la imaginación. A partir del día 3 de noviembre los viejos salen a las calles y en la comunidad surge la incógnita, no se sabe quién es quién, ¿será fulano, será mengano? participa la comunidad. Si algo les sobra a los viejos es gracia, su gracia es epidémica, muy contagiosa; cualquiera se muere de la risa. En la fiesta de los viejos participan todas y todos. Las mujeres prestan sus vestidos para que los hombres se disfracen de mujeres, las y los jóvenes también; las señoras mayores prestan sus enaguas para que se disfracen de pochas, igualmente prestan sus pañuelos y sus mascadas; los señores adultos prestan sus ropas raídas por el uso, sus ropas de campesinos, o del oficio que ejerzan, convierten sus ropas en disfraces. Las máscaras de viejos y de diablos son verdaderas obras de arte elaboradas por las manos maestras de los teojomulqueños, las máscaras de “niñas”, o de mujeres guapas, las más de las veces son de cartón o de plástico y las adquieren en los mercados de la ciudad de Oaxaca. 

La fiesta de los viejos alcanza su punto de ebullición y su clímax cuando llegan a las casas o se paran a bailar en las esquinas. Ahí, en menos que canta un gallo se forma un círculo; los sitios elegidos se convierten en teatros, en escenarios rodeados de un público seguidor de los viejos; luego, la banda de aliento de la comunidad rompe el silencio, suelta, una tras otra las chilenas, y las “niñas”, que así se llama a quienes se disfrazan de mujeres, bailan con los diablos y con los viejos; pero de pronto con un ¡bomba!, a todo pulmón se interrumpe la música, uno de los viejos suelta el verso, un verso juguetón y vivaracho improvisado, con temáticas novedosas, tan novedosas como las circunstancias que se viven en el pueblo; todos los versos vienen envueltos en la tonalidad, el ritmo y la composición cultural de la comunidad. Y así, la expresión de la diversidad encuentra su cauce natural. Expectantes, quienes integran la comunidad guardan silencio, aguantas la respiración por un instante, esperan el mensaje, luego, sueltan la carcajada, y es que todos los versos van impregnados de gracia. Los viejos del “Rincón del Dios” suelen ser verdaderos trovadores, que, con sus bailes, sus disfraces, sus máscaras y sus versos, ahuyentan temporalmente las tristezas y el olvido del que han sido objeto por gobiernos que van y vienen. Entre juego y broma, expresan peticiones y lanzan flores y piropos a las damas; con imaginación y buen humor hacen el análisis y ejercen la crítica con respeto y sin censura, como corresponde a todo viejo del “Rincón de Dios”. 

antoniogutierrez4@yahoo.com.mx

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