Aurelio Ramos Méndez
Aturdida por su incapacidad para levantarse de la lona mientras se acerca veloz 2024, en el culmen de la desesperación, la oposición acaba de hacerles a las fuerzas armadas una abierta declaración de guerra.
Tal es la lectura unívoca del uso que dirigentes y voceros oficiosos del Frente Amplio por México (FAM), con la politóloga Denise Dresser como mariscal de campo, hacen de la película Heroico y otras triquiñuelas, con el fin de desavenir al ejército y la población, y prender luces de alerta en Estados Unidos.
Fue una declaración de hostilidades que, en la remota hipótesis de que la derecha pudiera dar la batalla por la presidencia, significará haber lanzado a la alcantarilla la factibilidad de granjearse la lealtad firme, genuina, institucional del ejército.
La celebración de las Fiestas Patrias y el 200 aniversario del Colegio Militar fueron oportunidad para que delirantes dirigentes del FAM, empecinados en señalar una “militarización” del régimen que sólo ellos ven, se aplicasen en el propósito de desprestigiar y enjuiciar sumariamente a las Fuerzas Armadas.
El artificio para bosquejar la imagen del ejército mexicano como más sanguinario aún que los kaibiles, a quienes se les atribuyen prácticas de canibalismo, ha consistido en recomendarle a la gente ver el filme referido, el cual, harto trasnochado, muestra la brutalidad y el salvajismo ciertamente imperantes en el Colegio Militar.
Más allá su alta o precaria factura cinematográfica, desde el punto de vista temático la película llega con notable retraso. Detrás de numerosas otras producciones, destacadamente la adaptación de La Ciudad y los Perros, la laureada novela de Vargas Llosa publicada ¡hace 60 años!, en 1963.
Heroico aporta casi nada al conocimiento, la chismografía, presunciones o suposiciones públicas sobre la formación de los cadetes, algo que, en efecto, debió haber sido revisado y modificado hace tiempo.
Mandos militares y legisladores de todas las fuerzas –del PRI, PAN y PRD a la chiquillada– que han pasado por el Congreso les deben a los ciudadanos explicaciones acerca de su ignorancia, dejadez o consentimiento de atrocidades punibles.
A la oposición que aprovecha el filme como ariete para golpear a las FF.AA, no obstante, lo último que le interesa es la extemporaneidad de la denuncia. Sus fines son políticos y más específicamente electorales.
Su objetivo apunta a radicar en la sociedad la idea de que los militares, de la tropa al generalato, a quienes el presidente López Obrador les ha asignado nuevas misiones de carácter no estrictamente militar sino social, cívico o de desarrollo, portan el genoma de la barbarie y son potenciales asesinos.
Les resulta indignante que las nuevas tareas afiancen la cercanía y unidad de las instituciones que ejercen el legítimo y constitucional monopolio de la capacidad coercitiva del Estado, con la población.
Se esmeran en propalar que el estamento castrense, conformado por soldados forjados en un ambiente de violencia, sangre, corrupción y abierta delincuencia “por órdenes de arriba” –como en la película–, constituye una fuerza peligrosa para la nación… y para el vecino del norte.
Con la mayor densidad de leperadas por minuto –superando por poco a Xóchitl Gálvez y Alito— la obra de David Zonana plantea, con escasa hondura, un problema supremamente grave: la violencia juvenil, que no es privativa del Colegio Militar pero les da municiones a los adversarios de la 4T.
Ni desde la charlatanería maussaniana de un “ser no humano” se pueden desconocer recientes episodios de jóvenes de las más caras y famosas universidades, involucrados en golpizas multitudinarias y despiadadas hasta la letalidad en contra de compañeros de aula.
De no ser por el uniforme caqui, un espectador poco perspicaz podría pensar que las novatadas y escenas de mayor sevicia en Heroico son protagonizadas no por cadetes sino por alumnos del Tec de Monterrey, la Anáhuac, Del Valle de México o la Ibero…
Imposible negar el ambiente de violencia que ha marcado la historia de la educación militar. Sin embargo, considerar novedoso este rasgo, y peor aún, instaurado por el presente gobierno –como hace la oposición–, no sólo es desatinado si no una infamia.
Ruindad que, además, denota ignorancia y constituye un estruendoso tiro por la culata.
Los realizadores de la cinta, pero sobre todo quienes la utilizan para golpear al gobierno, ignoran la influencia que desde los inicios del siglo pasado y de modo más riguroso a partir de la Guerra Fría, el Pentágono ha tenido en la formación, adiestramiento y desempeño de los ejércitos de América Latina, el mexicano incluido.
Las instituciones armadas de la región han asimilado la ideología militar gringa en academias, bases, comandos y otras detestables modalidades de jurisdicción estadunidense, diseminadas estratégicamente en el subcontinente.
Y, en manuales, revistas, libros, textos y materiales didácticos diversos, o cursos, talleres y diplomados, o mediante acuerdos, tratados, convenios de colaboración, conferencias y toda suerte de arreglos multilaterales.
Pierden pues el tiempo los adversarios del gobierno. Nomás no pueden digerir la subordinación sin traumatismo de las FF. AA a un gobierno de izquierda avalado por 53 por ciento del electorado.
Idéntica subordinación se observa en casi toda Latinoamérica, con tácita anuencia de EU; pero la derecha no considera tal institucionalidad un signo de profesionalismo castrense sino resultado de la corrupción y la cooptación.
Según su criterio, los verdes eran incorruptibles en tiempos de Calderón, cuando no les dieron, sino que lo pusieron donde hay: a perseguir el narcotráfico.
En palabras de Dresser, “antes el Ejército le era leal al marco institucional y a la Constitución, ahora le es leal a un hombre y aun gobierno…
“No apoyaba públicamente a un partido y ahora lo hace… No hacía negocios lucrativos con el presupuesto, ahora se ha convertido en Sedena S.A. de C.V.”.
¡Agudísima politóloga!