CONTRAFUEGO || ¡Al diablo los debates!

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Aurelio Ramos Méndez

Impugnan quejumbrosos el formato del debate, cuando lo que deberían rechazar con determinación es el debate en sí. Los presidenciables, en especial la abanderada del Frente Amplio por México, por lo visto están convencidos de que los asuntos más apremiantes y trascendentes para los mexicanos pueden dirimirse en una hora y media de lodo con ventilador.

Creen también –a juzgar por los reparos tras su primera confrontación– que el espacio natural de los políticos es el confortable set de televisión no la calle, la plaza pública, el trabajo casa por casa, las salidas de misa, los mercados populares, el campo, las zonas fabriles… 

Los debates entre aspirantes a puestos de elección están convertidos en fetiches que nada aportan a los ciudadanos en términos de conocimiento sobre la identidad, capacidad o ideología de quienes aspiran a representarlos o gobernarlos.

En el primer cara a cara entre Claudia Sheinbaum, Xóchitl Gálvez y Jorge Álvarez Máynez, cada uno dispuso, en el mejor de los casos –suponiendo que los moderadores fuesen mudos–, de 30 minutos para exponer sus ideas con respecto a seis temas: educación, salud, combate a la corrupción, transparencia, no discriminación y grupos vulnerables, y violencia contra las mujeres.

Es decir, tuvo cinco minutos para plantear sus propuestas con relación a cada ítem, cotejarlas con las de los dos otros debatientes, detallar cómo financiarlas y concretarlas, responder preguntas del respetable y de paso cubrir de lodo con verdades o calumnias al adversario.

¡Imposible un debate digno de este nombre con semejantes tiempos! Ni con el audio hiperacelerado que algunos aplican a las dilatadísimas alocuciones del Jefe del Ejecutivo, o los spots partidistas con final de tarabilla: “mensaje dirigido a los militantes del partido…”.

Para debatir son las campañas y duran no 90 minutos sino 90 días. Y el formato más idóneo –y menos costoso– es la conversación directa del candidato y sus correligionarios, personeros y jilgueros con los ciudadanos.

Recurso adicional puede ser el sometimiento del postulante a interrogatorios de periodistas si no carentes –por imperativo ético– de sesgos, preferencias e intereses, sí al menos no tan zalameros y descaradamente militantes, como aquellos a cuyas cabinas suelen acudir los contendientes.

En el ruido ensordecedor configurado por las quejas de Sheinbaum, Gálvez y Máynez, este último propuso llevar los debates a las universidades, las organizaciones civiles y donde halla quienes se dejen.

Suena bonito, pero ¿cómo y por quién o quiénes serían financiadas esas giras artísticas? ¿Las solventaría el partido naranja? ¿Se realizarían con cargo a los beneficiarios del esquirolaje del zacatecano?

¿No basta acaso con que los competidores acudan por su cuenta a encuentros con universitarios o asociaciones civiles y que los medios cumplan su tarea de darles cabal e imparcial cobertura?

Las objeciones iniciaron semanas antes del día D, el 7 de abril, cuando dirigentes de Morena impugnaron la participación como moderador de Manuel López San Martín.

Este periodista hizo comentarios tan duros como injustos y aun con ruindad –y no es improbable que por encargo de su patrón, el inefable Ricardo Salinas Pliego–, en contra del exsubsecretario de Salud, Hugo López Gatell.

Omitieron sin embargo los objetores que el conductor de ADN 40 realizó sus opiniones –ni modo—en pleno uso de su derecho de expresión. Aunque, ciertamente, el decoro debió aconsejarlo declinar, así fuese por disconformidad de uno sólo de los debatientes.

Vendrían después las quejas de Morena, primero, y el PRIAN y MC después, debido a fallas del cronómetro, y luego una sarta de recriminaciones y justificaciones de la portaestandarte del FAM, quien responsabilizó al INE hasta de sus boberías. Como eso de mostrar de cabeza el Escudo Nacional.

El toma y daca, como puede verse, no sirve para lo que en teoría fue concebido e incorporado en la ley, pero sí para que políticos inescrupulosos, mendaces y desvergonzados intenten olímpicamente burlarse de los ciudadanos.

Xóchitl intentó verles cara de estúpidos a los electores con la explicación extemporánea y sacada de la manga de que lo del Escudo no fue tontería sino algo intencional, bien pensado; una protesta por la situación de violencia que vive el país. ¿Honradamente, pensará esta panista vergonzante que alguien puede deglutir semejante patraña?

Renglón aparte merece el muy ilustrativo criterio expuesto por Xóchitl en el debate –de algún modo hay que nombrar este ejercicio—del 7 y ratificada después en un mitin, según el cual “si a los 60 años no has podido hacer un patrimonio, es que eres muy güey”. 

Se entiende, ahora sí, que en los malolientes negocios de Gálvez con el gobierno –tráfico de influencias, moches inmobiliarios, adquisiciones de servicios privados por favores burocráticos, contratos sin licitación—la panista incorporó como si nada a cónyuges, hijos y otros parientes.

Con algo de imaginación, uno puede ver y oír a la aspirante a gobernar México parafraseando al poeta Horacio y aconsejando a Juan Pablo Sánchez Gálvez hacer dinero como primer propósito de vida: “Hijo, haz dinero; si puedes, hazlo de manera lícita, pero si no, haz dinero”.

Millones de sexagenarios honrados y trabajadores, que no le han robado ni un centavo al Estado, pero a quienes la fortuna –quizá por ello– les ha sido esquiva, de seguro le darán a Xóchitl una contundente opinión en las urnas.

Vienen en camino dos cotejos más, los cuales mejor sería cancelar a la voz de ¡al diablo los debates! 

La democracia no sufriría desdoro y en tiempos de austeridad los primeros en darse por aludidos deberían ser quienes aspiran acceder al poder.

RESCOLDOS

Tiene más fondo del que a primera vista puede percibirse el asalto a la embajada de México en Ecuador. Fue el desafío que marcó el inicio de ataques abiertos y directos de la derecha a los gobiernos de izquierda en la región. Cuesta trabajo suponer que ocurrió sin la venia de Estados Unidos. Hay señales de que la Casa Blanca abandona el desteñido New Deal a lo Roosevelt con que hasta ahora actuaba en el subcontinente. Más claro: con Biden o Trump, regresará el Gran Garrote.

Sucedió más temprano que tarde, el Poder Judicial se zambulló, de lleno y sin el menor recato, en la campaña electoral, a favor del PRIAN. A partir de ¡un anónimo! y con la velocidad del rayo, la presidenta Norma Piña abrió una investigación –con penetrante olor a venganza– en contra del ministro en retiro Arturo Zaldívar. Se le acusa de haber presionado a magistrados y jueces para desechar amparos en contra de obras del gobierno federal…

Como era de esperarse, la carta fuerte del PRIAN se subió a la combi de Norma Piña y aseguró –con un hilillo de sangre escurriendo por la comisura de sus labios– que al ministro Zaldívar “le encantaba el negocio” e incurrió en tráfico de influencias. No entiende Xóchitl que el camino es presentar pruebas válidas ante la ley, no dar desesperados gritos electoreros… 

La caída de su nominada hasta el sótano 3 en el primer debate, precipitó la estrategia de los promotores del Frente Amplio. Echaron todo el tasajo a la lumbre con una serie de maniobras simultáneas, entre las cuales la jugada maestra consistía en conseguir la prohibición de la cotidiana conferencia del Peje, la mañanera. Fracasaron. Primó –qué bueno– la protección al derecho de libre expresión. Y fracasó también la insidiosa y pueril tontería de que Amlo está enojado con Sheinbaum porque no lo defendió en el debate…

aurelio.contrafuego@gmail.com

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