CONTRAFUEGO || Ciclo de cine terror

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Aurelio Ramos Méndez

Como si de un festival de cine de terror se tratara, la mayoría de los medios de información han intensificado la proyección de escenarios e imágenes de advertencia en torno a las catástrofes y calamidades que se ciernen sobre nuestro país, ante la inminente, legítima y constitucional mayoría calificada de Morena en el Legislativo.

En pos del galardón a Mejor Guionista de la temporada, refiriéndose a la veintena de reformas constitucionales y legales que impulsa el presidente López Obrador, un líder de opinión escribió, delirante: “Inicia el verdadero golpe de Estado”. Dibujó un panorama pavoroso de supresión del entramado jurídico implantado durante los 36 años del periodo neoliberal.

Otro obcecado columnista, que ha hecho del marcaje personal a AMLO una causa de vida, arreció su necio pronóstico de venezolanización de México, ahora ya no para ayer sino a veinte años vista. “Lo que estamos viendo en Venezuela es lo que viviremos en México en un par de décadas (…) Estamos en ese camino y no hay reversa”.

Fue el imaginativo periodista de Milenio, Carlos Marín, quien percibió indicios de golpe de Estado en las iniciativas de reformas presidenciales.

Omitió que durante los seis sexenios de neoliberalismo, de 1982 a 2018; es decir, en los gobiernos de De la Madrid, Salinas, Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto, fueron realizadas ¡500 modificaciones a la Carta Magna!, hasta dejarla irreconocible.

Fueron cambios radicales ejecutados por administraciones con ínfima, si no es que nula representatividad popular. No olvidemos el fraude electoral de 1988 ni que Calderón oficialmente ganó con medio punto porcentual de diferencia, unos 250 mil votos, aunque hasta las piedras saben que se robó la elección de 2006.

El régimen que busca darles reversa a aquellas transformaciones fue avalado por 36 millones de sufragios, 33 punto de diferencia, equivalentes a 19.4 millones de votos, lo cual obviamente impone un mandato insoslayable.

La atmósfera mediática también está saturada de voces que, a punta de triquiñuelas y patrañas, se oponen a la corrección del rumbo político y económico trazado durante el lapso de ¡41 años! de la denominada transición democrática. 

O sea, durante el amontonamiento de años en los cuales se acentuó la desigualdad, se benefició a un puñado de megarricos y se abandonó a su suerte a más de la mitad de la población nacional hundida en la pobreza.

Es cosa de escuchar al panel de opinantes del noticiario de Carmen Aristegui –el exconsejero electoral Alfredo Figueroa, por sólo mencionar uno—para constatar el tono y la sinrazón de las objeciones. Por principio de cuentas, porque el referido lapso no fue una transición y menos aún democrática.

Nuestra tan cacareada transición abarcó cinco mandatos del PRI y dos del PAN, a lo largo de los cuales rigió un estado de cosas permanente y se afianzó lo que en agosto de 1990 Mario Vargas Llosa denominó “la dictadura perfecta”. 

Recordemos lo que en aquella ocasión dijo no un ideólogo de la izquierda sino el pope de la derecha, el portentoso autor de La ciudad y los perros. Lo dijo rebatiendo penosos malabares retóricos de Octavio Paz en un foro de Televisa moderado por Enrique Krauze, cuando ya habían transcurrido trece años de la reforma política de José López Portillo.

“Yo no creo que se pueda exonerar a México de esa tradición de dictaduras latinoamericanas. Creo que el caso de México, cuya democratización soy el primero en celebrar y aplaudir, como todos los que creemos en la democracia, encaja dentro de esa tradición, con un matiz que es más bien el de un agravante.

“Yo recuerdo haber pensado muchas veces sobre el caso de México con esta fórmula: México es la dictadura perfecta. La dictadura perfecta no es el comunismo, no es la Unión Soviética, no es Fidel Castro… ¡Es México! Porque es la dictadura camuflada de tal modo que puede parecer no ser una dictadura; pero, tiene de hecho, si uno escarba, todas las características de la dictadura”.

El autor de Conversación en La Catedral mencionó, entre otras características, la permanencia no de un hombre, pero sí de un partido, el cual –dijo—concede suficiente espacio a la crítica en la medida que ésta le sirve para parecer democrático. Y, en seguida, zamarreó sin piedad a Paz, Krauze y otros intelectuales:

“Una dictadura que, además, ha creado una retórica que la justifica. Una retórica de izquierda, para lo cual, a lo largo de su historia, reclutó muy eficientemente a los intelectuales, a la inteligencia.

“Yo no creo que haya en América Latina ningún caso de sistema, de dictadura, que haya reclutado tan eficientemente al medio intelectual, sobornándolo de una manera muy sutil, a través de trabajos, a través de nombramientos, a través de cargos públicos, sin exigirles adulación sistemática como hacen las dictaduras vulgares. Por el contrario, pidiéndoles más bien una actitud crítica porque esa era la manera de garantizar la permanencia de ese partido en el poder”.

De este calibre fueron los mandarriazos que les asestó el Marito de La tía Julia y el escribidora los intelectuales mexicanos de entonces y de todavía, quienes defienden una transición que ya es, con mucho, la más dilatada en la historia de América Latina.

Augusto Pinochet duró en el poder 17 años y las negociaciones para la transición de su gobierno de facto a la democracia insumieron unos cinco años.

En Argentina, la dictadura cívico-militar instalada tras el golpe de estado de marzo de 1976, se prolongó siete años, hasta diciembre de 1983.

En Uruguay, el paso de una dictadura de doce años –de 1973 a 1985—llevó cinco años de negociaciones.

Y, en Brasil, el cuartelazo que derrocó a Joao Goulart en 1964 se extendió cuatro años, seguido por una sucesión de gobiernos civiles tutelados por militares, hasta 1985 –veintiún años–, cuando fue recuperada la democracia cabal, después de seis años de negociaciones, de 1979 a 1985.

De modo que, si el proceso de democratización en nuestro país demoró más de cuatro décadas, de 1977 a 2018, con media docena de “reformas político-electorales” para enraizar el bipartidismo PRI-PAN, ese periodo puede ser llamado como se prefiera, menos transición.    

Del carácter democrático de esa larga noche hablan el fraude de Salinas, la usurpación de Calderón y el confeso obstruccionismo de Fox a la voluntad popular para atornillar en la silla del águila a su sucesor.

Todo esto es lo que defienden los proyectistas del presente ciclo de cine terror, que visto con detenimiento más bien parece cine cómico.

BRASAS

Hizo bien el gobierno de Venezuela en asestarle a Marko Cortés una coz que lo lanzó hasta el Perú y exhibirlo como un hazmerreir de exportación.

El dirigente panista logró entrar a aquel país dizque con fines de observación electoral. En realidad, se incorporó como activista a la campaña del opositor Edmundo González.

Típico candil de la calle, intentó defender la democracia llanera sólo días después de que en México trató junto con otros de su calaña robarse la Presidencia.

Incitó a Xóchitl Gálvez a desconocer la voluntad de 36 millones de mexicanos que votaron por Claudia Sheinbaum; es decir, 19.4 millones de votos más de los que obtuvo la hidalguense. Más claro: una diferencia de ¡33 puntos porcentuales!

El muy democrático Cortés se esmeró para engañar a los electores con el cuento de que Xóchitl había detonado todo un fenómeno mediático y rebasado en las encuestas a la candidata de Morena.

Le negó veracidad a una docena de mediciones que le daban hasta 30 puntos de ventaja a la ahora candidata triunfante. ¿Error de apreciación? Nones. Deliberada intención de engaño.

Con semejantes credenciales el panista se apersonó en Caracas para defender la democracia, hasta que lo prendieron de las greñas y a empellones y patadas lo echaron de aquella nación.

Peor le fue a Vicente Fox, de quien sin embargo ya no sorprende la desvergüenza. Al patético expresidente le avisaron en Panamá que no podría entrar a la tierra de Simón Bolívar y tuvo que bajarse del avión entre las risas de los pasajeros.

Conviene no olvidarlo. Este fervoroso defensor de la democracia ya confesó que desde la Presidencia maniobró para atajar a López Obrador y ayudar a Felipe Calderón a apañarse los comicios en 2006. ¡Cinicazo!

RESCOLDOS

Unos 250 intelectuales, periodistas, exfuncionarios públicos y colados firmaron una carta abierta de protesta por lo que afirmaron, con toda determinación, que fue un fraude electoral de Nicolás Maduro. No aportaron ni la menor prueba de su aseveración ni dijeron siquiera cómo supieron del fraude; pero, enturbiaron el ambiente peligrosamente polarizado por aquellos lares. ¡Irresponsables metiches! 

aurelio.contrafuego@gmail.com

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