Aurelio Ramos Méndez
¡Hilarante la comedia que Televisa le ofrece a su audiencia esta temporada! Una emisión en la cual, en el arranque de un nuevo gobierno, el presidente de esta empresa, Emilio Azcárraga Jean, hace acrobacias en su empeño por tirar lastres e intentar congraciarse con la 4T para recuperar negocios archimillonarios.
Azcárraga maromea apoyado en la noción profesional ignominiosa del conductor del programa La hora de opinar, Leo Zuckermann, quien despidió dizque por su iniciativa a media docena de sedicentes periodistas, opinadores que en realidad han sido operadores políticos de la oposición.
Fueron echados de la televisora Jorge Castañeda, Héctor Aguilar Camín, Denise Dresser, Luis de la Calle, Pablo Majluf y Paula Sofía Vázquez, a quienes legítimamente ampararían los fueros del oficio periodístico, si hubieran hecho periodismo no grilla partidista como a la nación entera le consta que hicieron.
A la luz del desempeño de estos comunicadores y las contorsiones de Azcárraga, surgen preguntas tales como ¿quiénes siguen?, ¿incluirá la poda a participantes de Tercer Grado –Sergio Sarmiento y Raymundo Riva Palacio, los más perfilados– u otros programas clasificados periodísticos, que en realidad son sesiones de propaganda opositora y jornadas de demolición del gobierno?
Zuckermann –los hechos hablan– entiende su oficio con la resignación de “el niño de los azotes”, el infante que en las monarquías era educado junto a un noble, destinado a recibir los castigos y azotes que por razones de estatus no podían propinarse al niño rey o príncipe, papel éste último que en la comedia Azcárraga reservó para sí.
Al sacarle las castañas de la lumbre al mandamás de Televisa, el presentador tuvo el desatino de mentirle al más chismoso, inescrupuloso y cínico de los seis corridos, Castañeda.
Sí, al grillo acomodaticio de quien la opinión más memorable en el referido programa fue haberle recomendado a Xóchitl Gálvez “hacer la guerra sucia, pero sucia en serio” contra Claudia Sheinbaum, porque “el manual ahorita es ‘go negative’, con investigación de oposición, con chismes, con todo”.
La razón del cese –a decir del contumaz chismoso canciller de Fox— verbalizada por Zuckermann, fue “su deseo de renovar el cuadro”, sólo que adujo argumentos contradictorios, confusos, inverosímiles.
Ansioso por recibir los azotes que al patrón deben tocarle, el locutor no tuvo lo que se necesitaba para ponerle al asunto el sello de la casa: decirles a sus congéneres, sin más explicaciones, “¡se acabó!”. Consecuencia de la blandenguería, Castañeda conjeturó:
“Yo considero que el despido simultáneo de seis colaboradores críticos del gobierno (…) constituye un acto de censura, una cortapisa a la libertad de expresión, y un indicio ominoso de lo que viene”.
Con ánimo de victimizarse y dejar larvado el chisme de que fue echado por orden del gobierno, el foxista añadió: “No tengo cómo saber si fue por iniciativa de Televisa, de Leo, o a pedido del poder. Da más o menos lo mismo”.
Miente. No da lo mismo que haya sido despedido por el oportunismo de un empresario interesado en congraciarse con el gobierno, en pos de contratos, ventajas y prebendas, que “a pedido del poder”, o sea, por representantes del Estado cuya obligación es garantizar la libertad de expresión.
Más colmilludo que el fatuo Castañeda, Aguilar Camín sólo dio por cerrado otro ciclo de su larga relación con la televisora. Consciente de que hay un mañana, se esmeró por dejar entreabierta la puerta. Como silbando bajito dijo que los despidos “no puede entenderse sino como un sesgo político”.
Por su parte, Pablo Majluf interpretó las expulsiones como “ajustes de Televisa para el próximo sexenio”, Dresser derramó bilis en un video y De la Calle se limitó a relanzar en la red los dichos de Majluf. Sanseacabó. No hubo lágrimas y ni un alma salió de las redacciones para solidarizarse con los expulsados.
Que nadie se confunda, no estamos ante un caso de insolidaridad gremial o traición al oficio periodístico, sino de un impulso reivindicador del periodismo.
Por destacados que sean en sus respectivos campos, los cesados no son periodistas sino opinadores que incluso deslegitimaron, devaluaron y envilecieron el periodismo.
De ninguna manera les son aplicables los fueros que la ley reserva para los periodistas. Por ejemplo, el derecho y la libertad de decir lo que quieran, porque se presume que representan al menos a una parte de la sociedad, sus audiencias.
Una cosa es que los ahora exempleados de Azcárraga utilicen para sus fines las herramientas del periodismo, y otra que honradamente representen con criterio periodístico –imparcialidad, objetividad y otras exigencias — a la sociedad.
El trabajo de los liquidados fue público y libérrimo –alarde de la libertad de expresión–, y ahí está para quien se interese en evaluarlo; podrá constatar que, a distancia sideral de la neutralidad, prestaban servicios a la oposición política.
Juzgaban los hechos con doble rasero. Si –por ejemplo–, el PRI, PAN o PRD manipulaban encuestas con descaro, esto era algo que ellos no sólo avalaban, sino que relanzaban por todos los medios a su alcance. Si eso mismo –falsear encuestas— presumían que hacían Morena o el gobierno, les parecía inconcebible, un golpe artero a la democracia.
Demás está decir que en el ideario de la oposición encajan perfecto los intereses económicos y políticos de Azcárraga, quien ha sido a la vez mecenas y verdugo de los falsos periodistas de La hora de opinar, y quien, para mayor disparate, acaba de reclutar a tres políticos profesionales: Julieta Ramírez (Morena), Gibrán Ramírez (MC) y Damián Zepeda (PAN). Políticos fuera de su hábitat, invadiendo espacios propios de los periodistas.
Si los despedidos no por Zuckermann –no nos digamos mentiras– ni “a pedido del poder”, sino por decisión de Azcárraga, capitularon en su ejercicio del periodismo y abrazaron la grilla, ¿por qué tendrían que ser amparados por los privilegios, beneficios, fueros, facilidades y consideraciones y derechos que protegen a los periodistas?
Tales derechos son reconocidos porque su ejercicio, en última instancia, sirve no al periodista y menos a un partido o coalición electoral –y muchísimo menos a un empresario–, sino a la sociedad en su conjunto.
Es el caso del derecho de expresión, sin más límite que la conciencia propia acotada por la ley y la ética. Y de la libertad de hacer uso de este derecho, lo cual precisa un entorno favorable, auspiciado por el Estado. Mucho pueden decir de esto los profesionales que ejercen no en el confortable estudio televisivo sino en las zonas calientes del narcotráfico.
La reserva de la fuente es también derecho inalienable del periodista, mas no puede serlo de quien consiente ser usado con fines ajenos al oficio, como de manera ordinaria hicieron los despedidos, calanchines del gerente del membrete Mexicanos contra la Corrupción, Claudio X. González.
De otros muchos fueros son beneficiarios los periodistas, en razón siempre del servicio social que su oficio entraña:
La posibilidad de publicar información apócrifa, pero corroborada y veraz; la excusa de ser parte en litigios por consecuencia de publicaciones de su autoría; la posibilidad de exigirles datos a instancias gubernamentales o privadas; el derecho de ser acreditado en reuniones informativas oficiales o hasta de colarse en eventos reservados… Todo, porque se presume en ellos ausencia de compromisos particulares.
El sesgado ejercicio periodístico de los eyectados de Televisa no califica para ser amparado por los privilegios universalmente aceptados del periodismo.
Menos aún el servilismo de Zuckermann y los malabares y cochupos de Azcárraga.
RESCOLDOS
Del delirio a la locura saltan en el ocaso del sexenio los detractores de la 4T. “El Nerón de Macuspana”, llamó a Amlo Raymundo Riva Palacio, en El Financiero. Y, Enrique Krauze Kleinbort escribió que “vamos a coronar a Claudia Carlota de México”. ¡Sandeces! Si la analogía fuese certera, con todo y su ultraderechismo Enrique KK sería reprimido como los periodistas de El Pájaro Verde, La Orquesta o La tos de mi mamá durante el Segundo Imperio. Ahora sólo es factible parafrasear las últimas palabras de Maximiliano sobre una Carlota Amalia con franco desequilibrio mental: “¡Pobre Krauze!”…
Era previsible. Con o sin sobrerrepresentación, está siendo fácil para el oficialismo conformar mayoría calificada en el Legislativo. Los perredistas José Sabino Herrera y Araceli Saucedo ya le vendieron su voto. Como pudieron haberlo hecho –y en algún momento lo harán—panistas, priistas o de otras formaciones. La venalidad es lo único que se da por consenso en el Congreso…
aurelio.contrafuego@gmail.com