Antonio Gutiérrez Victoria / Al Margen
Es el nombre de la más reciente exposición escultórica de Alonso Chávez. Se trata de 25 piezas, la mayoría de cerámicay otras de bronce, que el artista comenzó a crear desde principios de este año en San Agustín Etla, en el Taller Caneladel maestro ceramista Claudio Jerónimo.
Esta muestra del joven artista Alonso Chávez forma parte del programa de actividades que realiza el Museo de Arte Prehispánico de México con motivo del 125º aniversario del natalicio del maestro Rufino Tamayo.
Alonso Chávez es un joven artista que reside en Oaxaca desde su infancia. Aquí se formó y comenzó su camino en las artes plásticas. Hace poco más de siete años, comenzó a incorporar todo tipo de aves, primero en sus pinturas y luego en sus esculturas.
Antes ya había trabajado con la cerámica, haciendo jarrones a través de la pregunta: ¿Qué se puede guardar en un jarrón? ¿Algún tesoro? Sus procesos e insistencia sobre las aves lo llevaron, en un primer momento, a combinar los jarrones y las aves para dar paso a las preguntas: ¿Es posible asimilar el jarrón a un huevo como un sitio de resguardo? ¿Y los nidos?
Sus propias interrogantes lo han llevado a establecer relaciones entre la cerámica y sus formas de expresión, hasta llegar, según dice, a los “lugares seguros”. ¿Qué es un lugar seguro? se pregunta. “El lugar seguro no es un lugar físico, no es la casa familiar. No es llegar a casa y sentirse resguardado. Es, más bien, la familia, mi familia. Mi primer lugar seguro. Al lado de ellos, nada nos pasa. Y conforme vamos creciendo, vamos rompiendo este cascarón, pero seguimos teniendo lugares seguros”. Quizá por eso cabe decir que algunas de sus piezas son aves posando sobre el cascarón. Chávez, con su arte, logra transmitir un poderoso elemento de identidad de los seres vivos: el lugar seguro.
Precisamente, entre las piezas que conforman esta exposición, “Pescador”, un ave que lleva un pescado en el pico; “Vigía”, un búho de dos caras; y “La Protectora”, además de ser las más grandes, son también las que representan el cuidado con más elementos. Las tres tienen un cuerpo cubierto de hojas entre las que se asoman pequeñas aves que resaltan por partida doble su propósito: la alimentación, un ave que provee de comida a otras; la vigilancia nocturna del nido; y la protección y abrigo que brinda el propio cuerpo de las aves a sus crías, su primer nido.
Alonso Chávez insiste en la representación de ideas y valores a través de las aves. Sin embargo, contrario a la libertad que a priori muchos solemos asociar con ellas, Alonso las relaciona con los cuidados y las enseñanzas que los adultos brindan a sus crías.
Más adelante, en el desarrollo de la temática, Alonso Chávez avanza en la reflexión sobre los lugares seguros y la necesidad de “salir de las zonas de confort, pues es similar a cuando se logra tener la fuerza necesaria para romper el huevo, lo cual implica ciertos sufrimientos, pero también crecimiento”.
Esto le sirvió para establecer una analogía entre el proceso de la cerámica, el proceso del huevo y los procesos de las personas.
Desde la parte técnica, el proceso va desde la arcilla cruda, el amasado, la metida al horno, la cocción a mil doscientos ochenta grados, y así hasta abrir el horno y sacar las piezas de cerámica, un largo y arduo proceso que es como abrir el huevo para que salga el animal.
Las piezas, distribuidas a lo largo del patio central del museo, buscan cobrar vida propia para entablar un diálogo con los visitantes y partir “De la tierra al vuelo” hacia sus propias historias. Estas obras provocan reflexiones sobre las relaciones y vínculos entre seres vivos que Alonso Chávez ya había suscitado en su lenguaje plástico y que ahora también se manifiestan en su escultura, invitando al público a imaginar sus propias metáforas.