Aurelio Ramos Méndez
¡Qué tan baja estaba la vara que Andrés Manuel López Obrador, cuyo gobierno terminará dentro de una semana con abultado saldo de deficiencias, pendientes, yerros e incumplimientos, ya entró a la historia como el mejor presidente en por lo menos el último medio siglo!
Finaliza su mandato, ciertamente, a distancia sideral de los tres hitos históricos –Independencia, Reforma y Revolución– con los cuales eligió comparar su gestión.
Justo es reconocer, no obstante, que ostenta la calificación más alta si el cotejo se hace con los gobernantes del periodo neoliberal: De la Madrid, Salinas, Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto.
Un solo dato basta para probar que se destaca frente a todos ellos como un gigante:
Con pandemia y bajo acoso permanente, el actual gobierno sacó de la pobreza a 9.5 millones de mexicanos. ¿Sólo una fracción del total de más de 50 millones de pobres? Peor es nada.
Estos compatriotas no han superado por completo sus carencias ni se hallan en jauja, subieron apenas un peldaño. Su situación, sin embargo, simboliza el que puede ser el principal legado de Amlo.
Esta administración comenzó a darle vuelta al estado de cosas imperante durante cuatro décadas, patentemente favorable a las élites. Logró que los sectores más depauperados abriguen ahora la esperanza de que el Estado puede ayudarlos a superar su lacerante condición.
Son numerosas las demostraciones de buen gobierno y el de Macuspana se va como el mejor, sí, aunque con mucha pena y poca gloria debido a la envergadura de los pendientes.
El principal déficit se halla en el rubro de la seguridad pública. Imposible hablar siquiera de mediano éxito, con cerca de 200 mil muertos –¡los muertos del Peje, ni modo!—durante el sexenio.
Resultaron insuficientes las becas para estudiantes, la ampliación de la cobertura educativa, el programa Jóvenes Construyendo el Futuro y hasta la exhortación a padres y abuelos aplicar correctivos. Millares de jóvenes e incluso niños todavía nutren las filas de la delincuencia.
Mal podría esperarse la atenuación de la barbarie que convulsiona a nuestro país, si por la razón que haya sido el Presidente no movió ni un dedo para explorar la única solución a este grave problema, la ya tardía aunque aún conveniente legalización de las drogas.
El mandatario mexicano, que en muchos casos –comprobables—le habló de tú a tú al huésped de la Casa Blanca, no tuvo arrestos para confrontarse con éste por el tema del narcotráfico.
El Tío Sam –lo saben hasta los niños– ha sido el artífice, promotor, beneficiario y vigilante de la estrategia represiva del fenómeno de las drogas, concretada en la contraproducente guerra contra el narco.
No cuesta por ello entender que Amlo haya tomado distancia de los esfuerzos regionales y globales en pro de la despenalización, el más vigoroso abanderado por el colombiano Gustavo Petro.
Fue desperdiciada –¡lástima!— por cuenta de un gobierno con amplio respaldo social, una oportunidad de oro para contener del desangre nacional causado por el tráfico de estupefacientes, locomotora de las diversas expresiones de delincuencia organizada.
Son muchos los aspectos en que el tabasqueño les queda debiendo a los mexicanos. Uno más, el haberle sacado el cuerpo a una reforma fiscal de gran calado. Omisión basada en la prudencia.
Si una oligarquía intocada fue la migraña del Jefe del Estado, con una reforma fiscal quizá estaríamos hablando de un Presidente derrocado, a despecho del pueblo que patentemente tiene detrás.
En todo caso, el erario se privó de los recursos indispensables para atender la ambiciosa agenda social…
Del combate a la corrupción, campo en el cual en más de una ocasión Amlo izó la bandera blanca, los resultados hablan por sí solos. Sobran dedos de la mano para contar a los grandes corruptos que pisaron la cárcel.
En la 4T presidida por una rara avis de indudable honradez personal, hubo amnistía e inmensa tolerancia para los peces gordos de la corrupción. La deshonestidad y la impunidad aún hicieron de las suyas, tanto en el sector público como en el sector privado.
En el reverso de la moneda, es extensa la lista de resultados positivos. Mejoró de manera substancial el salario mínimo, apoyó a los grupos más vulnerables indiferente a las acusaciones de clientelismo; realizó importantes obras públicas “inútiles y faraónicas”, según la derecha más rancia.
Atajó el tráfico de influencias y les alzó la canasta a contratistas y proveedores que conciben el Estado como botín.
Desenmascaró a la gran prensa, dominada por poderosos grupos económicos que usan sus medios como arma para extorsionar al gobierno.
Impuso la austeridad en el servicio público, contuvo el saqueo en el sector salud e hizo valer su autoridad ante los poderes fácticos.
Emprendió el costoso y todavía largo camino de recuperación para los mexicanos de la riqueza estratégica del petróleo, los hidrocarburos y la energía eléctrica; rehabilitó los ferrocarriles y reivindicó el Estado, adelgazado hasta la anorexia.
Y consumó una reforma judicial que sepultó la realizada por Zedillo, en la cual jueces, magistrados y ministros ofrecen la justicia al mejor postor. Con el cambio la Corte quizá continuará al servicio de la oligarquía; sin él, era seguro que eso seguiría ocurriendo.
Lo dicho: la vara andaba a ras de piso y muy arriba no está, pero la modesta elevación es de agradecerse.
BRASAS
Los esfuerzos para reivindicar socialmente a Carlos Salinas y reciclarlo en lo político están en su apogeo, por periodistas que recibieron de este expresidente regias obvenciones.
Varios de esos comunicadores –desprevenidos o codiciosos– que le vendieron su alma al diablo, se esmeran en lavarle la cara al exmandatario, usando a Ernesto Zedillo –genuina némesis de Salinas—como víctima propiciatoria.
El expresidente 1994-2000 pronunció ante la Asociación Internacional de Abogados un furioso discurso en contra de la reforma judicial y del Presidente López Obrador. Le fue como al perro de la tía Cleta, aquel que la primera vez que ladró le reventaron la jeta.
Los periodistas-salinistas defendieron con ardor a su mecenas e hicieron tiras con el pellejo del colilargo Zedillo, de cuya alocución criticaron lo extemporáneo, sin percatarse del efecto búmeran que impactó a los dos expresidentes.
En columnas tales como El Monstruo de Zedillo, Habla Zedillo, el salvador de AMLO y Zedillazo a las corrosivas reformas, bosquejaron los podrideros que fueron ambos sexenios.
Develaron casos de autoritarismo y aun de eso que Zedillo nombra tiranía.
Violaciones constitucionales al por mayor, sometimiento de los poderes Judicial y Legislativo, vulneración de derechos humanos; uso faccioso de la justicia, torcimientos de la ley y sobornos archimillonarios cometidos desde la Presidencia, entre infinidad de abusos e ilegalidades.
Denunciaron perversión de la justicia, siembra incriminatoria de cadáveres, desvió de mil millones de pesos de Pemex a la campaña del PRI en 2000, fraudes con el mismo fin en dependencias públicas, y hasta ungimiento por dedazo –“Carlos Salinas hizo Presidente a Zedillo”— del Jefe del Estado.
Según estos periodistas AMLO no cumplía con los requisitos de ley para ser candidato a Jefe de Gobierno, pero Zedillo le ordenó al PRI no impugnar esta ilegalidad, y su secretario de Gobernación, Emilio Chuayffet, gestionó que le quitaran al tabasqueño dos órdenes de aprehensión por la toma de pozos petroleros.
Además, Zedillo accedió remover a Roberto Madrazo del gobierno de Tabasco, y su procuraduría sembró un cadáver en la finca de ese angelito que es Raúl Salinas para acusarlo de homicidio.
Asimismo, autorizó a la PGR pagarle un soborno de medio millón de dólares al testigo usado en el caso del homicidio de José Francisco Ruiz Massieu, para que cambiara sus declaraciones y acusara del crimen a Raúl Salinas.
Y, para culpar del asesinato de Colosio a ese querubín que es Carlos Salinas, la procuraduría zedillista torturó al “segundo tirador”, Othón Cortes, a quien el maléfico Zedillo lo tuvo un año preso en Almoloya.
Zedillo también sobornaba a AMLO, vía Marcelo Ebrard, con ocho millones de pesos –quién sabe durante cuánto tiempo–, mientras que Enrique Jackson y José Carreño Carlón le consiguieron casa en Copilco al tabasqueño.
¡Caramba, y uno que pensaba que en aquellos años campeó la libertad, imperó la democracia y refulgió la justicia!
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Con idéntico sentido de la oportunidad de Zedillo y la estrategia epistolar de El Mayo Zambada, a unos días del fin del sexenio, Genaro García Luna le lanzó al Presidente López Obrador una cubetada de lodo.
Dijo que el mandatario tiene vínculos con cárteles del narco y que de ello cuentan con pruebas los gobiernos de México y Estados Unidos.
Contradijo así al gobierno gringo, que en febrero pasado desmintió a The New York Times.
En aquella ocasión hasta el embajador Ken Salazar exhibió al diario neoyorkino: “Como lo dijo la Casa Blanca muy claramente, no existe una investigación relacionada con el Presidente. Esto es la realidad”.
García Luna desmintió también a John Kirby, el portavoz del Consejo de Seguridad Nacional, quien semanas antes había balconeado al Pulitzer Tim Golden: “No existe investigación alguna relacionada con el Presidente de México”.
No hay pruebas, pero la prensa militante en eso que el Presidente llama la maleantada, en la cual destaca Raymundo Riva Palacio, amigazo y virtual vocero de García Luna, ha hecho descomunal ruido propalando la falacia del narco exsecretario de Seguridad.
Quien a estas horas debe estar escondido dentro de una lata de sardinas es el esposo de Margarita Zavala.
Porque si García Luna dice saber tanto de López Obrador, mejor ni imaginarse lo que puede desembuchar de Calderón, de quien fue brazo derecho, amigo, socio, colaborador, confidente, todo.
RESCOLDOS
Es mejor irse que escaparse. El periodista Ciro Gómez Leyva se va a vivir a España. Puede denominar como quiera a esta decisión; pero, en plata blanca, se trata de una huida. Trabajará de exiliado porque es muy rentable, viste mucho y monetiza más dar la apariencia de confrontación con el poder. Su alejamiento es consecuencia de un amplio repudio social que el rating no registra y que, a su vez, resulta de la capitulación ética y el dilatado ejercicio de un periodismo sesgado y mendaz.
aurelio.contrafuego@gmail.com
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