Antonio Gutiérrez Victoria
A la memoria de Eugenio Miguel González López
No crecí en una familia con una devoción fanática hacia el fútbol; nací sin un equipo definido. Aunque en mi hogar nunca se menospreció a los Pumas, debido a la afinidad universitaria de mi padre, ni al Cruz Azul, tampoco hubo un fanatismo desmedido por ninguno de los dos equipos. En cambio, aprendí a apreciar el fútbol por lo que me ofreció cuando tuve la oportunidad de jugar en un equipo del Centro de Formación Pachuca Oaxaca URSE, que en 2024 cumplió ya quince años de existencia.
Uno de los tantos motivos para querer al fútbol son las personas que uno conoce en el campo, a sus alrededores. Por ese motivo decidí escribir este testimonio, porque recuerdo con afecto a dos personas, el profe Jorge Medrano y Doña Irma, quienes dirigen y administran el Centro de Formación desde sus inicios. Hoy, a varios años de conocerlos, los goles y partidos son un pretexto para aludir a lo que en verdad importa: la formación, la amistad, su apoyo y, por qué no, su cariño.
Las casualidades son pases al hueco. Y fue por una casualidad que llegué a aquel equipo ¿habiendo otros, por qué a ese? No lo recuerdo con exactitud. Pero si recuerdo las tardes de entrenamiento en el campo de la URSE, cuando la noche nos alcanzaba, otras tantas veces cuando la lluvia hacia el campo más difícil de lo que ya es, y las muchas veces en que una tarde perfecta nos permitía entrenar con tranquilidad.
También, recuerdo los viajes, las veces que fuimos a la Costa para jugar un partido y con ese pretexto pasábamos horas en la playa o en las albercas de los hoteles. Los partidos y algunos goles, como aquel de Isaac el “Zurdo”, lateral izquierdo que hizo el único gol en la final de la liga Scotiabank local del Sector Amateur que jugamos (yo desde la banca) en el microestadio del tecnológico y que nos llevó a conocer el Centro de Alto Rendimiento (CAR) de la Federación Mexicana de Fútbol en 2018.
Por aquel entonces, mi padre se tambaleaba en el trabajo y la comenzábamos a pasar mal. Pero mi fortuna y también mi consuelo consistió en que no deje de jugar cuando lo necesitaba.
El profe Medrano, fumador empedernido, hombre de coraza firme por fuera, pero de corazón noble por dentro, y Doña Irma me permitieron seguir en el equipo, aunque a veces nos atrasábamos con el pago de alguna mensualidad. De paso, también me dieron la oportunidad de conocer México más allá de lo que unas vacaciones familiares me habían permitido: viajamos a Puebla, Toluca y, lo más lejos, Guanajuato.
Ahora, a la distancia, pienso que, ante toda una serie de carencias, el fútbol saca a relucir su virtud de hacer que nos olvidemos de nuestras circunstancias trágicas. Un buen ejemplo es el caso de Maradona en Argentina, tal como lo narra el escritor argentino Hernán Casciari, en el relato “Carta de una ama de casa a Maradona”, cuando en 2004 el 10 albiceleste fue hospitalizado y se encontraba grave de salud, la mujer le escribió: “¿Sabés por qué rezo? Porque hubo momentos en los que no tuvimos nada, pero nada, arriba de la mesa, y vos le dabas alegría a mi familia. Alfonsín estaba haciendo estragos, y gracias a Dios justo nos cayó del cielo un Mundial que ganaste de punta a punta… para mí fue un invierno horrible, porque solamente podía cocinar buñuelos con acelga en el almuerzo y más acelga en la cena. Pero si hoy le pregunto a mi marido o a mi hijo qué se acuerdan de ese invierno, ellos te nombran, sonríen… No tienen la menor idea de que pasaron hambre”.
Si ahora me preguntaran qué quedó de aquel tiempo difícil en que la pasábamos mal, respondería que es el fútbol lo que invade mis recuerdos, no la racha económica adversa que atravesamos. Eso sí, esos recuerdos vienen entrelazados con momentos de alegría y otros de aflicción, especialmente tras alguna derrota dolorosa. El juego, el disfrute, el gol celebrado, la sensación de tener el balón entre los pies y correr con él logran difuminar, en buena medida, un periodo que de otro modo recordaría con mayor amargura.
Lo anterior se trata solamente de mi testimonio, pues, el fútbol proporciona varias maneras de entender el mundo, está abierto a la interpretación, pero permite, sobre todo, entendernos como sujetos que necesitan ejercer su carácter lúdico-asociativo para existir.
Dando rienda suelta a la interpretación, la cancha puede entenderse como un palimpsesto que se renueva con cada nueva jugada que allí sucede, con cada nuevo jugador que se divierte y que se esfuerza en ella, pero, sobre todo, que aprende algo nuevo. De ahí que este testimonio no tenga un carácter meramente conmemorativo sino proyectivo porque creo que hace falta más, no es sólo abrir los espacios, sino, garantizar la permanencia, el tiempo de calidad y los aprendizajes efectivos que, en un ambiente sano para las niñas, niños, adolescentes e incluso adultos, nos ayuden a construir mejores y más sanas personas.
Escribo para agradecer, para recordar el triunfo y la derrota, lo que aprendí de ambos. Lo demás es corrupción, mafias, monopolios, fútbol llanero, individualidades y egos lastimados; pero existen iniciativas valiosas que nos ilusionan y nos hacen llevadera la vida, como el trabajo de Doña Irma y el profe Medrano.
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