Omar Rodríguez
El pasado domingo 9 de marzo se llevó a cabo un acto sin sentido, financiado con recursos públicos que bien pudieron haberse destinado a cubrir necesidades más urgentes, como la compra de medicamentos, por ejemplo. Encabezado por la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, entre acarreados y seguidores incondicionales, la mandataria se vanagloria de haber logrado retrasar la imposición arancelaria con la que el presidente Donald Trump pretende acorralar a México contra las cuerdas. Ciento seis minutos duró el discurso de la presidenta, quien se cuelga laureles por un “logro” que ni siquiera es un hecho consumado: el arancel solo se ha pospuesto un mes. No hay nada que celebrar todavía. Un mensaje flojo y sin
contenido, pura palabrería que bien pudo haberse comunicado mediante una transmisión televisiva en lugar de montar lo que llamaron “Aranceles Fest”. Pero esta es la cara del populismo: de la mano de la demagogia, atrapa al fanático y al que porta el báculo de los fatigados, siempre incitando a la polarización del pueblo. “Divide y vencerás” es una táctica de manipulación que ha sido utilizada por milenios. El populismo, cuyo discurso se basa en la narrativa del “nosotros”contra “ellos”, provoca la división social entre colectivos. Esta polarización erosiona el sentido de comunidad y solidaridad, generando conflictos internos que impiden el diálogo constructivo y el consenso en torno a las políticas públicas.
El desprecio por los contrapesos y los mecanismos de rendición de cuentas facilita la toma de decisiones unilaterales, lo que puede derivar en prácticas autoritarias. Esta es la columna vertebral del gobierno de los cuatroteístas, quienes disfrazan su desprecio por las instituciones con un falso amor por lo que llaman “el pueblo bueno y sabio”. Está claro que eventos como el del domingo son una táctica para simplificar problemas complejos con distracciones burdas: “Pan y circo” para el pueblo. Mientras bailan y cantan, el gobierno populista se aprovecha de la necesidad y la ignorancia, logrando que, con un espectáculo, 600 pesos y una torta, muchos queden satisfechos y cegados, listos para ir al matadero.
Estos líderes recurren a la coacción social, presentando soluciones simplistas a problemas estructurales en lugar de hacer un verdadero análisis de sus causas. Esta estrategia, lejos de resolver, suele generar políticas ineficaces o incluso contraproducentes que, a largo plazo, agravan las desigualdades y los desafíos sociales.
Los cuatroteístas privilegian la retórica emocional sobre el análisis crítico, reduciendo el espacio para un debate político basado en argumentos sólidos y evidencia empírica. Esto empobrece la calidad del debate público y dificulta la construcción de consensos necesarios para abordar problemas históricos del país con soluciones integrales.
Las movilizaciones masivas como esta se convierten en un fin en sí mismo, desvinculadas de la construcción de propuestas sustantivas. Con el tiempo, moldean una ciudadanía reactiva y poco reflexiva, cada vez más distante de una participación realmente informada y comprometida con los procesos democráticos profundos.
El populismo, al explotar las emociones y fomentar la división social, socava la estabilidad política y destruye poco a poco el entramado social y las instituciones democráticas. Sus consecuencias son
fatídicas para el desarrollo y sostenibilidad de nuestro país.
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