Las demasiadas muertes

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Renato Galicia Miguel

En unos años, se han muerto demasiados conocidos míos cercanos y lejanos. Amigos entrañables y gente que se ha cruzado por mi vida por una u otra razón. Duele su partida en ambos casos.

Aunque entiende uno que es parte de llegar a los 60 años de vida o más pues se entra a la recta final, no se deja de pensar que ya no se les verá, que ya no se repetirán situaciones de vida y de convivencia, fuera una simple plática en una redacción o en el metro, una borrachera, una conferencia sesuda en algún foro equis, un viaje, una entrevista.

Un viaje a Michoacán con una bola de poetas de todo el mundo a inicios de los años noventa es por lo que recuerdo siempre al escritor Hernán Lara Zavala (Ciudad de México, 28 de febrero de 1946-15 de marzo de 2025), quien en ese tiempo era director de Literatura de la UNAM. El buen Armando Domínguez fungía como su jefe de prensa y a través de éste, en mi papel de reportero de Gaceta UNAM, es como pude vivir una experiencia alucinante en Morelia. 

Como suele ocurrirme, esa ocasión también me tocó rolar con los más desmadrosos y borrachos, que eran los poetas rusos, unos roperos que tomaban el tequila como agua, y un húngaro que luego resultó ser el tercero más importante de su país y que le gustaba caminar por los barrios cabrones y tomar a pico de botella en plena calle, una situación un tanto desafiante en un estado donde el gobernador Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano había dejado como herencia una ley seca de todos los fines de semana.  Igual tuve el gusto de ponerme una briaga en colectivo con el escritor cubano Senel Paz y después llevarlo al mercado para que nos la curáramos.

Pero el punto álgido fue cuando, en un recorrido nocturno al lago de Pátzcuaro, me subí a la lancha hasta la madre  y por mi insolencia reporteril, me senté al lado de Hernán Lara Zavala, quien a partir de ahí me cuidó para que no cayera al agua y escuchó todo el viaje mi dolor por la entonces reciente muerte de mi cuñado Isaí Franco Miranda a los 43 años por cáncer de pulmón. Al otro día en la mañana, tenía que entrevistarlo. Andaba yo todo crudo y apenado, por eso, lo primero que intenté hacer fue pedirle disculpas, pero me detuvo en seco y me dijo: “No, hermano, para eso estamos, no te preocupes”.  Era un tipazo.

A Carlos-Blas Galindo (Ciudad de México, 1955-10 de marzo de 2025) no lo conocía personalmente, pero sí a través de la lectura cotidiana de su columna en la sección cultural de El Financiero, a cargo del máster Víctor Roura, cuando su servidor fue reportero y colaborador en ese espacio. 

Se me quedó muy grabado, en especial, su texto en que definió a los artistas Rodolfo Morales y Francisco Toledo como caciques culturales de Oaxaca, que obviamente causó conmoción y le costó no ser nombrado director del Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca, el tan degradado y manoseado MACO de hoy.  

Con el tiempo, lo conocí personalmente y lo entrevisté para la revista Tangente/ Toca tu Vida —junto con la artista multidisciplinaria Iris Atma—, cuando era director del Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas (Cenidiap) del INBAL. Gran personaje, igual.

Son vidas que se cruzan con la de uno y que dejan huella. Descansen en paz, los másters Hernán Lara Zavala y Carlos Blas Galindo Mendoza.

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Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivamente responsabilidad del autor y no reflejan necesariamente la postura o el pensamiento de “Al Margen”. La empresa periodística se deslinda de cualquier comentario o punto de vista emitido en este texto, ya que estos corresponden al criterio personal del articulista.

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