Aurelio Ramos Méndez
El gobierno mexicano desaprovechó del modo más indolente, el pasado miércoles (23), Dia del Idioma Español decretado por la ONU, la oportunidad de decirle al gobierno estadunidense, en perfecto castellano y tono alto: “¡Primero México!”, como notificación de un esfuerzo en serio e inaplazable enfocado a combatir la invasión de anglicismos.
Le habría demostrado así que asimiló a cabalidad la importancia del principal valor preconizado por Donald Trump, consistente en poner en primer lugar en el orden de prioridades el interés propio de cada país –America first—, y que el mundo ruede.
Hubiera sido una atinada manera de comenzar a contrarrestar, desde la comunicación de las empresas extranjeras –en especial gringas— con los ciudadanos, la colonización de nuestra lengua nacional por una avalancha de extranjerismos. Rubro en el cual la totalidad de los mexicanos, pero sobre todo el Estado, nos hallamos en grave falta.
Desde el sector empresarial, las instituciones educativas, dependencias gubernamentales, el periodismo, la publicidad, el mercadeo y aun entidades como la Academia de la Lengua –enraizada en los inicios de la vida independiente (1835) pero con resultados más bien precarios– participamos en la cotidiana violación de nuestra lengua materna.
Consentimos o empleamos y reproducimos, en uso y abuso hasta la exasperación y el ridículo, no sólo tecnicismos –en efecto, algunas veces justificados–, sino vocablos y expresiones de uso común pero mal aplicados.
Se trata de términos que nos parecen mejores, más precisos o refinados que sus equivalentes en español, o que facilitan aparentar por petulancia y vanagloria el dominio de ciertas materias.
Basta parar la oreja y otear el horizonte para percatarse de lo que, a juzgar por la inacción, no se percibe en los tres órdenes de gobierno –el federal, en primer lugar– ni en el sector privado, la academia o las agrupaciones de profesionales y la amplia gama de responsables de proteger desde diversas trincheras nuestro idioma.
Hablamos de la SEP, Gobernación, las cámaras legislativas, las universidades, el Ifetel, las cámaras de comercio, las agrupaciones de mercadólogos, publicistas, periodistas, locutores; la pomposa Academia Mexicana de la Lengua, reinstalada en 1875… Tupido andamiaje institucional cuya actividad en el terreno de la defensa de nuestra lengua no se ve por ninguna parte.
Con absoluto apego a la austeridad republicana, sin erogación de recursos económicos ni riesgo alguno para las inversiones foráneas, la estabilidad económica o el comercio internacional, el Estado mexicano podría emprender una defensa digna de este nombre en favor de la lengua que nos da identidad y unidad nacional.
Bastaría atisbar lo que se ha hecho en otras latitudes –Quebec y Ontario, en Canadá; Cataluña, en España; y en Francia, Chile y otros países respecto a la obligación de empresas extranjeras de emplear la lengua local en sus comunicaciones.
En muchas naciones que representan mercados considerablemente más pequeños que el mexicano, firmas como McDonald’s, Kentucky Fried Chicken o Starbucks han acatado sin chistar disposiciones acerca del uso del idioma, la publicidad sobre ingredientes y valores nutritivos, exigencias ecológicas y hasta respeto al entorno arquitectónico.
Mal hubiera podido encolerizarse Trump si Ebrard, De la Fuente o la presidenta Sheinbaum le hubiesen notificado que las empresas norteamericanas asentadas en nuestro territorio tendrían la obligación, ahora sí, de emitir en español la totalidad de sus mensajes, si hace apenas unas semanas él declaró el inglés idioma oficial de los Estados Unidos con el fin de protegerlo.
Que tales empresas podrían preservar en inglés su identidad de marca, pero salvo esta cualidad el resto de sus comunicaciones tendrían sí o sí que respetar nuestra lengua nacional. ¡México primero!
La invasión del inglés es avasallante. Los medios de comunicación –destacadamente radio y tv–, el bosque de anuncios espectaculares, las cartas de restaurantes, bares y cafeterías, los anuncios en el transporte masivo y hasta el grafiti y los letreros personalizados en atuendos o enseres –camisetas, mochilas, tazas, vasos o recipientes térmicos–, constituyen un triste muestrario de extranjerismos innecesarios.
En cada inicio de ciclo lectivo, grandes almacenes anuncian –con total complacencia de la SEP, el SNTE, la CNTE, la Profeco y otras entelequias– no el retorno a clases sino el back to school, gringada ésta que, en la atolondrada mente de ciertos mercaderes, estimula la tontería de que así venderán más útiles escolares.
Si algo es agradable o califica como bonito y vistoso, más bien está cool, y si se acude a recoger compras en línea se debe ir a pick up o esperar la entrega a domicilio mediante delivery.
Si es acuciante el apetito o el antojo de pollo y si deshuesado es mejor, se debe pedirboneless, no sin antes una sempler (degustación) con guarnición de veggie sticks, que no son otra cosa que bastoncitos o trocitos de verduras, frutas u hortalizas.
En muchos restaurantes, económicos o de postín, refresquerías y cafeterías los nombres del establecimiento y las listas de precios y bebidas están en un inglés que, en muchos casos, no pueden escribir, pronunciar ni comprender los dependientes, proveedores, clientes y hasta los dueños del negocio, aptos apenas para balbucear en la lengua de Shakespeare “juay de rito”.
Si el improbable lector de esta columna se encamina a comprar ropa o zapatos de la presente temporada tendrá que orientarse hacia los exhibidores de mercancía new arrived.
Y si de mascotas se trata deberá llevarla al grooming salón, o si de lavado de autos enrumbar hacia el car wash, donde dejarán el vehículo cleaner shine, limpio y brillante.
Mujeres con amigas embarazadas o gestantes ya no asisten sólo al baby shower sino además al baby blessing, o sea a la bendición del nene, bebé que todavía nonato de seguro hundió a la familia –lo gritaba un listón en la mejor pared de la casa– en la incertidumbre de si sería boy or girl, y a quien ahora en sus cumpleaños no le cantan las mañanitas sino Happy Birthday.
El uso del inglés en todos los órdenes de la vida nacional ha llegado a tal extremo que en muchos hogares las flores, el 10 de mayo, llevarán la inscripción Happy Mother’s Day, y cinco días después, el 15, los salones de clases serán ornados con moños y la leyenda Happy Teacher Day, y no faltará quien invite al profesor a una chelas night, o sea a refrescarse el garguero alguna noche con unas cervezas.
Añádase al inclemente vapuleo del inglés a nuestra lengua nacional el pobre uso que de ésta hacen publicistas, locutores, maestros, mercadólogos, políticos, periodistas, conferenciantes –speakers, of course— y otros profesionales cuya principal herramienta de trabajo es el lenguaje…
El colonialismo lingüístico ya llegó demasiado lejos. Es imperioso ponerle un hasta aquí. Trump tendría que entenderlo: “¡México primero!”.
BRASAS
La presidenta Sheinbaum enfrenta por estos días uno de sus mayores desafíos: obligar a los concesionarios de medios electrónicos de comunicación cumplir los compromisos que les imponen los títulos de concesión del servicio público que usufructúan.
La explicación de esta circunstancia insoslayable es obvia: Si el presente gobierno, con abrumadora favorabilidad popular –superior a 80 por ciento—fracasa en tal objetivo, será muy difícil que otro gobierno con menor rango de aceptación pueda meter al aro a estos señores.
Viene al caso este señalamiento ante la difusión por Televisa de la insultante campaña de publicidad en contra de trabajadores migratorios indocumentados, promovida por la secretaria de Seguridad Nacional de EU, la sanguinaria Kristi Noem.
Se entiende que para la televisora mermó el flujo de dinero público, pero una cosa es la necesidad de recursos y otra jugar contra el país por un puñado de dólares.
En los comerciales se amenaza a los migrantes con multas y cárcel en caso de no “autodeportarse” y abstenerse en lo que les resta de vida de intentar regresar a tierras que alguna vez fueron de México.
La tragedia podría ser peor, ciertamente, si se repara en el talante de esta gringa que –como diría la milonga—es “dama de reputación un poquitito dudosa”. Los últimos cinco años Noem ha estado en el centro de un escándalo de adulterio con un ayudante de Trump.
Peor, porque le da por apretar el gatillo a la menor provocación.
En un libro autobiográfico se ufanó de cómo mató de un balazo a su perro Cricket porque era “imposible de ser entrenado” y además “peligroso”.
Y, de cómo mató de dos balazos a un macho cabrío porque le parecía “desagradable y malo” y olía “repugnante, almizclado y rancio”.
El Senado ya estudia una iniciativa presidencial para prohibir que gobiernos extranjeros puedan hacer propaganda política en nuestro país, proyecto combatido con furia por la bancada panista encabezada por Ricardo Anaya, quien no disimula la defensa que hace de los intereses trumpistas.
La iniciativa suena bien, pero resultará inútil, entre otras cosas por imposible retroactividad. En todo caso, el asunto no es de vacío legal sino de voluntad política.
Los títulos de concesión y una vasta normatividad permiten –¡cómo que no!—la aplicación de sanciones ejemplares a los concesionarios. De Azcárraga y su combo al contumaz evasor de impuestos, Ricardo Salinas Pliego. Y de multas sustanciosas al retiro de concesiones.
¡Sí se puede! Es cosa de no sacarle el tafanario a la jeringa.
RESCOLDOS
La 4T recibió un vigoroso espaldarazo no los gobiernos de Venezuela, Cuba o Corea del Norte, sino del Banco Mundial. Esta entidad financiera reconoció que entre 2018 y 2023 la pobreza en México se redujo 7 por ciento, la mayor merma en América Latina. Se agradece. Pero también debe hacerse notar que a este ritmo tendrá que pasar medio siglo antes de erradicar por completo ese fenómeno. Es inaplazable poner el pie en el acelerador…
El Banco Mundial también reafirmó sus perspectivas de nulo crecimiento para nuestro país el presente año, y de crecimiento de apenas 1.1 por ciento en 2026. ¿La causa? ¡Eureka! El acoso del inefable presidente gringo que ha saturado el ambiente de incertidumbre…
Y el FMI, institución donde nomás los chicharrones del Tío Sam truenan, proyecta una caída este año de 0.3 por ciento de la economía mexicana y un crecimiento de 1.4 por ciento en 2026. El pronóstico no parece resultado de variables e indicadores económicos, sino saturado de gérmenes políticos y dictado por Trump. Veremos…
aurelio.contrafuego@gmail.com
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