Aurelio Ramos Méndez
El combate a la corrupción, tema emblemático del ascenso al poder de la 4T, tendrá que ser, sin concesión alguna a la benevolencia, el número uno en el orden de prioridades del gobierno federal en 2026.
Deberá ser así porque se trata del rublo peor calificado, con 80 por ciento de desaprobación, al cierre del periodo de catorce meses de gobierno de la presidenta Sheinbaum.
Tal guarismo surgió de una encuesta de El Financiero, diario propiedad de Manuel Arroyo, quien tiene motivos de sobra para cucharear las mediciones más desfavorables al actual régimen.
Hablamos del empresario a quien se le fueron de las manos ¡cien millones de dólares!, producto de un crédito de Nafinsa durante el peñismo, que a punto estuvo de terminar en el fondo perdido de la hacienda pública.
Un seguimiento de datos de los ejercicios demoscópicos de dicho medio muestra que en marzo 60 por ciento de los encuestados decían que la jefa del Ejecutivo no estaba combatiendo la corrupción.
En julio el indicador subió a 66 por ciento y en noviembre llegó a 80 por ciento, el peor del desempeño de la administración federal. Inexplicable, si a vuelo de pájaro se observa mejor atención a este asunto por el actual gobierno en comparación con el precedente.
Baste decir que el índice de favorabilidad para la presidenta de la República se ubica en un sorprendente 70 por ciento.
Las cifras de El Financiero, en todo caso, han provisto de abundante parque a la oposición, cuyos voceros –algunos en el mismo rotativo– sostiene que la corrupción es un “cáncer de la 4T” y que los dirigentes de este proceso de transformación expelen “el olor rancio de los mismos vicios que prometieron erradicar”.
A decir del columnista estrella de ese periódico, en materia de corrupción “lo que antes era escándalo, hoy es rutina”, y “lo más inquietante no es que haya corrupción, sino la impunidad garantizada desde la cúpula”.
Hasta echa de menos a los viejos priistas, que “fueron maestros del cinismo pero al menos tenían claro que la corrupción era un delito que se debía esconder”, pues “Morena, en cambio, la convirtió en una virtud revolucionaria”.
Peor. “Morena pretende seguir jugando con los mexicanos, ocultando lo que sabía López Obrador y conoce Sheinbaum: que los más corruptos son de casa”.
Aseveración ésta sustancialmente falsa, por más que “en casa” los corruptos también se dan silvestres.
Encuestas aparte, el combate a la corrupción fue, en efecto, el aspecto en que el obradorismo más quedó a deberles a los mexicanos, como consecuencia de la virtual amnistía patrimonial declarada por el presidente López Obrador a los más grandes corruptos del pasado.
Hasta las piedras pudieron escuchar al mandatario cuando, desgañitándose, volvía letra muerta la noción más elemental de la justicia, consistente en el resarcimiento del daño y la correspondiente punición del delincuente.
Es decir, la devolución de lo robado y además multa y cárcel como justo castigo para el corrupto, sea éste del sector público o privado, de la iglesia o el periodismo, del mundo intelectual y la academia o la política partidista…
López Obrador dijo hasta la náusea que bastaba la devolución de lo robado, lo que hizo que peces con escamas de oro devolvieran apenas una fracción insignificante de lo hurtado y siguieran en libertad disfrutando de su fortuna malhabida.
Así, vimos –vemos– pasear muy orondos su impunidad a empresarios periodísticos acreedores del Estado, proveedores de medicamentos a precios inflados, contratistas en la edificación y costoso manejo de cárceles y hospitales, provisores de encarecidos alimentos para reos…
Y a escritores consagrados que en sus ratos libres coyoteaban y traficaban influencias en la gestión de estratosféricas, insultantes indemnizaciones para viudas y deudos de suicidas.
O gobernadores y alcaldes de todos los colores vinculados con la delincuencia organizada, de cárteles inmobiliarios a traficantes de drogas; integrantes del Poder Judicial que les vendían protección a narcos y evasores fiscales, y funcionarios y magnates beneficiados con archimillonarias devoluciones de impuestos…
Se entiende que así haya sido. Si a pesar de la amnistía el establecimiento le declaró la guerra y le hizo la vida imposible al Peje, ¿se imagina alguien lo que hubiera sucedido de haber arreado el tabasqueño hacia penales hordas de funcionarios y empresarios ladrones?
Indeseables consecuencias de la amnistía lopezobradorista son también el desafiante incumplimiento de pagos reparatorios por Alonso Ancira –aquel que le vendió al Estado chatarra como oro de veinticuatro quilates—y el envalentonamiento del evasor fiscal Ricardo Salinas Pliego.
O la audaz conversión de un suicidio en accidente de trabajo para obtener de Pemex una indemnización tan ilegal como exorbitante: 125 mil pesos mensuales de por vida por una antigüedad laboral de ¡cuatro meses!, más costosos estudios superiores para los huérfanos, tramitada al alimón por la viuda María Amparo Casar y el escritor Héctor Aguilar Camín…
Viuda que en el momento de gestionar con éxito relampagueante tal pensión no era una mexicana del común, sino la jefa de asesores del secretario de Gobernación Santiago Creel, colaborador consentido –delfín– del Presidente de la República.
Da grima pensar que semejante tráfico de influencias por quien ahora libra denodado combate contra la corrupción y la impunidad –el diablo haciendo hostias—por cuenta de Claudio X. González, es justificado por compinches de la pensionada y exempleados de la Segob.
¿Quiénes? Leonardo Curzio, Fernando Belauzarán, Guadalupe Acosta Naranjo, Raúl Trejo Delarbre, Francisco Báez Rodríguez, Ricardo Becerra, y –no podían faltar– Sergio Sarmiento, Ciro Gómez Leyva, Joaquín, Marín, Loret, entre otros próceres…
Ante tan acuciante coyuntura, en carta al Niño Dios, con las doce uvas del Año Nuevo o desde el más frío razonamiento, los mexicanos debemos desear hondamente que en 2026 el combate a la deshonestidad se convierta por fin en realidad.
Y que veamos desfilar en largas cuerdas rumbo a reclusorios a los más conspicuos corruptos actuales y de la extensa lista de espera, cualquiera que sea su filiación política, sexo, religión o poder de influencia.
BRASAS
María Corina Machado le ganó el Nobel de la Paz, pero eso no fue impedimento para que Donald Trump la ayudase a salir de Venezuela –¡esa es magnanimidad, no mezquindades!–, viajar a Noruega y convertirse en fugitiva, lejos del brazo de la justicia que la investiga por traición a la patria, terrorismo, conspiración e incitación al odio y delitos electorales.
Salió de Caracas hacia la costa en auto, disfrazada quizá con estola de piel de oso y tocado de cuernos de bisonte, como asaltante del Capitolio en enero de 2021.
Abordó luego una lancha rumbo a Curazao, la cual de milagro no fue bombardeada desde el portaaviones de combate nuclear Gerard Ford, el más grande y moderno del mundo, fondeado en aquellas aguas.
Protagonizó su intrépido escape para acudir a Oslo en avión privado y al parecer luego en trineo a recibir el Nobel. La operación fue maquinada y ejecutada por estrategas, policías y espías gringos.
Y es probable que hasta por el Chapito Joaquín Guzmán López, experto en secuestros transfronterizos –como bien lo sabe El Mayo Zambada–, incólume colaborador de EU en la lucha contra el crimen.
Semejante parafernalia, no obstante, la activista venezolana no se presentó a recibir el galardón, acudió su hija.
Con elevada noción de la gratitud, eso sí, correspondió al apoyo de su congénere golpista Trump: insistió en que EU invada Venezuela para echar del poder a Nicolás Maduro.
Dijo que su país “ya ha sido invadido” por agentes rusos, iraníes, grupos terroristas como Hezbolá y Hamás, y mafias criminales. O sea, que una invasión gringa ya es lo de menos o con más razón indispensable y bienvenida.
El osado rescate –violatorio del Derecho Internacional– tuvo apoyo irrestricto de la derecha en nuestros pagos, en voz nada menos que de la presidenta de la Cámara de Diputados, Kenia López Rabadán.
Tan pronto trascendió que Trump ayudó a María Corina a escapar de la ley y la justicia, la legisladora del PAN le envió felicitaciones al “libertario” que respaldó la fuga.
“Quien haya coadyuvado a que ella llegara a Oslo es un gran ser humano y un libertario…”, dijo, fingiendo ignorar que el destinatario de su zalamería era el patán gobernante gringo.
RESCOLDOS
Tan hondo han calado el descrédito de nuestro país promovido por la derecha que hasta los políticos gringos más obscuros se sienten hoy con libertad para insultar a los mexicanos. El representante republicano, exbombero y paramédico Carlos A. Gimenez, pasó del anonimato al ridículo con esta babosada: “En el Congreso de USA, sabemos que el gobierno de Claudia Sheinbaum apoya tanto al narcotirano Nicolás Maduro de Venezuela porque sabe que en cuanto caiga él, caerá ella también por su complicidad con los narcos que han destruido al país.”
El gobierno de Honduras ya denunció ante media docena de instancias internacionales la injerencia de Donald Trump en las elecciones presidenciales del 30 de noviembre. Recibieron Notas Oficiales sobre el asunto la ONU, la OEA, el Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos y la CELAC, entre otros organismos, sin que nadie haya movido ni un dedo para reprender al gringo metiche. Mutismo que es invitación al metiche para persistir en su entrometimiento electoral…
¡Feliz Navidad y próspero Año Nuevo!
aurelio.contrafuego@gmail.com
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