Ismael Ortiz Romero Cuevas
Ayer, lunes 18 de noviembre, se cumplieron 102 años del nacimiento de quien quizá es el más grande ídolo que ha tenido nuestro país: el inigualable Pedro Infante. Un hombre que nació en Mazatlán, Sinaloa. Un chico que según cuenta la sapiencia popular del estado norteño, solo pudo estudiar hasta el cuarto año de primaria, grado máximo al que podían acceder quienes vivían en algún poblado de cualquier parte de México y por las necesidades económicas de su familia, se tuvo que emplear en diferentes oficios, entre los cuales fueron mandadero y tallador de madera, en el que se dice también, era bastante talentoso. Y justamente fue gracias a ese quehacer que se pudo tallar su primera guitarra y comenzar a cantar sin imaginar aún por aquellos años de principios del siglo pasado, se convertiría en gran ídolo de multitudes.
Pero hablar de la carrera de Pedro, sería redundar demasiado pues creo y estoy plenamente seguro, que no hay nadie en nuestro país que no se sepa la vida del gran ídolo, desde alguna de sus películas hasta su trágica muerte, sus amores, sus canciones, su vida y todo lo que le rodea que se ha edificado como una gran leyenda en torno de un ídolo; uno con el que el pueblo en verdad siente una gran identificación y simpatía.
El fenómeno social que representa Pedro Infante ha sobrepasado sin duda los logros artísticos del mismo. A nadie le importa su ríspida relación con María Félix y su fraterna amistad con gente como Sara García o Mario Moreno “Cantinflas”; los conflictos legales de sus hijos aún por su legado económico; la “rivalidad amistosa” con Jorge Negrete o que haya ganado los desde entonces prestigiadísimos galardones, el Globo de Oro que otorga la prensa extranjera en Hollywood y el Oso de Plata en el Festival Internacional de cine de Berlín, gracias a la cinta “Tizoc” que por cierto, filmó en Oaxaca entre 1955 y 1956. Los logros de Pedro son cosa que pueden ser punto y a parte, pues tiene el que quizá es el más anhelado para cualquier artista de cualquier género: el reconocimiento social de prácticamente toda la población en México. No importa si la persona es del extracto social más humilde o acaudalado, siempre habrá algo que nos identifique, nos involucre o nos emocione de nuestro Pedro. Siempre, terminaremos viendo una de sus sesenta películas con el mismo cariño y emoción como si fuera la primera vez que la disfrutamos; o bien, no podemos dejar de conmovernos con sus interpretaciones más sentidas, chuscas o románticas que van desde “Carta a Eufemia”, “Amorcito corazón”, “Mi último fracaso”, “Cien años”, “Yo no fui”, “No volveré” o “Angelitos negros” y tantas y tantas y tantas. Siempre, pero siempre hablaremos de nuestro Pedro con el mismo cariño como el que estamos seguro, él tenía por su pueblo.
Pedro Infante es un artista que ha sobrepasado ya los artilugios de una leyenda forjada. Es sapiencia popular, es identificación con el cine y con la música, es enorgullecernos no solo del artista sino de la persona, como si se tratara de alguien de nuestra propia familia. Y una de esas pruebas se da en las fiestas de “Todos santos. Día de Muertos” recientemente celebradas, ya que en cientos de ofrendas y altares, vimos la fotografía del gran ídolo junto a la de algunos de los familiares ya fallecidos. Así, Pedro ha aventajado el ser legendario para convertirse en un símbolo de nuestra propia identidad.
Pedro Infante nació un 18 de noviembre de 1917 y murió el 15 de abril de 1957 con 39 años; es decir, vivió menos de lo que ha durado su fama y reconocimiento, pues hace 62 años que Pedro murió. Su legado, su valor artístico y sobre todo, el reconocimiento e identificación de las masas con él, seguirán siendo parte de la cultura popular de nuestro México y de América Latina. Porque Pedro, siempre será nuestro Pedro.