Contra la prensa

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Carlos R. Aguilar Jiménez.

Los estados monárquicos existen desde la Antigüedad donde los reyes y hasta tlatoanis se consideraban investidos por Dios, y los sacerdotes en contubernio eran quienes validaban el sistema de gobierno con toda su corte, y luego llegaron  otros gobiernos encabezados por emperadores cuyo poder era absoluto, como decía el Rey Sol, Luis XIV: “El Estado soy yo”, convirtiéndose en modelo para Europa, siendo los reyes quienes tenían el poder absoluto, un poder que nadie puede controlar, hasta que con el tiempo la religión y monarquía se separó de la política estatal. Los estados renunciaron  garantizar la unidad de la sociedad o nación a través de reyes o de la unidad religiosa, separándose así también la sociedad del estado y mientras se respetaran las leyes civiles, la sociedad podría ser plural e incluso contener discrepancias internas, condición política que constituyó un avance fundamental desde el punto de vista de la civilización y de los incipientes derechos humanos, que si para mal no tenían trascendencia las violaciones a la ley, solo fue hasta que se consolidó la prensa escrita, los periódicos, escritos por reporteros, columnistas y editores, que se pudo hacer un contrapeso a los poderes absolutistas.

En México, luego de la separación de la Iglesia del Estado y de la educación laica ya nadie cree que los reyes sean designados por Dios, ni tampoco que los presidentes sean omnímodos, considerándose por la mayoría como gente común, incluso de lo peor y en su mayoría ignorantes por su formación e interés exclusivo en política e intrigas palaciegas, así que cuando algún gobernante comienza a concentrar todo el poder, los únicos que tienen voz para refutar, para formar opinión y cuestionar la indolencia, torpeza o desatinos de los políticos, son los periodistas a través de sus diarios o radio y tv, porque si bien existen redes sociales, al ser nimias en importancia e intrascendentes en sus análisis, por su brevedad, laconismo y carencia de contexto de quienes publican, es  la Prensa el gran enemigo de tiranos, déspotas y populistas, y eso nunca les gustará, por lo que la descalifican con todos los epítetos posibles, difamándola, calificándola como Prensa burguesa, conservadora, recalcitrante, fifí o lo que la parezca adecuando al gobernante para no reconocer sus errores y traspiés, que de no ser por la prensa quedarían impunes y el abuso imperaría, no obstante, al existir analistas, columnistas, editorialistas, intelectuales y eruditos que opinan en la prensa, existe el contrapeso al poder absoluto, que de otro modo se desquiciaría y haría lo que quisiera, desde descalificar a los médicos diciéndoles mercachifles, culpando al pasado, al neoliberalismo, la corrupción y hasta el calentamiento global o el agujero de ozono de las condiciones en que se encuentra la sociedad y el gobierno. Así que más que benditas redes sociales, la bendita es la prensa que refuta declaraciones que los gobernantes quisieran que fueran dogmas, artículos de fe o credos ideológicos irrefutables.  

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