Carlos R. Aguilar Jiménez.
En países democráticos donde el poder es temporal, efímero, de cuatro años en E.U. y ocho si logran la reelección, los ciudadanos pueden rectificar y en elecciones optar por nuevos y diferentes gobernantes una vez que quien gobierna demuestra que todo lo que prometió no lo cumplió, en principio porque prometer no cuesta y porque los gobernantes populistas prometen lo imposible o improbable, diciéndole a la gente lo que les deje contentos, nunca la verdad, siendo así que en E.U la mayoría de ciudadanos optó por no reelegir a Donald Trump, prefiriendo a Jon Biden, viéndose obligado Trump a iniciar el proceso de transición inevitable para entregar el poder y la casa blanca donde quería vivir otros cuatro años, como todos los políticos que quisieran nunca dejar el poder, la capacidad de ordenar, obligar, decretar y hacer que todos hagan lo que ellos quieren.
El poder es efímero, transitorio y fugaz y si para mal muchos políticos que llegan a gobernantes se creen dueños del país, de un estado o municipio donde sus habitantes deben ser sumisos y obediente, la realidad es que el tiempo que tienen el poder frente al que no lo tienen antes y después, es nimio, breve, no obstante, durante ese tiempo se creen omniscientes, omnímodos y omnipotentes sin que exista para ellos posibilidad de refutación o critica, llenándose de enemigos a quienes habrá que encontrarse cuando menos lo esperan, cuando ya no tengan poder. Seis años o tres en México y cuatro en E.U. en realidad se reducen a cinco y dos, porque antes de que termine un sexenio, cuatrienio o trienio, al surgir los candidatos al próximo gobierno, la sociedad y políticos de inmediato dejan de interesarse en el político en turno, deja de importar lo que hagan o digan porque ya se van y en cuestión de meses serán unos don nadie, tal y como sucede ahora con Donald Trump, quien de ser protagonista todos los días, la estrella, el líder supremo y hasta el guía de la Nación más poderosa del planeta, hoy comienza a ser un sujeto anodino, intrascendente y trivial a quien nadie le importa ya lo que diga porque ya se va, y así será pronto en México, donde los expresidentes y todos los políticos que alguna vez se sintieron deidades, hoy no son nadie e incluso viven auto exiliados, porque al perder el poder, al darse cuenta que ya nadie les hace caso, que a nadie le importan y que, en lugar de llenarse de amistades o simpatizantes, lo que tienen son enemigos, dado que los que de momento les ponen sobre las estrellas y alaban, porque no pueden contradecir o refutar, una vez que en perspectiva ven ya no hay futuro, puesto que lo único que les unía era el interés mezquino, no la amistad, se irán a buscar al que sigue, al próximo, en una dinámica repetitiva donde el que importa es el que tiene poder y, cuando está por perderlo no vale nada. En los E.U. el hombre más poderoso del mundo, recalcitrante, obstinado y terco, necio en reconocer que perdió las elecciones, no tiene más remedio que comenzar a entregar el poder e irse a alguno de sus rascacielos o mansiones; en México y Oaxaca pronto ocurrirá lo mismo y todos aquellos devotos seguidores, falsos de toda falsedad, se alejarán para alabar al siguiente y así por los siglos de los siglos.