Carlos R. Aguilar Jiménez.
Los tiempos han cambiado, ya no vivimos en la Antigüedad ni en la Edad Media o siglo XIX con todas sus supersticiones y miedos a seres sobrenaturales malignos, castigos divinos eternos en el infierno o premios gloriosos si se creía al pie de la letra la Biblia, cumpliendo además con los impuestos eclesiásticos y dogmas cristianos, vigilados siempre por sacerdotes, Santa Inquisición, Caballeros de Colón, Opus Dei y demás congregaciones dedicadas con fe a defender las “Sagradas Escrituras” atacando, encarcelado o quemando con leña verde a herejes o libres pensadores que por medio de la ciencia descubrían secretos o enigmas de la naturaleza, transformando la sociedad gradualmente de ser casi totalmente dogmática y religiosa a científica y tecnológica.
Cientos de miles fueron los libres pensadores, filósofos y científicos que fueron encarcelados, torturados, quemados o desterrados, especialmente mujeres sabias a quienes la religión católica consideraba brujas malignas o hechiceras con pactos satánicos, que fueron castigadas según el infame libro cristiano Malleus Maleficarum o Martillo de las Brujas, además de muchos libros que fueron incluidos en el Index Librorum Prohibitorum, hasta que con el transcurso de las revoluciones sociales y científicas, la humanidad casi se liberó del yugo religioso, mejorado la salud, calidad de vida, libertad y bienestar de la humanidad, de religiosos o no, incluidos los mismos sacerdotes y papas que durante casi dos mil años se dedicaron a estorbar todo avance en conocimiento científico, biológico o médico, como sucedió, por ejemplo con Miguel Servet quien proclamó en el siglo XVI que ninguna autoridad eclesiástica o civil tiene derecho a imponer sus creencias ni limitar la libertad de cada quien al expresar sus ideas, publicando además, según sus estudios biológicos, que la sangre circula en el organismo humano, siendo estas declaraciones suficientes para ser quemado dos veces en la hoguera por hereje, una simbólicamente y otra de cuerpo presente y a fuego lento, como sucedió también con Giordano Bruno también y casi con Galileo, científicos ilustres y respetados hoy, pero malignos antes quienes junto con los demás investigadores y científicos que se han dedicado a descubrir los secretos mejor guardados de la naturaleza, hoy y desde hace un siglo están salvando la vida de millones de personas que antes, no obstante sus oraciones o rezos, morían de cualquier enfermedad infecciosa.
Soslayando, dejando de lado sus antecedentes anticientíficos, el cura Rodrigo Guerra López secretario de la Pontificia Comisión para América Latina, indicó que: “Vacunarse es un deber moral y que es importante liberalizar las patentes. Afirmando que es mayor el beneficio que las dosis dan que los riesgos que causan, advirtiendo que no es ético ver a la pandemia sólo como una oportunidad para hacer negocios” Olvidando decir que tampoco es ético que la inmensa riqueza que tiene la Iglesia Católica en el Vaticano y en sus inmensos negocios, no se utilicen para comprar vacunas, ni el inmenso daño que las supersticiones cristianas le causan a la humanidad, al hacer creer a los católicos que las enfermedades, desastres o pandemias, son castigos de Dios. Aunque ya casi nadie se lo cree.