Aurelio Ramos Méndez
¡En mala hora cobró carta de naturalización y hasta quedó incorporada en la normatividad electoral la realización de debates entre aspirantes a puestos de elección popular, en especial los presidenciables! Son cotejos que, si de orientar y convencer a los votantes se trata, tienen la misma utilidad de un sombrero en una tormenta.
Tan rentable se ha vuelto “debatir”, sin embargo, sobre todo para candidatos débiles y rezagados, que hasta hay quienes posan de demócratas convocando a la confrontación de ideas fuera de los tiempos legales, lo que significa franca inducción al delito.
Enrolado en la onda ya irreversible de sacralizar los debates, el INE determinó tres fechas para la concreción de ociosos cara a cara, formales y obligatorios, entre Claudia Sheinbaum, Xóchitl Gálvez y Jorge Álvarez Máynez. Encuentros que no pasarán de ser vistosos números de circo.
Son innecesarios, porque entre los aspirantes a suceder al presidente López Obrador y hasta donde es factible atisbar, no existen diferencias ideológicas radicales que hagan indispensable el desglose minucioso de promesas y enunciados.
Las distinciones entre los candidatos estriban más en la praxis política de sus respectivas fuerzas que en el ideario de cada una de éstas.
El PAN se ubica en la extrema derecha porque uno de sus adalides, Felipe Calderón, tuvo la audacia de sacar el ejército a las calles para defender el fraude electoral que lo llevó al poder. ¿Qué más ultra que eso puede haber?
En todo caso, ninguno de los competidores electorales plantea suprimir la propiedad privada, abandonar el régimen de economía mixta, instaurar el ultraliberalismo económico a lo Milei o el comunismo, eliminar la educación pública, aniquilar la libertad de cultos…
Tampoco hay quien proponga confiscar empresas y patrimonios, adelgazar hasta la extinción el Estado, abandonar el régimen republicano o establecer un tercer imperio.
De la derechista Gálvez a la izquierdista Sheinbaum o el socialdemócrata Máynez, estamos ante políticos que aspiran a la ejecución de modificaciones en el modelo de desarrollo dentro de un rango definido hace más de cien años.
Los cambios que la izquierda propugnan son de calado semejante al que ensayó López Mateos cuando se definió “de extrema izquierda dentro de la Constitución”.
Y se oponen a tales modificaciones los herederos de Gómez Morín y sus compinches disidentes del PRI y el PRD, que juntos alcanzan para llenar un auditorio en cierre de precampaña con la Sonora Dinamita, pero no para ganar una elección.
Así las cosas, los pretendidos intercambios de ideas serán más bien oportunidades para la agresión verbal o, mejor, para el linchamiento a la puntera de la contienda, Sheinbaum.
Puntera que, paradójicamente, es quien menos explicaciones debe acerca de sus propuestas programáticas, pues ofrece la continuidad de un gobierno cuyo ejercicio está a la vista y muy bien calificado por los ciudadanos.
Salvo para los despistados que hasta 2018 lo veían como al mismísimo Lucifer y los infames que lo estereotiparon como un peligro para México, López Obrador apenas ha conseguido reencauzar parcialmente el rumbo del país por las vías originalmente trazadas en la Constitución.
Derrotero éste del que México fue paulatinamente apartado durante las últimas cuatro décadas y hacia el cual se ha buscado regresar, ahora con el paquete de veintitantas reformas constitucionales y legales a punto de hervor en el Ejecutivo.
Hacia tal objetivo, regresar al camino original de la Carta Magna, tiende –por ejemplo– la eliminación de los organismos autónomos, que la oposición llama destrucción o desinstitucionalización del país, aunque son organismos cuya existencia desvirtúa la letra y el espíritu de la Carta Fundamental.
Cualquiera que sea la realidad, los debates electorales están convertidos en supersticiosos encuentros imposibles de impugnar sin incurrir en incorrección política.
Más aún cuando –como en el proceso electoral en curso— la verdad es que se busca tenderle una celada a la contendiente más aventajada, ya inalcanzable.
Sabedora de que carece de posibilidad alguna de ganar un debate, dado el tutifruti ideológico que ella abandera, en su relanzamiento Xóchitl Gálvez invitó a bailar un zapateado sobre la Constitución al convocar a debate en la denominada intercampaña.
Busca ocultar que del Frente Amplio por México uno puede esperar un plan de negocios, con desincorporación del patrimonio nacional en favor de cuates y socios, pero no un programa de gobierno. Algo que ella sencillamente no podría verbalizar en un toma y daca con algún adversario electoral.
Se necesita candor para suponer que en un careo la portaestandarte del Frente podría exponer y defender con éxito el ideario y los propósitos de un amasijo de fuerzas desacreditadas, de cuyas corrupción y autoritarismo los mexicanos tienen recuerdos imposibles de olvidar.
¿Podría la candidata frentista defender la total ausencia de identificación ideológica entre los membretes que la respaldan, y que el único merito de sus promotores es haber emulado a San Martín de Porres, quien obró el milagro de juntar a comer en un mismo plato a gato, ratón y perro?
En cuanto a Álvarez Máynez… Seamos serios, omitamos todo comentario.
Es claro que en nuestro medio hay fascinación por los debates, aunque –no nos digamos mentiras–, en modo alguno revisten utilidad estos pugilatos.
Añádase que en un sistema en que las decisiones de gobierno deben pasar por el Congreso, toda propuesta u ofrecimiento electoral resultan azas aventurados.
A menos que la fuerza ganadora consiga el tan deturpado pero indispensable “carro completo”, que le permitiría sacar adelante sus planteamientos con indiscutible respaldo democrático.
RESCOLDOS
¡Triste chapulineo el de Lorenzo Córdoba! En semanas pasó de costoso presidente del INE a asalariado del corruptazo Roberto Madrazo y títere de José Woldenberg. Será orador en la “apartidista” marcha del Frente Amplio por México dizque en defensa de la democracia. Fue propuesto por el Instituto de Estudios para la Transición Democrática, el cubil de donde salieron Ciro Murayama, Ricardo Becerra y otros muchos filopanistas…
Con la machacona insistencia de un disco rayado, Germán Martínez Cázares habla de pacto de Morena y la 4T con el narco. Tal como en 2009, en su carácter de presidente del PAN, acusó arreglos de sus hoy aliados del PRI con narcos. Ocultaba que el narcotráfico era manejado desde la SSP por Genaro García Luna. “Muchacho pendenciero”, llamó entonces a Germán su hoy aliada del alma Beatriz Paredes…
Y, de aplicar en serio la ley y expulsar a Ricardo Salinas Pliego del predio de 82.5 hectáreas que desde 2022 mantiene invadido en Huatulco, ¿cómo para cuándo estarán pensando hacerlo AMLO y el gobernador Salomón Jara?
aurelio.contrafuego@gmail.com