- Texto y fotos:
Omar Rodríguez
Ao Nang, Tailandia.- Diez días, una cámara, y el ritmo cadencioso del mar en Ao Nang. Así comenzó mi travesía por las arenas de Krabi, en busca de capturar la esencia de los recolectores de cangrejo, aquellos hombres y mujeres que desafían las mareas en un ritual cotidiano de vida y sustento.
Krabi, un rincón de Tailandia donde la historia y la naturaleza se entrelazan es una tierra marcada por el tiempo y la tradición. Las costas de Ao Nang, con sus imponentes formaciones kársticas, han sido hogar de comunidades que, durante generaciones, han vivido del mar y sus recursos. Los cangrejos de Krabi, especialmente el cangrejo de barro, no solo representan una fuente de alimento, sino también un vínculo con el pasado, una continuidad con las formas de vida ancestrales.
Cada tarde, antes del ocaso, me unía a los recolectores en su silencioso peregrinaje hacia la orilla. La marea, a veces generosa, nos permitía avanzar sobre la playa húmeda, donde la arena se hacía espejo y el sol naciente transformaba el horizonte en un lienzo dorado. Mis pies, desnudos y húmedos, se hundían en el barro mientras mi cámara se volvía una extensión de mi ser, buscando atrapar la magia efímera de esos instantes.
Pero no siempre el mar era benevolente. Hubo días en que su furia nos alcanzaba, obligándonos a adentrarnos en sus entrañas, donde el agua salada nos abrazaba hasta el pecho. En esos momentos, mi cámara se elevaba por encima de mi cabeza, un tótem de resistencia contra la furia de la naturaleza. Cada disparo, cada encuadre, se volvía una lucha entre mantener la compostura y el deseo de capturar la esencia de esos seres que se funden con el mar.
Los recolectores, con sus manos curtidas por la sal y el esfuerzo, se movían con una gracia casi ancestral. Sus cuerpos, en sintonía con el vaivén de las olas, parecían formar parte de ese paisaje inmutable. En este contexto histórico, su labor cobra un significado aún mayor. Desde tiempos inmemoriales, las comunidades de Krabi han desarrollado un conocimiento íntimo del mar, comprendiendo los ciclos de las mareas, las corrientes y la vida marina. Los cangrejos de barro, con su capacidad para sobrevivir en condiciones adversas, se han convertido en un símbolo de la tenacidad de estas gentes.
Durante esos diez días, la playa de Ao Nang se convirtió en mi mundo. Cada ola, cada grano de arena, cada cangrejo atrapado, se grabó en mi memoria junto con las imágenes que lograba capturar. Al final, lo que surgió no fue solo un registro fotográfico, sino una oda visual a la perseverancia humana frente a la naturaleza. En la lucha entre la marea y la cámara, entre el hombre y el mar, encontré la poesía escondida en el cotidiano acto de recolectar cangrejos, una poesía que habla de historia, de tradición, y de un vínculo eterno entre el mar y las almas que lo habitan.
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