Renato Galicia Miguel
Bajo la sombra del viejo encino que ha visto pasar el tiempo, los 33 años de vida del patio de pelota mixteca del Xitle, Tlalpan, Ciudad de México (CDMX), Pedro Aparicio, originario de Sola de Vega, Oaxaca, está sentado en la banquita de piedra con un marrito de a cuarto de mezcal del puesto del Güero.
—¿Ya no has traído mezcal de Sola?
—Nooo, ya está muy caro.
Pedro es el solitario fundador de este espacio situado entre las colonias Tlalmille y Mirador del Valle, en una de las áreas de reserva ecológica del Ajusco, pues Pablo Sampedro ya no va y Justino Pérez Miguel, el Pariente, falleció el 22 de julio de 2003.
Este viejo pelotero y mezcalero que, a sus ochenta años de edad anda con bastón, sombrero de palma y un grueso chaleco, nació en 1945 en Zapotitlán del Río, ranchería en la que se dedicaba a la siembra de maíz, frijol, garbanzo y cultivo de jitomate, pero también a jugar pelota y tomar mezcal tobalá.
Pero luego “migramos todos, unos para la capital de Oaxaca y la Ciudad de México, otros para Estados Unidos, y se acabó el juego y también el mezcal, pues ya no se produce en la comunidad”, platica.
Llegó en 1976 a la colonia Hidalgo y, dos años después, a Tlamille. “Primero trabajé como peón y después ascendí a maestro albañil”, el oficio de toda su vida como inmigrante. Con los años conoció al Pariente y a Pablito, sus vecinos del barrio Mirador del Valle, “los veía rebolear en terrenos y calles de terracería, me puse de acuerdo con ellos y conseguí el permiso” para crear un patio de pelota en el naciente deportivo de la zona, que fue inaugurado oficialmente en 1991.
Este 23 de noviembre de 2024, asiste a la celebración de los 33 años del patio al que le ha sido fiel tanto tiempo a comer un tamal de mole en hoja de plátano, tomarse su mezcal y ver la jugada.
Enfrente, con su guante de cinco kilos de peso anudado en la mano derecha, tiene a Efraín Arellanes, quien espera turno para continuar con su “juego de compromiso” contra la quinta venida de la Villa de Etla, también Oaxaca, la de Leonel Cruz, el Chango, de San José el Mogote, y Aarón Santiago, el Chamaco, de Suchilquitongo.
Junto con Homero Arellanes, Efraín es uno de los famosos integrantes de la quinta de Los Gemelos, chilangos hijos de inmigrantes de Miahuatlán de Porfirio Díaz, quienes empezaron a jugar pelota a los 15 años en el legendario patio de Balbuena, cercano al metro Candelaria.
Ahí, en Oaxaca y Estados Unidos han enfrentado a quintas como los casi míticos Ahijados, de Nochixtlán, al Loco y a la Culebra de Miahuatlán, y que el 24 de noviembre anterior, el día de los 33 años formales del patio del Xitle, enfrentaron al poderoso equipo del Chango y el Chamaco, y el 15 de este diciembre, a Los Gordos de Tula.
Pedro Aparicio en su laberinto de la soledad y Efraín Arellanes en su toma de distancia identitaria simbolizan la migración eterna de los oaxaqueños, así como la melancolía —la felicidad de estar triste, diría Víctor Hugo— de estar tan lejos del cielo donde nacieron ellos o sus padres.
Igual que la quinta de los Tachos, los herederos de los fundadores del patio del Xitle. Anastasio Lozano Sampredro y su hermano Faustino, así como sus hijos, entre ellos, Gabriel Lozano López, de 42 años, 90 kilos de peso, 1.78 centímetros de altura y oficio comerciante, otro chilango con raíces mixtecas, quien desde hace un año es el presidente de la mesa directiva del pasajuego.
A los ocho años asistía a pasar las pelotas, “daban 25 pesos por jugada, a los diez comencé a practicarlo con un guante pequeño y a los 12 ya me ponían de ataje”, relata. Hoy es un pelotero en toda forma que va jugar compromisos a Oaxaca, como el que tendrán la segunda semana de febrero próximo en los Bajos de Chila, en la Costa.
“Las instalaciones se mantienen. Hace ochos años pusieron la malla de protección, pero se quedó a la mitad. El campo lo tratamos de conservar, hace medio año le pusimos tierra. La asistencia ha bajado: cuando hay jugada vienen como 30 peloteros, normalmente juegan cuatro quintas, es decir, dos jugadas”. En la CDMX, agrega, nada más hay dos patios activos, el del Xitle y el del deportivo Pelón Osuna, el que está cerca del aeropuerto.
Están buscando el apoyo de la alcaldía Tlalpan para contar con el mantenimiento del patio y terminar de enmallarlo, comenta. De hecho, el día de la celebración de los 33 años, los visitó la titular de la demarcación, Gabriela Osorio.
—¿Cómo se les puede ayudar a los peloteros de este patio de pelota mixteca?—se le preguntó a la alcaldesa.
—Con instalaciones dignas. Me estaban enseñando una foto cuando estuvo aquí como alcaldesa de Tlalpan quien ahora es la presidenta de México, Claudia Sheinbaum. Nos dimos la oportunidad de venir para saber cuáles son las condiciones en que se encuentra. Es un compromiso mejorarlas. Somos una ciudad pluricultural, por las migraciones, por las tradiciones, por deportes ancestrales como éste, y nosotros estamos en la misma sintonía para preservarlo.
Según Víctor Inzúa, coautor, junto con Lilian Scheffler y Regina Reynosa, del libro ‘El juego de pelota prehispánica y sus supervivencias actuales’ (Premia Editora), la pelota mixteca inmigró a la CDMX en 1929. Primero a la hoy calle Tíber de la Zona Rosa y después atrás del cine Continental. En los años cuarenta fue a parar a donde posteriormente construirían el hospital Rubén Leñero, luego a la colonia Espejel y a la Antigua Escuela de Tiro. Y en la década de los sesenta se instaló en el deportivo Venustiano Carranza, conocido por los peloteros como Balbuena, el decano hasta que les fue arrebatado durante el gobierno de Marcelo Ebrard Casaubón, no obstante que un año antes, el 27 de octubre de 2008, emitió la Declaratoria de Patrimonio Cultural Intangible de los Juegos de Pelota de Origen Prehispánico en la Ciudad de México.
Por ese tiempo, en 1965, nació otro patio en los terrenos donde erigieron la alberca olímpica, en la esquina de División del Norte y Río Churubusco, que se trasladó entonces atrás del metro Taxqueña y terminó en los ejidos de Culhuacán.
Tiempo después surgieron otros pasajuegos en Satélite, Estado de México, y el del Xitle en 1991.
En la actualidad, en los Valles Centrales de Oaxaca, el circuito del juego de pelota tan mixteco como zapoteco, en realidad, va del mítico San José el Mogote —cuna de la civilización y el sedentarismo en la parte central de la actual entidad oaxaqueña, una de las tres fundadoras de Monte Albán— al biche Miahuatlán de Porfirio Díaz, aunque se extiende al norte a la Mixteca Alta y al oriente hasta los Bajos de Chila, Puerto Escondido, donde se efectuará, en febrero próximo, otra edición del que es considerado el mejor torneo de Oaxaca y la Ciudad de México en la actualidad, seguramente herencia del reinado de Ocho Venado, Garra de Jaguar, en San Pedro Tututepec, en la Costa, región donde los afrodescendientes han adoptado la tradición y la juegan también en comunidades como Collantes, Corralejo y El Ciruelo, Pinotepa Nacional.
Por su lado, Fresno y Los Ángeles, California, así como Dallas, Texas, conforman el circuito de pasajuegos de los inmigrantes en Estados Unidos.
Y en la Ciudad de México, los patios activos son dos: el que está en el deportivo Pelón Osuna, muy cerca del aeropuerto internacional Benito Juárez, y el del Xitle, ubicado a la altura del kilómetro 21.9 de la carretera libre a Cuernavaca, dentro de la reserva ecológica del Ajusco.
Entrar a este último por el lado de la colonia Tlalmille es adentrarse a un hábitat totalmente disímil al de las lomas de órganos de tuna roja y magueyes mezcaleros madrecuishe de Miahuatlán o los parajes de framboyanes de Etla, entornos ambos de clima cálido, pues aquí es tierra de frío, piedra volcánica, tepozanes y encinos.
Un túnel del tiempo y otro cultural se abren a nuestra percepción al acceder al patio. Es como adentrarse a los juegos de pelota de Dzibichaltún, Yucatán, o El Cuajilote, Filobobos, Veracruz, o Dainzú, Oaxaca, pero en vivo y a todo color.
La raza de bronce es un tumulto de consejo de ancianos, jugadores veteranos que sólo llegan a ver, guerreros de Oaxaca, Ciudad de México e Hidalgo que ahora apuestan ya no la vida, sino el varo por el juego de compromiso, un quinientón o un mil, seis quintas que se turnan el patio y que se han congregado este domingo de noviembre a celebrar los 33 años formales de la inauguración del pasajuego.
Son las cuatro de la tarde y crece el ritmo, el ambiente sube de calor, una treintena de peloteros colman el patio, la jerga es intensa, los aficionados son más, el Güero se mueve entre la multitud repartiendo chelas y marritos y marros en envases pet, hay cierta expectativa porque posiblemente llegue la alcaldesa de Tlalpan, Gabriela Osorio. Pedro Aparicio invita un primer trago de tequila, es cuando le pregunto si ya no ha ido a Sola de Vega por mezcal.
El compromiso fuerte es entre las quintas de Los Gemelos y la de Etla de Leonel Cruz, el Chango, de San José el Mogote, y Aaron Santiago, el Chamaco, de Suchilquitongo, dos peloteros históricos de los Valles Centrales del estado sureño: saca el hermano menor de los Arellanes, devuelve la pelota desde el resto el Chamaco, hasta el fondo del saque, pero ahí está Efraín, quien llega justo a la cita para contrarrestar. El otro Gemelo entra al quite, también el Chango, la pelota va de ida y vuelta por el aire una y otra vez. Luego alguien la azota, y el ataje la corta, se vuelve vertiginosa la disputa del punto: ¿falta, buena o raya?
Ganan la ventaja los etecos: 3 partidos a dos. Después vienen los mezcales, las pláticas épicas, el orgullo de ser de San José el Mogote, la ruta del juego en todo el territorio de Valles Centrales y más allá, hasta los Bajos de Chila, en la Costa, y la Mixteca alta, los viajes a Dallas, Texas, y Los Ángeles y Fresno, California, Estados Unidos, donde se está jugando a primer nivel, el que el Chamaco sea el único pelotero que ha volado la pelota más allá del encino límite del Xilte o de la malla del Tecnológico de Oaxaca.
Un mes después, en diciembre, vuelven Los Gemelos al patio del Xitle, esta vez a jugar su compromiso contra los Gordos de Tula: ahí quedan a partidos de dos. Y el ritual se repite: Pedro Aparicio está sentado bajo la sombra del viejo encino, Efraín Arellanes devuelve y pasa la bola desde el resto, el Güero circula con los marritos, la tarde languidece. Al final, afuera del deportivo, mixtecos y zapotecos conviven mientras pagan lo que consumieron, se toman las últimas cervezas y tragos de mezcal y miran cómo la oscuridad cubre su patio.
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