La idolatría en Oaxaca

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Renato Galicia Miguel

“¿No eres toledito?”, le preguntaba en primer lugar Estela Shapiro a cualquier pintor oaxaqueño que la visitaba en su espacio de la colonia Anzures, Ciudad de México,  con la intención de exhibir sus cuadros, me confío en alguna plática la excepcional galerista.

Ese es uno de los problemas de la idolatría o totemismo o culto a los grandes creadores: la imitación artística que lleva a la uniformidad y mediocridad.

Pero no es el principal. Hay peores, más si se da una sincronía entre idólatras e ídolo.

Muchos años antes de ir a Oaxaca a trabajar como reportero cultural en el periódico ‘Tiempo’, allá por 2004, ya tenía una noción del culto que se le rendía ahí al pintor Francisco Toledo.

También sabía que, a principio de los años noventa, el crítico de arte Carlos Blas Galindo, había escrito un artículo publicado en la sección cultural de ‘El Financiero’,  dirigida por Víctor Roura, en el que se refería al maestro juchiteco y al artista ocoteco Rodolfo Morales como los “caciques culturales” de Oaxaca.

Ya residiendo en la ciudad de Oaxaca, supe del chisme de que ese artículo le costó a Blas Galindo la posibilidad  de ser el director del Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca —fundado por Toledo—, el hoy tan desprestigiado MACO, porque el textito de marras no le gustó para nada al maestro.  

Este es un problema mayor relacionado no sólo con la idolatría, sino con una posición de poder cultural: las decisiones y acciones a discreción.

No son raras en México. Ni siquiera dentro del llamado sector progresista. Ahí está la vez cuando Carlos Monsiváis pidió la cabeza de Luis González de Alba como colaborador del suplemento de ciencia de ‘La Jornada’ por criticar  corrosivamente a Elena Poniatowska en relación con su icónico libro ‘La noche de Tlatelolco’.

(Luis participó directamente en el movimiento del 68 y estuvo preso en Lecumberri. Escribió al respecto ‘Los días y los años’, la Poni retomó, con autorización de aquél, algunas páginas, pero traduciéndolas al ‘poniatowsko’ y con inexactitudes).

Como se sabe, el resultado no sólo fue la salida de González de Alba, sino la desaparición del suplemento científico que llevaba editando diez años Javier Flores en el otrora emblemático periódico.

La cercanía de los grandes artistas a los poderes político y/o económico es un problema mucho más complicado.

Sobre todo cuando, una vez posicionados y encumbrados, por la idolatría, dejan de ser objeto de la crítica y sólo se les rinde culto.

Cualquier especialista serio lo dice: hay que ver a un personaje histórico  no como héroe, sino como el gran humano que haya sido en su rubro, sí, pero a la par, como un ser de carme y hueso, con sus virtudes y defectos.

Durante una conferencia  que dio en el Palacio de Bellas Artes, el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez —entre sus obras están el estadio Azteca, la nueva Basílica de Guadalupe  y el Museo Nacional de Antropología—, deslizó  el comentario de que sería mejor que los arquitectos no se involucraran en la política.

Cuando acabó su charla y salía entre el tumulto, mientras la reportera de ‘Reforma’ le preguntaba una y otra vez cuál había sido el día más feliz de su vida, yo le insistía sobre qué había querido decir con eso de que sería mejor que los arquitectos no se involucraran en la política.

En un momento dado, me encaró y me contestó encabronado:

—Usted debería ser una persona más positiva, no ser tan negativo.

Salvo ciertos casos, como el de Ricardo Garibay y Octavio Paz, digamos,  públicamente, no se sabe a ciencia cierta  qué tan cerca han estado de los poderes político y económico los grandes artistas y escritores.

Lo que sí se sabe es que el presidente Luis Echeverría cooptaba a la clase cultural llevándosela a pasear en sus viajes por el mundo. Ahí está al respecto  algún relato jocoso de Jorge Ibargüengoita donde da cuenta de ello.

Y que, más maquiavélico , el presidente Carlos Salinas de Gortari creó el Conaculta y el Fonca —con sus clones Seculta y Foesca en los estados—para mantener sosiegos a los creadores, incluyendo a los del bando progresista, que se supone son los críticos.

En Oaxaca, en la actualidad, una buena cantidad de creadores progresistas —pintores, intelectuales, escritores, músicos, etcétera— se han aglutinado en torno a la fundación del exbanquero Alfredo Harp Helú, quien carece de autoridad moral y cultural por haber sido beneficiario del Fobaproa —el robo oficial del siglo XX— y adjudicarse, agandallarse caprichosamente cuanto inmueble le guste en el centro de la capital y alrededores, como la Casa de la Ciudad, el Museo del Ferrocarril y el estadio de beisbol Eduardo Vasconcelos, mediante figuras engañosas como el comodato y otras artimañas. Eso, entre varios bisnes más.

Fallecido el maestro Toledo, no pocos artistas, escritores y pensadores mostraron su incongruencia y se afiliaron al harpismo.

La idolatría hacia el maestro Francisco Toledo, quien sin duda era —es— digno de admiración, que no de culto, pasó a ser una práctica  convenenciera hacia el exbanquero: si es el que puede pagar, hay que cuadrarse con él.

(El cinismo es cabrón y no dudo que ya haya creadores y periodistas que idolatren a Harp Helú).

La idolatría deviene en fanatismo y éste mata la crítica, y la falta de ésta mata la cultura.

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Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivamente responsabilidad del autor y no reflejan necesariamente la postura o el pensamiento de “Al Margen”. La empresa periodística se deslinda de cualquier comentario o punto de vista emitido en este texto, ya que estos corresponden al criterio personal del articulista. 

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