Inundan unanimidades y mayorías absolutas

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+ ¿Son rasgos positivos para esta democracia?

Al inicio de la semana se dio una definición sorprendente para nuestra cultura democrática: sin ninguna disputa, ni pelea, ni confrontación, ni rompimiento, los dos aspirantes presidenciales de las fuerzas de izquierda más posicionados, llegaron a un acuerdo sobre cuál será el destino de la candidatura presidencial, cómo se repartirán los espacios de poder; y sobre todo, cómo tratarán, aparentemente juntos, de ganar juntos un poder que tradicionalmente ha sido codiciado como un objeto personalísimo, e intransferible mientras dura el mandato del gobernante en turno.
En contraposición de ello, vemos que el Congreso de la Unión parece un ente casi ingobernable. Los diputados tienen una capacidad casi nula para ponerse de acuerdo, y sólo logran sacar adelante los acuerdos más apremiantes o indispensables para el sostenimiento de la funcionalidad y la vida democrática del país. Quizá por eso, hoy los partidos y candidatos presidenciales potenciales, buscan a toda costa conseguir mayorías absolutas que les permitan un control del Legislativo independientemente de la capacidad de concertación y acuerdo que puedan tener ahí los representantes del gobierno federal, de los partidos y de las facciones políticas.
Debiéramos preguntarnos si esos rasgos, que aparentemente facilitan la vida política y las decisiones trascendentales de nuestro país, en realidad son benéficos del todo para la vida democrática y para el verdadero mejoramiento de la forma en cómo funcionan los partidos políticos y los poderes federales.
Comenzamos en México a ver escenarios inéditos. Los partidos integrantes de las llamadas fuerzas de izquierda, se han caracterizado, prácticamente desde su creación, por ser entes plurales y deliberativos, en los que muchas veces las decisiones no son compartidas por todos, y en los que tampoco es raro que haya arreglos poco ortodoxos cuando dos personas o grupos se disputan, se supone que civilizadamente y en el terreno político, una misma aspiración, candidatura o espacio dentro del sector público.
Por eso extraña tanto que haya un acuerdo desprovisto de violencia —física o política— entre Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard Casaubón, por la candidatura presidencial. Nadie sabe bien a bien cuál fue el arreglo real entre ellos. Pero lo que sí queda claro es que ninguno de los dos salió perdiendo todo ni ganando todo. Empero, desde el primer momento se zanjó la posibilidad de la trifulca, que era la que más se preveía entre quienes se disputarían todas las candidaturas presidenciales, de todos los partidos políticos representados.
Hoy, incluso, vemos que en el Partido Revolucionario Institucional podría ocurrir algo más o menos similar. Ya comienza a manejarse la posibilidad de que el senador Manlio Fabio Beltrones Rivera pueda declinar en su aspiración de ser candidato presidencial. Quizá el hecho de ver tan posicionado al ex gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, y de corroborar que ya existe a su alrededor una fuerte cohesión de los factores de poder que confluyen en el priismo nacional, lo ha llevado a suponer que no tendría mayor posibilidad de obtener resultados positivos en la lucha que pretende emprender por hacer contrapesos en esa carrera por la candidatura presidencial.
Frente a todo esto, hay un factor más. Todos los partidos han manifestado su voluntad de obtener mayorías absolutas que les permitan gobernar de la mano del Congreso. Esto es, en términos sencillos, ganar de tal modo que no tuvieran que realizar un trabajo tan intenso de consenso entre las diversas fuerzas políticas, e inhibir en éstas la posibilidad de no llegar a ningún consenso cuando interactúan como pares en las cámaras federales.

¿MAYORÍAS Y UNANIMIDADES
BENEFICIAN A LA DEMOCRACIA?
Las unanimidades reiteradas nunca son buenas para una democracia. Por eso, aunque en un primer momento es positivo el hecho de que parezca haber arreglo entre los factores internos de los partidos políticos para definir sus candidaturas presidenciales, debe también alarmar el hecho de que éstas se están definiendo al margen del debate amplio que debiera haber entre candidatos, y también sin tomar en cuenta el proyecto de gobierno y los antecedentes que tiene cada uno de ellos.
Del mismo modo en el Congreso. ¿Es bueno que se construyan las mayorías? Si, por un lado, éstas permiten un mayor grado de gobernabilidad y una mejor relación entre el Ejecutivo y Legislativo, y todo esto redunda para bien de la nación, entonces sí que se construyan.
Pero si se intenta que regresen las unanimidades para que de este modo se reediten los verticalismos del pasado, y se fortalezca la influencia presidencial con rasgos de autoritarismo —como sí es un riesgo potencial cuando se dota de poder excesivo a un solo ente en nuestro país—, entonces todo esto tendría que ser repensado y revisado tantas veces como fuere necesario, antes de dar varios pasos atrás en la construcción de una mejor democracia.
El caso de los partidos políticos es paradigmático. Ello debiera revisarse para corroborar si, independientemente de que Peña Nieto sea el más aceptado como candidato presidencial  —debido a factores como su imagen, su impacto mediático o la fuerza que tiene a través de los gobernadores, senadores, diputados federales y líderes partidistas de su partido—, tiene también la sustancia suficiente como para poder conducir con liderazgo y respuestas, los problemas más importantes que enfrenta nuestra nación.
Esto debemos analizarlo porque la nuestra es una democracia en construcción, y por tanto es necesario que demos pasos hacia adelante, y no abonemos retrocesos que nos conduzcan a situaciones de las que luego nos estemos lamentando. Pensar que las mayorías absolutas, y las unanimidades nos sacarán de todos los problemas, es tanto como creer que con dejar de nuevo en manos del autoritarismo los asuntos del país, viviremos en la paz y en la tranquilidad que, según algunos, perdimos con el arribo de la democracia.

CUENTA REGRESIVA
Por cierto, ¿cuánto tiempo más aguantará Humberto Moreira al frente del Comité Ejecutivo Nacional del PRI? Queda claro que después de ser un activo potencial, por la personalidad agresiva del líder priista, hoy es un pesado lastre que dentro de poco no sólo no le será útil al partido, sino que comenzará a cobrarle facturas. ¿Será sólo cuestión de tiempo? ¿O es que correrán el riesgo de ir a la campaña cargando pasivos de ese tamaño?

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