Ugartechea: necesario probar voluntad de cambio

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+ Gobierno sin proyecto, producto de olas electorales

 

La misma gente cercana al edil panista Luis Ugartechea Begué se siente contrariada cuando le preguntan, incluso en buena lid, sobre la sensibilidad y el trabajo territorial que, se supone, hizo su jefe en campaña. La contrariedad surge del hecho de que el ahora Munícipe participó realmente poco en el proselitismo a través del cual se le postulaba para encabezar el Ayuntamiento citadino. Su triunfo, en esas condiciones, fue más producto del momento y las circunstancias, que de un trabajo sólido o de un conocimiento específico de los problemas, y las soluciones, que necesita la capital oaxaqueña.

Urgartecha, como bien debe recordarse, ingresó a la política local, empujado por el anhelado deseo del empoderamiento ciudadano que surgió en todos los rincones del país, como respuesta y reclamo al sistema tradicional de partidos, y a los malos resultados que estaban dejando los políticos tradicionales. Al menos en Oaxaca, él y algunos otros personajes emergieron como alternativa para esos sectores sociales y económicos relevantes que, sin embargo, son generalmente ignorados, o menospreciados, por las clases políticas tradicionales.

En un primer momento, como aspirante a una diputación federal por el Partido Acción Nacional en 2009, Ugartechea se apareció en la escena pública local no sólo como un representante innovador de la llamada “vallistocracia” de la capital oaxaqueña, sino también como un personaje de ideas potencialmente frescas, y sensibilizado por los problemas que, como empresario local, también había padecido con los acontecimientos de los años previos. Se supone que con esos antecedentes, podría hacer una representación decorosa de los problemas del sector económico de la capital oaxaqueña, que había sido tantas veces ninguneado —y otras utilizado para sus propios fines— por el gobierno estatal, entonces de extracción priista.

Ugartechea perdió aquella primera elección, ante una bien aceitada maquinaria priista que recibía impulso y recursos desde el Gobierno del Estado. Lejos de ser un proceso electoral atractivo para la mayoría de los ciudadanos, aquel de 2009 fue una elección para muchos sin importancia y, esencialmente, de mero trámite para el PRI. Dicho partido ganó las 11 diputaciones federales. Y personajes como Ugartechea fueron vilmente aplastados en buena medida como producto del desdén ciudadano por emitir su voto.

Quizá esa cuestión fue determinante para su desganada campaña proselitista del año siguiente. El ser empresario, el asumir una postura lejana a los compromisos partidistas tradicionales, y el asegurar que conocía la problemática de la capital oaxaqueña, lo hicieron candidato natural para ir a pelear al alcaldía, dentro de un proceso electoral en el que, por suerte, también se definiría la gubernatura del Estado y la composición del Congreso local. El problema era que Ugartechea se veía incrédulo a las posibilidades.

Seguramente fue por esa razón, como él mismo lo ha reconocido públicamente, fueron los aspirantes a concejales, y los partidos integrantes de la coalición, los que hicieron la mayor parte del trabajo territorial y de proselitismo. A él, en plena campaña en la que era competidor, y en horas en las que se supone que debía estar promocionando el voto a favor de la entonces causa opositora, se le podía ver con toda tranquilidad atendiendo su negocio, o tomando café en los restaurantes cercanos a su domicilio particular.

No parecía muy motivado a invertir tiempo, dinero y recursos económicos, en una campaña en la que él mismo no sabía si obtendría, ahora sí, un resultado favorable. La ventaja fue el envión gabinista que lo arrastró hacia el Palacio Municipal. El problema fue que nunca quedó claro si tenía o no proyecto y perspectiva real de lo que se debía hacer al frente de la Alcaldía. E incluso ni siquiera había quedado constatado si de verdad quería ser Presidente Municipal, o no.

 

GOBIERNO SIN PROYECTO

El gobierno de la capital oaxaqueña, ha demostrado su buena madera desde hace más de una década. Esto porque ha soportado todas las calamidades posibles: malos gobernantes, proyectos truncos, vivales y oportunistas que han visto en el Ayuntamiento sólo la oportunidad para escalar a peldaños políticos superiores, y no como el espacio para servir a la comunidad oaxaqueña. La mejor prueba de ello, es que desde hace más de diez años ningún Presidente Municipal electo por la ciudadanía ha querido, o podido, llegar al último día de su administración.

La consecuencia de todo esto es que los oaxaqueños nos hemos acostumbrado a los gobiernos de improvisación, a las administraciones que sólo aprovechan las oportunidades y, en general, a los malos resultados. Por eso, aunque enoja, no sorprende que la ciudad tenga tantos problemas. Y por eso mismo parecemos habernos acostumbrado a que nuestras administraciones tengan tan pocos resultados, pero que a la vez alardeen tanto sobre las sedicentes respuestas que en realidad no entregan a la población.

Hoy la ciudad no es mejor que la de antes. Salvo excepciones contadas, los citadinos seguimos padeciendo exactamente los mismos problemas de siempre. Se maquillan algunos problemas. Pero lo cierto es que, de nuevo, y como en las administraciones anteriores, hoy tenemos un gobierno citadino sin una perspectiva clara de lo que debe hacer, sin un conjunto de objetivos bien marcados en el qué y el cómo, e incluso sin la estabilidad y el proyecto administrativo que debiera estar guiando su camino.

El gobierno de Luis Ugartechea está a punto de llegar a su primer tercio, y aún no da muestra clara de lo que quiere para la capital. El Munícipe ha gobernado con un panismo que no es panismo; con algunas de sus actitudes, ha querido acercarse a una izquierda que ni lo reconoce ni lo toma en cuenta; como empresario ha dado respuestas tibias a sus representados. Y, en su calidad de gobernante, hoy pretende acercarse a todos aquellos sectores populares a los que no pudo ni quiso ganarse en sus tiempos de campaña.

 

GOBIERNO ¿PARA DÓNDE?

El problema es que Ugartechea parece gobernar con más inestabilidad y enojo —que a veces parece hasta resentimiento, aunque realmente quién sabe en contra de qué o de quién—, que con certeza de lo que se supone que sabe sobre su proyecto de gobierno. Y con eso, y con sus resultados, no demuestra la seguridad que debería tener un individuo que verdaderamente sabe cuáles son sus retos al frente del gobierno.

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